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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Mujeres víctimas o empoderadas?

"Me pregunto si será eficiente “empilucharse”, o poner el trasero al aire gritando insultos y groserías para tener una democracia en que todos seamos respetados en nuestras diferencias. A mí, me suena patético".

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Mariana Aylwin es Profesora de origen, política por vocación y a mucha honra. Directora Corporación Educacional Aprender.

Como mujer no tengo ninguna duda de que hemos logrado vivir infinitamente mejor que las generaciones anteriores, gracias a las rebeldías y valentías de mujeres que nos precedieron. A ellas mi reconocimiento. Luchas heroicas, inteligentes, tenaces y mucho ñeque hicieron posible ir abriendo camino para incorporar nuestras voces en la sociedad. Al final, ha sido una gesta democrática, que amplió con tenacidad los espacios para las participación y para generar conciencia de que nuestras diferencias no pueden expresarse en desigualdad.

Cómo no rendir homenaje a las mujeres que en tiempos de la colonia preferían irse a un monasterio para tener acceso al conocimiento. O las mujeres que a pesar de haber sido raptadas durante las guerras de la conquista, trasmitieron sus saberes y formaron nuestra identidad mestiza. Cómo no rendir homenaje a quienes se movilizaron por salarios justos, o por conseguir el derecho a voto. O a aquellas que hicieron sus estudios universitarios en un mundo absolutamente masculino. Y esto último podrá parecerles lejano a las jóvenes protagonistas del “me too “, pero es mucho más reciente de lo que ellas creen.

La prehistoria de las que han tomado las banderas del movimiento feminista actual, está en la adolescencia de sus madres y abuelas.  A fines de los sesenta, un 6% de los jóvenes ingresaba a la universidad. La inmensa mayoría eran hombres. En esa época, las mujeres empezaron a vestirse con minifaldas y a usar pantalones. Al principio era una rareza, luego se impusieron a los intentos de prohibirlo.  Por cierto eran mucho más frecuentes los comentarios sexistas y más de alguna sentía que al estar allí estaba quitándole el lugar a un hombre, con más derecho que ella a tener una profesión .  También eran corrientes los intentos de acoso físico, aunque en el mundo privilegiado en que nos movíamos (universitario), éramos capaces de responder con un manotazo a un agarrón y de reírnos con una buena talla de un maestro de la construcción. Más de un profesor pololeaba e incluso se casaba con una alumna, aun estando en el colegio. No se veía como algo anormal, tampoco como un abuso. Muchas mujeres usaban la seducción – como también ahora- para conseguir mejores notas o posiciones.

De esa generación, surgieron grandes profesionales, pioneras en muchos campos.

La participación de las mujeres en el trabajo, en la política y en la academia se fue ampliando, antes que en otros campos y aun insuficiente, con la dificultad de combinar la vocación profesional, política, social, cultural, con familias bastante tradicionales.  Eso ha ido cambiando más lento de lo que quisiéramos, pero sin duda hay un discurso que se legitimó, las mujeres tienen tantos derechos como los hombres y éstos tantas obligaciones como sus congéneres femeninas…

Escribo esta columna después de ver las imágenes de muchas jóvenes desnudas gritando desatadas, sin que se entienda su demanda. Me pregunto si será eficiente “empilucharse”, o poner el trasero al aire gritando insultos y groserías para tener una democracia en que todos seamos respetados en nuestras diferencias. A mí, me suena patético. Una cosa es movilizarse, otra juntarse a berrear.

Lo que más me decepciona es que estas jóvenes mujeres están poniendo el acento en victimizarse, como si fuéramos débiles e inocentes palomas, incapaces de defendernos de unos machos brutos y violentos. Todo lo contrario de lo que hicieron sus abuelas y sus madres. Es contradictorio. No se consigue más poder, victimizando a las mujeres.

Para que no me linchen, quédense tranquilas, no defiendo el abuso de ningún tipo.

Pero la imagen de mujeres víctimas de los hombres es un retroceso en la lucha por la igualdad de género y el respeto por las diferencias. Prefiero mil veces mujeres empoderadas, con estrategias y con argumentos, que logran espacios desde donde influir y construir una sociedad más justa y sin abusos.

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