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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Carta al papa Francisco

"¿Qué puede hacer la Iglesia Católica, considerándola como un todo, con la jerarquía y la totalidad de los laicos incluidos para volver a reencantar?"

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Anibal Wilson es Periodista sin título, pianista aficionado, amante de la música, esa que da sentido a la vida, como también amante de la naturaleza, especialmente de ese sur maravilloso que "termina" donde terminan los hielos: Ice-End…

En sus palabras, Papa Francisco, entre otras cosas y refiriéndose a la profunda crisis que vive la Iglesia, nos recuerda que debe llegarse “a las raíces que permitieron que tales atrocidades se produjeran….Nunca más a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse”.

Aquí en nuestro país, Fernando Chomalí, conocido sacerdote, ha dicho respecto de la crisis, que “comprender que el modo de ser de la Iglesia, o será distinto al del presente, o no surgirá nada nuevo que vuelva a encantar”.

No soy un experto en Derecho Canónico ni me considero el indicado para ahondar en ¿qué habría hecho Jesús en la encrucijada de enorme escándalo y desprestigio que se encuentra actualmente Su Iglesia? Como tampoco soy demasiado religioso, dejo esa tarea para quienes se sientan capacitados a enfrentar tamaño desafío. Pero, siendo un creyente que admira y respeta sus enseñanzas, no así sus prácticas, me pregunto y le consulto a usted, estimado Francisco: ¿Qué puede hacer la Iglesia Católica, considerándola como un todo, con la jerarquía y la totalidad de los laicos incluidos para volver a reencantar?

Me atrevo a sugerir, entonces, que aparte de toda la buena voluntad y esmero en adoptar, por supuesto, las drásticas medidas que ya se aprecian con la debida toma de conciencia por parte de la jerarquía eclesiástica, es mucho, mucho más lo que la poderosa Iglesia Católica tiene ahora, yo diría, el deber de mostrar y demostrar al mundo, ahora sí, que PRACTICA LO QUE PREDICA.

Que la misericordia no es sólo una bonita palabra sino que representa, o debiera representar la bondad, la caridad y la generosidad en todo el buen sentido de estas “generosas” palabras. Bondad, por ejemplo, y justicia con los más vulnerables, lo señalado magistralmente ya en los años 50 por el gran Mahatma Ghandhi: “El mundo es ya lo suficientemente rico como para satisfacer las necesidades de todos, pero nunca llegará a cubrir la avaricia y el egoísmo de algunos. Y Ghandhi, estimado Papa,(perdóneme que me detenga por momentos en el análisis de esta famosa frase) era una persona religiosa, pero creía que la fe tiene que ir de la mano con la razón y el cuestionamiento de los dogmas… ¿No tendrá este planteamiento una gran similitud con “comprender que el modo de ser de la Iglesia, o será distinto al del presente, o no surgirá nada nuevo que vuelva a encantar”? ¿No habrá llegado el momento (y creo no equivocarme) al suponer que usted mismo, querido Francisco, se acerca con sus dichos a los requerimientos de grandes cambios a los cuales han demostrado ser partidarios católicos del mundo entero?

Volviendo a la avaricia y tomando en cuenta datos fidedignos de la FAO, un tercio de los alimentos que se producen en el mundo son desechados más que nada por razones de mercado, transformándose esto en una monstruosidad si nos hacemos cargo de los miles de muertos diarios por el hambre en sólo alguno de los países de Africa, un sinsentido que no sólo tiene impactos sociales, sino también económicos y medioambientales. La filósofa Hannah Arendt, en su libro “La Condición Humana” enuncia que “ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos”

Aquí la Iglesia (con su fundacional y primordial carácter gregario) tiene mucho que aportar, si se hace presente de trascendental manera y, que duda cabe, con su poder tan vilipendiado hoy por hoy, rescatando con autoridad y pujanza la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.) que pareciera olvidada en un mundo donde usted mismo, Francisco, ha criticado, denunciado y deslegitimado a la actual y dominante economía que mata, con su cultura del descarte y globalización de la indiferencia, con su dictadura del mercado, capital y fetichismo del dinero, la idolatría de la riqueza-ser rico y el tener. Cuando se niega esta justicia socio-económica (lo dice su Doctrina) se crea el caldo de cultivo de las violencias, de los terrorismos y las guerras. Poner, en fin, todo el énfasis posible, estimado Papa, en volver a reiterar y perseverar en la D.S.I. y economía ética, enseñando e impulsando a “encantar” en el servicio de los pobres de la tierra, en la praxis-ética, liberadora y espiritual.

Todo lo cual, volviendo atrás, de poco serviría si no va más allá de la avaricia, la codicia y el egoísmo, pues si estos prevalecen, el motor del crecimiento económico (lo asegura un asesor especial del Secretario General de N.U. sobre Metas de Desarrollo del Milenio) agotará nuestros recursos, marginará a los pobres y nos llevará a una profunda crisis social, política y económica. La alternativa es un camino (…el Camino, la Verdad y la Vida, estimado Francisco) …es un camino de cooperación política y social a escala nacional e internacional. Habrá recursos suficientes y prosperidad para todos si convertimos nuestras economías para que hagan uso de sus fuentes de energía renovables, prácticas agrícolas sostenibles y un régimen tributario razonable para los ricos. Este es el camino a la prosperidad (me gusta que se hable de camino… hay que recorrerlo!)… para todos a través de tecnologías mejoradas, justicia política y conciencia ética.

Todo esto, querido Papa, sin mencionar el posible y necesario desprendimiento (de lo que sé que está usted ya preocupado) a favor de los más vulnerables por parte de las millonarias fortunas de obispos y cardenales, todo lo cual da para otra carta que le aparte unos minutos de su valiosísimo tiempo.

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