Test de drogas: una oportunidad de la derecha para desautorizar a un Congreso opositor
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
En la misma semana que el gobierno sacó una campaña llamada Elige vivir sin drogas, enfocada a combatir la adicción y el narcotráfico en los sectores marginados de la sociedad chilena (basada en una idea bien cuestionable sobre lo que se elige o no en esos lugares), parlamentarios de Renovación Nacional, impulsados por un tweet del eterno candidato José Antonio Kast, se realizaron, ante las cámaras de televisión, un test con la intención de emplazar a sus colegas para que transparentaran sus hábitos en esta materia. Según dijeron, no era obligatorio que los miembros del Congreso se lo hicieran, pero quienes se negaran, obviamente, tendrían que explicarle sus razones a la ciudadanía.
A simple vista, como todo lo que presenta la derecha, esto comulga con un “sentido común” al que nadie puede negarse. Son nuestros representantes, quienes legislan y deben velar por nuestros intereses; por lo mismo, según señalan esos lugares comunes que tanto circulan últimamente, y a los que el sector gobernante intenta sacar provecho permanentemente, lo “lógico” sería que mostraran sus credenciales de pureza ante ciudadanos cada vez más hambrientos por exigir responsabilidades individuales, los que se sienten observadores y escrutadores validados por su visita a un lugar de votación cada cuatro años. Por lo tanto, este llamado tiene buenos réditos entre quienes solo ven en la democracia una manera de exigir a senadores y diputados, lo que no se atreven a pedir a sus superiores día a día. Es como se sintieran patrones, jefes, mandamases de fundos imaginarios.
Esto le viene muy bien al oficialismo, ya que tratar de desautorizar a un Legislativo mayoritariamente opositor, nunca es malo. Por el contrario, sembrar sospechas sobre la lucidez del Parlamento, más aún cuando ese poder del Estado no ha querido dejarte pasar iniciativas, es una buena idea. No solo desvía la atención sobre lo que defienden esas iniciativas legislativas, sino que también instala un manto de duda sobre lo político, lo debatible y, por ende, lo democrático. Porque no hay cuestión más molesta para la derecha que lo realmente democrático, lo que se sale de los márgenes de una “eficiencia” que solo termina dándole la razón a sus postulados. Y no hay nada mejor que identificar en cualquier disenso una crisis, flojera o, en este caso, drogadicción.
Eso es lo que trató de señalar Piñera, quien, aprovechando la sospecha inicialmente instalada por Kast, lanzó bromas acerca de lo lúcidos o capacitados que están quienes trabajan en el feo edificio porteño. Lo hizo “graciosamente”, mostrando su impotencia ante la democracia misma, ante la prueba de que los “consensos”, fundamentados solamente en sus ganas de ganar siempre, no funcionan en el arte de construir un país. O al menos un país realmente democrático, en el que las opiniones contrarias no sean obstáculos para la ansiedad de sus gobernantes.
Por lo señalado, parece importante no caer en estas medidas estéticas si es que se quiere realmente discutir algo importante. Estas ideas efectistas, las que parecen moralmente correctas, en este caso particular, solo intentan invalidar al otro y, de paso, culparlo de los errores propios.