Un triste gobierno obsesionado con Michelle Bachelet
"Alguien podría decir que lo que hace Piñera no es más que poner sobre la mesa los antagonismos políticos. Pero en este año en que hemos vuelto a ser gobernados por este competidor incansable, podemos suponer que su problema con la líder de la ex Nueva Mayoría es casi un tema psicológico y hasta psiquiátrico".
Francisco Méndez es Columnista.
Todo se trata de Bachelet en este gobierno. Pareciera que las vocerías, las medidas políticas y toda acción de esta administración van dirigidas a combatir la figura de la expresidenta, con tal de recordarnos que son mejores y que, aunque todos sabemos que no es cierto, condenan las violaciones a los derechos humanos en todas partes y reaccionan con más “rapidez y eficacia” ante las catástrofes que azotan cada tanto a nuestras tierras.
La manera en que se han dedicado a tratar el tema de Venezuela, es una demostración de esto; todo parece indicar que el problema no es el desastre en que está ese país, sino recordarnos que Bachelet no ha dicho nada al respecto y ellos sí. Es más, de una forma poco usual en nuestra política, este gobierno le ha dado una importancia casi sobrenatural al cargo de Alta Comisionada que ejerce la antecesora de Piñera, intentando decirnos que su intervención podría derrotar al régimen de Maduro y reestablecer cierta “normalidad” en el país caribeño. Curioso, sobre todo viniendo de quienes hace unos meses decían que la ONU, en relación al Pacto de Migración, era una organización que no podía ni debía inmiscuirse en las normas de un país.
Pero la coherencia es algo que no puede pedirse a quienes tratan de hacer cualquier gesto para competir con su adversario aunque este no quiera competir con ellos. Porque Michelle Bachelet no ha dicho nada respecto de nada, ni de Venezuela ni de lo que este gobierno dice sobre su actitud ante Venezuela. No se ha pronunciado, dejando en evidencia una vez más ese silencio que algunos ven como virtud y otros como una manera bastante inteligente para esconder sus vacíos políticos. Porque por más que la exmandataria sea reconocida en todo el mundo, siempre hay actitudes y determinaciones en ciertas materias, que la hacen lucir menos preparada de lo que se dice que está.
Pero volvamos a la obsesión de este gobierno. No solo esta actitud casi enfermiza se ve en relación a lo que pasa con el chavismo; también lo vimos este fin de semana con lo sucedido en el norte de Chile. En cada momento, en cada oportunidad en que la cámara apuntaba a Sebastián Piñera, el mandatario recalcaba que su gobierno había actuado rápido ante la catástrofe natural. Sin decirlo, estaba hablando de Bachelet, estaba esperando que los medios y todo quien estaba a su alrededor le reconocieran su “preparación” frente a todo, a cualquier circunstancia. Porque curiosamente tiene la idea de que ser presidente de un país es algo parecido a ser superhéroe, estar en todas partes diciendo frases efectistas, y no garantizar que la institucionalidad que encabeza funcione de manera correcta para evitar, precisamente, todo tipo de personalismos.
Alguien podría decir que lo que hace Piñera no es más que poner sobre la mesa los antagonismos políticos. Pero en este año en que hemos vuelto a ser gobernados por este competidor incansable, podemos suponer que su problema con la líder de la ex Nueva Mayoría es casi un tema psicológico y hasta psiquiátrico. No puede concebir que haya logrado cierta respetabilidad que él no tiene en el mapa internacional; le parece inconcebible que sin la preparación que él cree tener en todo aspecto, Michelle Bachelet ejerza más injerencia en lo que sucede internacionalmente. Pero más importante aún: en la derecha no pueden creer que ella, quien a sus ojos es algo así como una ideologizada mujer que va contra de “lo real”, sea uno de los rostros del establishment capitalista. No les cabe en la cabeza y hasta les duele un poco, para no decir bastante. De lo contrario, no sería tan evidente, ni tan patéticamente divertido a la vez, ver cómo cada miembro de Chile Vamos recurre a ella no solo para culparla de cosas, sino también para cerciorarse de que lo están haciendo bien; y de que, aunque el establishment mundial diga lo contrario, ellos siguen sabiendo más de todo que Bachelet. Da un poco de pena, hay que reconocerlo.