Los “patipelados” fueron creados por la ideología imperante
"Quienes exigen hoy cosas que parecen grandes, pero son sumamente inofensivas, son hijos de esa manera de ver las cosas. Los gritones que dicen querer cambiarlo todo, realmente no quieren cambiar nada...".
Francisco Méndez es Columnista.
En una entrevista relacionada a la propuesta de la baja de la dieta parlamentaria no anunciada por Sebastián Piñera en la Cuenta Publica, la senadora Jacqueline Van Rysselberghe señaló que hoy en día cualquier “patipelado” hablaba en contra de los servidores públicos. Lo dijo enojada, mostrando su enfado hacia la iniciativa que parte del Frente Amplio está impulsando en esta materia.
Cuando se supo lo dicho por la senadora, de inmediato las redes sociales salieron a cuestionar sus palabras. Sus dichos habían sido muy duros según algunos, por lo que parecía necesario recordárselo, como también traer a colación su historia como funcionaria pública. Los patipelados se sintieron aludidos y querían mostrar su rabia.
Pero, ¿a qué quiso referirse Van Rysselberghe con esto? ¿A quiénes aludió al hablar de una especie de masa popular desordenada y sin respeto por lo público? Sería bueno saberlo. Sería interesante tratar de entender a qué sujeto popular iban los dardos de la enojada parlamentaria. Tal vez la senadora hablaba de los ciudadanos que ven todo lo negativo en las instituciones públicas, que miden el trabajo parlamentario según lógicas privadas y quieren, como todo despolitizado, ver gestos que los dejen tranquilos, para así olvidarse de lo exigido y continuar con otra pequeña causa. Es decir, el ciudadano/consumidor, el que ve lo público como un gran mesón del Sernac. El que cree en la democracia de retail.
Obviamente, este análisis Van Rysselberghe no lo hace. Ella solo reclama esta medida desde su individualidad, desde la angustia que le rebajen los gastos. La presidenta de la UDI no entiende que quizás todo lo que alega cierta parte de la población, en contra de cosas que no solucionan el principal problema institucional nacional, solo es una repetición del relato que ellos mismos, los de su sector, sumado al silencio de una temerosa y luego acomodada centroizquierda, han enarbolado por años en contra de lo público, queriendo siempre que el Estado gaste menos y se vuelva cada vez más pequeño.
No es casualidad que ante el anuncio de rebajar la cantidad de parlamentarios, muchos se hayan levantado de sus sillas con felicidad, debido a que, según creen, el ejercicio público se “agilizará” al disminuir la representación en el hemiciclo. Es parte de lo que piensan. Para ellos la discusión política no existe fuera de los márgenes establecidos por la transición, los que intentaron romperse con la desaparición del sistema binominal.
Quienes exigen hoy cosas que parecen grandes, pero son sumamente inofensivas, son hijos de esa manera de ver las cosas. Los gritones que dicen querer cambiarlo todo, realmente no quieren cambiar nada, solo quieren, como buen empleado asalariado creado en los treinta años posteriores a la dictadura, sentirse menos heridos en su individualidad al ver a los otros, a los que legislan, haciendo actos de “honorables”. No esperan más, porque no piensan más allá del reducido margen de acción del ciudadano/consumidor que se siente patrón de otros por pagar los impuestos. Y es que, como les han enseñado por años, los impuestos son “malos”, son un “robo”, como han venido discurseando los guardianes de la lógica imperante sin que la izquierda sea lo suficientemente capaz para contrarrestar discurso.
Por lo expuesto, parece bastante curioso que Van Rysselberghe hoy se espante por el resultado de años de un trabajo ideológico tan dramáticamente exitoso. Porque eso es todo esto: el éxito del cuestionamiento a lo político sin cuestionarlo del todo. Porque una real crítica, consistiría en preguntarse por las premisas que mueven nuestras instituciones. Pero eso es demasiado trabajo. Es demasiado político.