El descarado privilegio de los hermanos Piñera Morel
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
El viaje a China de Sebastián Piñera puede haber dado buenas señales económicas, pero lo cierto es que fue un desastre político. Tal vez se cerraron muchos acuerdos que colmaron de felicidad la conciencia ideológica de este gobierno, pero los gestos y las frases dejaron en evidencia las enormes flaquezas comunicacionales, como también los verdaderos intereses que estaban en juego.
Primero fue la noticia de que dejaron abajo del avión al presidente de Codelco. El ejecutivo de la principal empresa estatal del país lo hizo saber en los medios de comunicación, revelando que había algo que no se estaba contando. En el momento en que se conoció la información, desde palacio salieron raudamente a negar cualquier problema con la empresa, señalando que el Presidente de la República era el principal representante estatal, por lo que no era necesario llevar a otra persona. Extraño. O no tanto. Siempre el Estado ha sido algo complejo para la derecha. Reniegan de este pero, cada vez que pueden, utilizan sus beneficios.
Eso Fue lo que vimos al saber que, sin explicación alguna, los hijos del mandatario lo habían acompañado en este viaje. ¿Qué fueron a hacer? ¿Qué rol tienen en el gobierno? Al parecer ninguno. Solo aprovecharon el vuelo presidencial para conocer el funcionamiento del mercado en ese país y establecer contactos comerciales. Usaron el cargo del padre para ir a informarse sobre alternativas debido a una nueva empresa que crearon; es decir: usaron el aparato estatal para cuestiones personales.
El oficialismo no pudo dejar pasar las especulaciones al respecto y reaccionó. Como era de esperar, lo hizo agravando la falta. Sus integrantes dijeron que, a diferencia de otros gobiernos, los hijos del mandatario habían pagado su pasaje. ¿A quién? ¿Cómo se le pagan pasajes a la FACh? ¿Están haciendo vuelos comerciales? Todas estas preguntas aparecieron en las redes sociales ante esta fallida explicación de la derecha. Como no se pudo seguir justificando esta excusa, desde el gobierno recurrieron al sentimiento familiar y nos contaron que la familia presidencial no puede estar separada. Menospreciando la inteligencia ciudadana de manera bastante evidente.
Eso es lo que han hecho desde que volvieron a La Moneda: decirnos que lo que estamos viendo es imaginación nuestra. Que las claras demostraciones de fuerza y de clase no son más que alucinaciones. Que las observaciones críticas son simples y malintencionados actos motivados por la envidia. Pero no es cierto. Los que estamos en la otra vereda, en esta ocasión, solo podemos decir que lo que pasa es lo que sabíamos que pasaría por la forma en que la derecha se concibe a ella misma. ¿Por qué? Porque quienes la conforman todavía creen que su utilización del Estado es de otra especie a la que pueden hacer personeros de la izquierda. Y eso sucede porque están convencidos de que su origen, sus contactos y sus lazos familiares los convierte en sujetos inmaculados, ya que no tienen la necesidad de sacar mezquinos provechos porque lo tienen todo. Esto es bastante cuestionable si es que hurgamos en el surgimiento de las grandes fortunas en los últimos treinta años, debido a que muchas se crearon gracias a las privatizaciones de las empresas estatales durante la dictadura.
Este episodio nos recordó que hay un sector que encuentra cuestionable el uso indebido de los cargos dependiendo de las ideas que profese la persona que lo haga. Mientras la izquierda está condenada a contarnos cualquier utilización que parezca oscura, la derecha, por las abultadas cuentas corrientes de sus políticos y ministros “técnicos”, siempre va a justificar su uso de lo público como un acto desinteresado y patriota. Pero, ¿qué tiene de eso lo hecho por la familia Piñera Morel? Nada. Absolutamente nada. Lo que hicieron Cristóbal y Sebastián, cabe insistir, fue servirse de una visita de Estado para obtener información privilegiada y hacer negocios. Cualquier otra interpretación escapa de la realidad, e intenta darle un carácter “familiar” a un viaje estrictamente comercial y sumamente ajeno a todo ese discurso de meritocracia que esta administración ha intentado enarbolar. Llega a ser divertido el descaro.