Al pinochetismo explícito no hay que penalizarlo, hay que desarticularlo
"Hay que recordar que lo que estamos viviendo hoy no es el resultado de algo extraño o inexplicable; es, por el contrario, lo que pasa cuando se habla de democracia sin hacer pedagogía democrática".
Francisco Méndez es Columnista.
El debate sobre el pinochetismo y sobre penalizar o no posturas que justifiquen, nieguen o aplaudan de lo sucedido en la dictadura de Augusto Pinochet ha marcado los últimos días. Unos encuentran que se debe aplicar la ley a quien ose buscarle un lado positivo a las brutalidades sucedidas en Chile bajo la tiranía institucionalizada; otros, en cambio, entre los que me incluyo, creen que la forma de combatir a la derecha “sincera” tiene que ver más con hacer política que con aplicar penas.
Pero la crítica a la penalización no se defiende de la misma manera en todos lados. Por estos días se ha escuchado bastante sobre la “libertad de expresión” o la “libertad de pensamiento”, al referirse a quienes defienden al pinochetismo. Ha llamado la atención ver cómo la vocera de gobierno y otros miembros importantes de Chile Vamos han intentado contarnos que ser pinochetista es algo así como una “forma de pensar” que debe respetarse si es que se busca convivir en la “diversidad”; instalando la curiosa idea de que se puede ser pinochetista y al mismo tiempo no justificar las atrocidades, cuestión que suena bien, pero que es bastante errada.
Hay que dejar en claro algo importante: en Chile el pinochetismo no es negacionista, porque siempre su expresión pública va ligada al “algo habrán hecho”. Tal vez puede ser cínico ante las cámaras, pero quienes dicen ser pinochetistas, por lo general, dicen que Pinochet los salvó de algo, ¿y cómo lo hizo? Todos sabemos. Por lo que intentar decir que ser admirar la figura del dictador no es lo mismo que avalar las violaciones a los Derechos Humanos, es mentir y no saber de historia. Es cosa de haber conversado un par de horas con alguien que crea en los “logros” de la dictadura, ya que siempre, entre estos, va a aparecer el haber extirpado algo molesto, haber aplicado “mano dura”; es decir, haber aplicado terrorismo de Estado.
Pero, ¿cómo luchamos democráticamente contra esto? ¿Realmente podremos hacerlo encarcelando a quienes nieguen lo sucedido o lo justifiquen? Sería bueno preguntárselo, no porque sea un aporte a la “diversidad” aplaudir la masacre o negar lo que es a estas alturas tan evidente, sino porque es importante saber cómo una democracia es capaz de desarticular la celebración del autoritarismo dictatorial para siempre. Y esta medida vistosa que impulsan varios miembros de nuestra dormida oposición, no lo va a lograr. Menos en los días que corren.
¿Por qué digo esto? Porque lo que urge es hacer un trabajo que no se hizo. Si bien suena justo para algunos judicializar la relativización pública, y hasta les puede parecer algo efectivo y rápido, lo cierto es que nuestra democracia necesita de un trabajo político algo más reposado y contundente para que el pensamiento pinochetista no le haga sentido a la gente. Y para eso se requiere de fuerzas democráticas que no le tengan miedo a politizar a favor de los valores del estado de derecho.
Hay que recordar que lo que estamos viviendo hoy no es el resultado de algo extraño o inexplicable; es, por el contrario, lo que pasa cuando se habla de democracia sin hacer pedagogía democrática. Si bien es relevante repetir rituales, hablar de la República y de lo que significa, lo cierto es que también lo es entender que la importancia de lo democrático se traspasa mediante el raciocinio y el ejercicio político.
Porque creer que la libertad de expresión por sí sola puede resolver ciertos vicios autoritarios e invisibilizarlos, o que llevar a tribunales a que los hacen gala de estos podrá hacer desaparecer algo que está reapareciendo de forma parlanchina, no solo es iluso, sino que es un error grave en el que no podemos caer en estos días.
Por esto es que parece más inteligente detenernos antes que lanzar proyectos como estos, porque para construir sociedad, y eliminar rasgos de lo que destruyó lo que llevamos años tratando de construir, se necesita mucho más que vociferaciones que no se hacen cargo de las irresponsabilidades del pasado.