¿Dónde está esa malvada y articulada oposición de la que habla el gobierno?
Francisco Méndez es Columnista.
Es admirable la imaginación que tienen la vocera de gobierno y el Presidente Piñera. A algunos nos gustaría tener esa capacidad para ver las cosas que queremos ver, creer, por sobre las que realmente suceden. Es una buena forma de evadir la dura realidad y escapar de los errores propios. Es un buen escudo para no mirarse ni hacerse preguntas, porque hacerlo, para ellos, es signo de debilidad.
Eso es lo que vimos esta semana en torno, nuevamente, al viaje de los hijos de Sebastián Piñera a China, y particularmente a su asistencia a reuniones de negocios con empresarios chinos. En entrevistas y vocerías, tanto el Presidente como Cecilia Pérez escapaban de la responsabilidad, contándonos que hay una oposición maligna, la que está preocupada de pequeñeces para así tratar de opacar los grandes logros que estaría consiguiendo este gobierno. No había otra explicación para ellos que pudiera hacernos entender por qué este tema había causado tanto revuelo en las últimas semanas. Había una maquinaria opositora muy bien aceitada que estaba logrando su propósito.
Sería bueno saber dónde está esa oposición que tanto aparece en los discursos del gobierno. Sería interesante identificar en qué lugar está esa máquina tan articulada y dañina que está complotando en contra de una administración tan perfecta y tan prístina, porque no se ve por ningún lado. Tal vez en La Moneda tienen información que nosotros no tenemos; a lo mejor saben cosas que nosotros no sabemos sobre una maquinación preparada para destruirlos. Pero parece cuestionable. No parece creíble. Esta oposición es, una vez más, la demostración de que la centroizquierda, luego de la recuperación de la democracia, fuera del gobierno no sabe qué rol cumplir ni cómo llegar a descubrirlo. Es más, sus integrantes han sido demasiado cautos respecto al tema en cuestión, sin siquiera hacer notar la nula separación entre lo público y lo privado de un sector, mostrándonos una prudencia muchas veces inaudita y correcta que, vale la pena decirlo, para la derecha no habría sido jamás una opción para actuar.
Pero bueno, a Chile Vamos le resulta más fácil ser oposición por cosas tan simples como que son los guardianes de la construcción institucional posterior a la dictadura. Son los dueños, los patrones, los que miran críticamente, con la ayuda de los principales medios de comunicación, lo que sucede, siempre atentos a que se intente cambiar una coma, un punto sobre lo que algunos dicen que se pactó en los noventa, cuando realmente se impuso. La derecha es la realidad, lo que se debe hacer, por lo que sus miembros están conscientes de lo que deben defender para que nada, o todo, cambie para que lo esencial quede intacto.
En la oposición, en cambio, no tienen claro qué es lo que se quiere. No existe ni una mínima intención de articularse en torno a algo, a una idea, para instalar ideológicamente un relato que pueda revitalizar la disputa de ideas. Y lo peor es que no es difícil. La hegemonía ideológica instalada en Chile, esa que se sostiene en cosas como el “sentido común” y lo “lógico”, es desarticulable con ideas de peso, con cuestionamientos que ni el Frente Amplio, que está demasiado perdido en defensas de luchas pequeñas que no cambian paradigmas, ni lo que fue la Nueva Mayoría están dispuestos a hacer de manera demasiado fuerte, porque no saben cómo sustentarlos.
Pero esto ni opositores ni gobiernistas quieren decirlo en voz alta. La oposición trabaja en muchas cosas pequeñas, para evitar llegar a las grandes. Un par de paseos por la Contraloría hacen que sus parlamentarios se sientan discutiendo algo, poniendo en entredicho cosas y hasta manifestando ideas. Pero lo cierto es que eso no sucede. Y al gobierno esto no le conviene reconocerlo, porque hacerlo sería contarnos lo que ya sabemos: que están jugando solos y pierden. Que están solos en un partido que no saben cómo ganar sin echarle la culpa a un adversario inexistente.