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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Qué diría Gabriela Mistral del mérito y la admisión “justa”

"La selección segrega y pondera el bien de unos pocos privilegiados, a costa del grupo completo, nuevos ciudadanos crecerán con los anteojos puestos, sin llegar a ver la sociedad en la cual nos estamos convirtiendo".

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Karen Denisse Vergara Sánchez es Periodista e investigadora en temáticas de género y violencia

El día jueves 10 se conmemoraron 62 años desde la partida de Gabriela Mistral. En medio de las frases y citas de la célebre intelectual y poeta que se replicaron en medios, redes sociales y figuras políticas y sociales, empezó a mencionarse lo de “Admisión justa”: un proyecto impulsado desde el Mineduc para que los liceos denominados “de excelencia” puedan designar a sus estudiantes hasta en un 100% por mérito académico.

Se ha hablado de justicia, de “perfeccionar el sistema actual” (en palabras de la propia ministra Marcela Cubillos). Sin embargo parece ser otro muro, como los que buscan erigir Trump y Bolsonaro un poco más al norte. Se trata de segregación, aunque muchos quieran esquivar la palabra. Para quienes estudiamos en liceo con número sabemos que las buenas notas no dicen nada, más allá del privilegio que algunos tuvimos de criarnos en un entorno donde nuestras necesidades básicas fueron suplidas, al alero de una familia que nos permitió vivir sin otras presiones internas.

¿Es esa una realidad común? Lamentablemente no, por la misma precarización de la vida a la que nos estamos enfrentando como país. Desigualdad cada vez más presente, que se manifiesta a través de largos recorridos para ir a trabajar, la ausencia de horas libres, el miedo a perder el trabajo, las distintas violencias y abusos de poder que tenemos que soportar día a día. Salarios como los de los agregados comerciales en NYC, que nos refregaron en la cara una vez más aquello que más nos pesa. El mérito en Chile no existe. Y quienes han podido sortearlo han sido excepciones maravillosas, con una historia propia del realismo mágico. Gracias a esa excepción que confirma la regla, es que pudimos tener a una premio Nobel, la primera latinoamericana en recibirlo.

Gabriela Mistral enseñó en escuelas rurales y liceos de ciudad. Recorrió Chile, México, y tantos otros países, extendiendo su huella más allá de la literatura y la enseñanza. En Punta Arenas se enfrentó a las inclemencias del tiempo y asumió la dirección del liceo Sara Braun, el cual partió con un puñado de niñas y terminó con un plantel completo. Florecía todo lo que tocaba. Y a la vez incomodaba. Fue acusada de utilizar fondos para suplir las necesidades de los estudiantes, de abrigo, materiales, protección. Ya en 1918 lo decía en una carta desde Magallanes, “Dadnos escuelas en que nuestra doctrina no sea una ironía. No podemos cantar el progreso en una escuela en ruinas. Dadnos, para el hogar de trescientos escolares, siquiera las comodidades que los poderosos han dado a sus casas a sus cuatro niños pequeños”.

Ella representa todo lo que la educación actual chilena no está respetando, y así lo notamos en la imagen de Mistral que habita en nuestro inconsciente colectivo. Se habla siempre de la abnegación, de la poesía para niños, y con ello se intenta despojar de su fuerte sentido crítico y político. La ronda o corro, para Gabriela era el círculo de instrucción primordial y autodidacta, donde podíamos poner a disposición testimonios y saberes, donde se intercambiaba la comida y la bebida. Espacios libres de desigualdad, donde el saber era compartido. Donde la segregación no tiene cabida.

Se habló de Mistral como la maestra de niños, para vaciarla de su crítica, como si ser niño fuera un estigma, un ser no-escuchado. Como si pasar a llevar la infancia no causara una huella imborrable. Si a principios del siglo XX se hubiese aplicado el criterio de los liceos de excelencia y la segregación por notas, jamás habríamos conocido la obra de Mistral, quien no pudo continuar sus estudios, dedicándose a trabajar desde los 14 años hasta obtener años más tarde el título de maestra, siempre desde el autodidactismo. Ella misma describe por qué:

Yo no soy la intrusa que decís en el mundo de los niños.
Lo soy según vosotros, porque enseño sin diploma, aunque enseñe con preparación, porque no estuve al lado de vosotros en un ilustre banco escolar de un ilustre instituto.
No pude. Mi madre debía vivir del trabajo de mis manos cuando yo tenía quince años.
Vosotros teníais padre o hermanos.
Intrusos son los que enseñan sin amor y sin belleza en un automatismo que mata el fervor y traiciona a la ciencia y al arte mismo.

Gabriela Mistral

Porque en las desigualdades del hogar, el trabajo y la sociedad no podemos buscar otro muro más, plantado entre niños y jóvenes que deben conocerse, formarse y aprender mutuamente. La selección segrega y pondera el bien de unos pocos privilegiados, a costa del grupo completo, nuevos ciudadanos crecerán con los anteojos puestos, sin llegar a ver la sociedad en la cual nos estamos convirtiendo.

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