2018, el año en que los “tiempos mejores” se derrumbaron frente a nuestros ojos
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Una vez más llegaron a La Moneda como si fueran los salvadores, los que venían a rescatar a Chile de una catástrofe ideológica. Esta vez lo hacían con la retórica de los acuerdos y la “unidad” selectiva, una en que solamente se debía acordar lo que ellos creían mejor para Chile, sin que hubiera debate alguno. De lo contrario, se era antipatriota. Y la patria eran ellos.
Dijeron que habían aprendido de su administración pasada, pero lo cierto es que no es una característica de la derecha la capacidad de aprender de sus errores y sus horrores. Los dan por superados sin preguntarse nunca por qué los cometieron. Hacerlo es entregar la oreja, perder el tiempo cuando este se puede aprovechar en otras cosas como, por ejemplo, hacer como si hubieran hecho lo que nunca pretendieron hacer.
Ese es tal vez el gran sello de este nuevo gobierno: decir que se hace lo que todos estamos viendo que no se está haciendo. Pues si bien se habla del crecimiento y, por ende, del mejoramiento de las condiciones económicas, lo concreto es que no se siente. El bienestar pareciera estar más en las páginas de los diarios que en ese “sentir común” del que se apropiaron hace bastantes años, cuestión que no deja de ser un fracaso para quienes llegaron a la casa de gobierno diciendo que traían los “tiempos mejores”.
Pero eso no es todo. Lo sucedido con Carabineros retrata de cuerpo entero a este sector que nos quiere decir que ya no es lo que alguna vez fue. La forma en que empoderaron a una institución en crisis, sin antes reformarla, habla mucho de quienes han sido, son y serán quienes integran Chile Vamos. Al sacar a un par de generales, creyeron que los vicios de una estructura de poder había quedado solucionada; caminaban con el pecho inflado aplaudiendo la autoridad que supuestamente había ejercido Sebastián Piñera al pedirle la renuncia a Bruno Villalobos, sin antes detenerse a escuchar lo que muchos decían, que era que este cambio estético no arreglaría la lógica institucional.
Los hechos posteriores demostraron que había lógica en esas críticas. Nada de lo que se prometió, pasó. Carabineros siguió actuando de igual forma porque, cabe agregar, desde La Moneda prefirieron servirse de la desconfianza que provocaban en la ciudadanía y armarlos más, para que actuaran en La Araucanía. Creyeron ver lo correcto en lo que, evidentemente, no lo era.
¿La razón? Recurrieron al manoseado “sentido común” y a un supuesto “acuerdo social” que reducía las problemáticas políticas a temas de seguridad, como se venía haciendo en el sur hace años con demasiadas evidencias catastróficas. ¿El resultado? Un comunero mapuche asesinado y una red de mentiras para justificar lo sucedido.
Ante esto, el gobierno salió a hacer como si diera la cara sin hacerlo; decía que asumía una responsabilidad que no estaba asumiendo. Los ministros hablaban tanto de los deberes de un gobierno democrático, que, al final de cuentas, no cumplían ninguno de estos, convirtiendo todo en un patético espectáculo de discursos que decían lo contrario de las acciones.
Pero esto no terminó ahí. Luego de conocidos unos videos que revelaban la falsedad de muchos de los argumentos con los que se trató de explicar la bala que mató a Camilo Catrillanca, se le pidió al general director de Carabineros, Hermes Soto, la renuncia. Y este, a diferencia de lo que se pensaba, se negó a dejar el cargo voluntariamente, lo que llevó echar mano a un procedimiento de nuestra institucionalidad que nunca había sido puesto en marcha: fundamentar ante el Congreso las razones de la remoción del mandamás de la policía uniformada, para que luego tomara razón la Contraloría.
Es decir, un mal manejo político nos recordó otro de los eufemismos institucionales de nuestra democracia, los que fueron impuestos por quienes hoy nos gobiernan, cuando eran la oposición más poderosa de nuestra historia, durante las tímidas reformas de 2005 de Ricardo Lagos que creía estar haciendo más de lo que hizo: si bien eran removibles las cabezas de nuestros uniformados, lo cierto es que no lo eran tanto.
Por esto es que se configura una conclusión bastante evidente y que era fácil de prever: los “tiempos mejores” no pueden traerlos quienes son los creadores y defensores del relato institucional actual. Pero más importante aún: en democracia, entre otras cosas, siempre es recomendable dudar de quienes dicen traer “lo mejor”, porque el resultado puede ser una imposición retórica falaz y nada de democrática, como la que hemos visto, la que termina con derrumbes tan estruendosos como el que hemos presenciado en estas semanas.