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19 de Diciembre de 2016

La corta vida de Alan Peña y el oscuro historial del Centro La Alborada del Sename

El menor de 13 años era asperguer, un ajedrecista nato y el mayor de tres hermanos. Pasó sus últimos días en el Centro La Alborada de Sename, de donde se fugó a fines de noviembre. Dos semanas después fue torturado hasta la muerte por un matrimonio y dos amigos como "venganza" por un supuesto abuso sexual. Ésta es su historia.

Por Carolina Rojas
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-Oye, si vas a salir lo único que te pido es que dejes todo cerrado con llave, por favor-, le advirtió su abuela y se fue a trabajar.

Anita Soto (52) cuenta que su nieto a veces se quedaba en su casa cuando se fugaba del hogar. Ella salía a trabajar a las nueve de la mañana, llegaba a las diez de la noche y Alan seguía en la calle.

-La semana pasada estuvo conmigo tres días-, confiesa y la voz se le vuelve temblorosa.

Anita dice que su nieto hacía lo que quería, deambulaba entre su casa, el Centro Cread La Alborada y la junta con amigos mayores. Desde hace dos años, su padre ya no sabía qué hacer para retenerlo. Alan Peña “El calendario” (13) por su condición de asperguer -un trastorno autístico que le impide comunicarse o relacionarse con los demás-, era muy hiperactivo y su comportamiento se estaba volviendo cada vez más difícil: se escapaba y volvía en la noche, se escapaba y no volvía en días, pero nunca pensaron que podría terminar en manos de personas que pudieran torturarlo hasta la muerte.

“El no tenía esquizofrenia como han dicho en todas partes, él es asperguer, se ponía así, inquieto, se arrancaba, su papá no daba más, pero la mayoría del tiempo era un niño tranquilo”, dice su abuela al otro lado de línea, mientras sorbe un mate.

Una de las últimas actividades que disfrutó junto a su padre fue el paseo en la ciudad de Puerto Montt; en los retratos luce sonriente al lado de su papá en un fuerte abrazo. Iban aferrados el uno al otro arriba de un bote, como se ve en la foto fechada en febrero del 2015. Las otras imágenes, publicadas en sus redes sociales, lo muestran perdido frente a un computador, risueño sentado en una fuente de agua o metido en una piscina inflable con sus amigos, mientras sostiene un trozo de sandía. Alan era el primogénito de tres hijos, le siguen dos gemelos de nueve años.

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En diversos textos se menciona que los niños con asperguer prefieren relacionarse más con adultos que con compañeros de su edad, además suelen ser objeto de burlas o de abuso por parte de otros menores. A menudo no comprenden una crítica o un castigo, así como no entienden por qué debe portarse de distintas maneras, según una situación social.

Alan llegó hasta sexto básico en el Colegio Millaray de la población que lleva el mismo nombre y hasta hace un tiempo “era un niño normal, medio retraído, pero normal”, dice su abuela. También cree que echaba de menos su antigua vida y que por eso se puso rebelde.

Fue ella la que en algún momento denunció la negligencia de sus padres, las contantes idas y vueltas entre ellos y el consumo excesivo de alcohol de la pareja. Finalmente, Anita fue la que más se preocupó por Alan.

Luego de la separación de sus padres, Óscar Peña (30) y Jennifer Aguilera (28), esos momentos felices se hicieron cada vez más escasos y él se volvió cada vez más retraído. Tras la ruptura final y una denuncia por abandono parental, sus dos hermanos pequeños quedaron al cuidado de la abuela materna y él se quedó con su padre.

Según fuentes cercanas al Servicio Nacional de Menores (Sename), en el 2014, Alan -a los 11 años- fue acusado de tocaciones a una menor de seis años. Después de ese episodio se resuelve su caso y se determina que ingrese a un Programa de Especialización de carácter ambulatorio (PAS), de Pewmayén, orientado a disminuir los riesgos de reiteración de prácticas abusivas de índole sexual de niños en contra de otros niños, entendiendo que se producen en contextos de otras vulneraciones que estos adolescentes experimentan. Ese comportamiento Alan lo repite en dos oportunidades más este año: en enero una mujer denunció tocaciones por parte de él; en octubre, una trabajadora del retail denuncia haber sufrido la misma situación.

Fue en junio de este año cuando ingresó al Centro de Reparación Especializada La Alborada.

Su abuela dice que tenía días buenos y días malos, a veces tenía pena o mal humor, después de todo ella entendía que era un adolescente afectado por la separación de sus padres. “Bacán en mi casita calentito con mi mamita al ladito… por fin tengo Face”, dice una de sus frases en la red social donde se puede ver que era muy apegado a su madre y a sus dos hermanos menores. Alan, la mayoría de las veces, se refugiaba en la casa de su abuela en el sector de Chivilcán.

-Se suponía que en esa casa de Sename no le iba a faltar nada, su papá solo quería que no estuviera en la calle porque a él ya no le hacía caso y no llegaba a la casa, por eso lo entregó en el hogar-, explica.

Anita vende ropa interior y disfraces para niños en la plaza Dagoberto Godoy de Temuco. Allí trataba de estar pendiente, de tanto en tanto, de los movimientos de su nieto desde que desertó del colegio. En la calle, Alan se hizo conocido por los lugareños, mientras vendía calendarios en la salida del supermercado Jumbo de avenida Alemania y en el patio de comidas del Portal Temuco. Por eso su apodo.

“A cien pesitos los calendarios”, era la frase que entonaba fuerte. En ocasiones las monedas abundaban y podía cambiarlas por billetes. Ése era un día feliz.

Alan, a veces, integraba el grupo de niños de la calle de avenida Alemania, niños que la gente esquiva, por su aspecto, por la mugre bajos sus uñas o porque piden dinero. Alan se distinguía porque hablaba bien, porque parecía muy ingenuo para su edad, lo que lo hacía aun más vulnerable. Hubo noches que Alan durmió en una plaza del sector. Así fueron sus últimos momentos en menos de dos años y en medio del abandono gradual de sus padres.

En las visitas que registra el hogar, aparece que solo su abuela y su padre fueron a verlo; Jennifer no fue nunca. Desde el centro, “El calendario” se fugó en dos ocasiones y la última fue el 30 de noviembre. El hogar no habría dado aviso al Tribunal de de Familia de Temuco y un documento habla de “error involuntario”, lo que hoy es parte de la investigación que lleva el fiscal Ítalo Ortega. Finalmente nadie buscó a Alan.

-No puedo hablar más de esto-, concluye su abuela.

Romina Peña, tía de Alan, dice que si bien su sobrino no entendía el contexto de muchas cosas, podía pasar horas entretenido con juegos de estrategias. También sabía jugar ajedrez a muy corta edad y ganó varios campeonatos. Pasó por los colegios Manuel Montt, Wenceslao Valdivia, Estrella de Belén hasta que abandonó sus estudios en el Colegio Millaray. En algunas de las escuelas ni siquiera sabían que aquel niño que se sentaba solo y se medicaba era asperguer.

-Alan no lograba quedarse en ningún colegio porque casi en ninguno había profesores diferenciales que pudieran atenderlo con su problema-, recuerda su tía.

Confirma que Alan cambió de un día para otro, que este año se puso rebelde, pero que él no era un niño de la calle como publicaron en la prensa, sino que ella, Anita -su abuela- y su hermano, padre del niño, lo sobreprotegieron hasta que ya no pudieron más.

Otra de las características de los niños con asperguer es que no entienden los niveles apropiados de expresión emocional, según las diferentes personas y situaciones. Por ejemplo, pueden besar a un desconocido. Romina dice que a Alan -su abuelo- le puso “El besador” por sus excesivas muestras de afecto.

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En su mundo de Facebook, Alan pocas veces logró hacerse entender. Cuando se ponía contento porque se aproximaba Halloween, posteaba un ininteligible “Jalojuin” y los adultos se reían de él. Es Jennifer, su madre, la que en un post de la red social comenta que su hijo siempre fue un niño “agrandado” y a los 9 años tuvo que bloquear parte de los 125 amigos adultos que él incorporaba sin saber quiénes eran. “Él tenía muchos amigos en el Face, así que se los bloqueé, el ‘Mati’ (lo llamaba por el segundo nombre) no cacha las cosas malas, no las entiende”, espeta en un comentario. Y tenía razón. Otra característica de los niños con Asperguer, es que no entienden los niveles apropiados de expresión emocional según las diferentes personas y situaciones.

La tortura de un niño

En las fotografías de su Facebook Alan parece un niño feliz junto a su padre. Difícil no imaginar que habrá pensado en los momentos en que sus atacantes decidieron asesinarlo.

La mañana del 11 de diciembre, los carabineros que entraron a la media agua internit de la villa San Eugenio, se encontraron con una imagen escalofriante: el cuerpo del niño sin vida, oculto debajo de una cama, cubierto con una frazada. Tenía marcas de haber sido amarrado, rastros de sangre. Su cara tenía fracturas y cortes que le infligieron con una tijera. Además fue golpeado con un martillo.

La investigación dice que Johanna Mora, Pablo Morales, Abraham Bravo y Víctor Chanqueo, un matrimonio y dos amigos, cobraron venganza por un supuesto abuso a una de las pequeñas hijas de la pareja. La niña tenía un moretón en la cara, lo que habría determinado la reacción de Johanna. La pareja llevó a Bravo a la casa de Chanqueo, quien ve que Alan estaba maniatado y alerta Carabineros. Quizá Alan resistió los golpes. Por su condición, no manifiesta sensibilidad a ciertos niveles de dolor.

Alan era amigo de Víctor (18) a quien conoció dentro del centro La Alborada, por eso algunas noches se quedaba en su casa y andaba por el sector donde ocurrieron los incidentes. Los vecinos de comentaron que el adolescente nunca se había acercado a ningún niño o había mostrado alguna conducta hipersexualizada que llamara la atención. Nadie entendió razones. Después de ser golpeado durante doce horas, Alan fue asfixiado por los padres de la niña. Se investiga si en medio de la tortura hubo consumo de cocaína. El cuerpo del pequeño Alan probablemente se estremeció, mientras le cubrían la cabeza con una bolsa de género y lo apretaron contra una almohada.

24 horas después, el peritaje sexológico arrojó que la niña no fue violada.

Un polémico centro de Sename

No es la primera vez que el Centro La Alborada se ve mencionado en investigaciones. En mayo de este año, tres situaciones negligentes derivaron en un sumario interno. Una de las investigaciones giró en torno a la denuncia en contra un trabajador de la residencia por un presunto abuso sexual a un joven con discapacidad intelectual, denuncia que quedó estampada en la Dirección Regional del Sename por trabajadores del mismo lugar. El segundo caso investigado fue por un incendio frustrado que inició un niño de 14 años en uno de los dormitorios de la residencia. El tercer episodio ocurrió a un adolescente que presentó problemas de salud no habría recibido atención oportuna.

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En 2013 se dio a conocer que en esta residencia se concentraba la mayor cantidad de denuncias por abuso sexual, 58 en diez años. En agosto del 2012, una adolescente se suicidó después que se fugara y fuera devuelta a la residencia.

Uno de los eventos más lamentables ocurrió la noche del 9 de julio de 1999 donde murieron ocho niños. Alicia del Basto, la presidenta de la Asociación Nacional de Funcionarios del Sename (AFUSE), enfatiza que La Alborada es un centro de Especialización que atiende directamente la institución estatal y que como en la mayoría de centros del país tiene falta de funcionarios y problemas de infraestructura. “En esa ocasión los niños provocaron un incendio y quedaron encerrados, murieron por inhalación de monóxido de carbono, el centro se reparó y siguió funcionando”, recuerda.

El jueves, mientras el sol caía pesado en el cementerio de Padre Las Casas, Alan fue sepultado acompañado de familiares y amigos del hogar. En dos semanas, habría cumplido catorce años.

Además de todas las vulneraciones de las que son víctimas los niños de Sename, Alan cargaba con la pesada mochila de su condición, la que según sus seres queridos, lo convertía en una especie de superdotado con escasas habilidades sociales. Las familias de adolescentes asperguer suelen buscar alternativas para que ellos puedan tener un futuro más amable. Alan, lejos de esa posibilidad, solo encontró el horror.

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