Dar el ancho: Chile en la Revolución Digital
"Requerimos de un país que asuma como desafío central el instalar una práctica de aprendizaje continuo que convierta esta revolución en una oportunidad para el desarrollo y el bienestar de todos".
Sergio Espejo Yaksic es Decano Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales U. SEK
No transcurre un día sin que nuevos desarrollos en el campo de la Inteligencia Artificial (AI) y la tecnología digital no nos sorprendan.
Sólo en las últimas semanas hemos conocido más sobre estudios de psicología en la Universidad de Stanford que dan cuenta de la forma a través de la cual el uso masivo de teléfonos celulares puede permitir – gracias a sistemas de AI – entregar apoyo y seguimiento diario a personas que sufren síntomas de depresión, reduciendo estos últimos significativamente. A través de chatbots que imitan el lenguaje natural y operan como terapeutas virtuales, muchas personas que habitan lugares con escasez de psicólogos y psiquiatras podrían recibir consejo y supervisión que hoy no existen.
La contracara de oportunidades como esta la encontramos en un reportaje de The Economist que da cuenta de la forma en que el desarrollo de la AI puede no sólo crear un desbalance de poder sino, lo que es más grave, volver obsoletas todas las formas de control armamentista que han mantenido al mundo a salvo de una confrontación a gran escala entre las principales potencias.
Qué decir, en un plano simultáneamente global y local, de los desafíos que la incorporación de AI en materia de producción representan para el mundo del trabajo y el empleo. Los desafíos que se anticipan en materia de adaptabilidad laboral son enormes.
Así las cosas, dos buenas noticias se han producido durante los últimos días en nuestro país. Por un lado, la aprobación de la ley de transformación digital anticipa el paso de todos los trámites públicos a una modalidad digital, permitiendo además una siempre escasa coordinación entre servicios públicos. Por otro lado, la presentación del Plan de Inteligencia Artificial elaborado por la Comisión Desafíos del Futuro de Senado, representa un ejercicio inusual de dejar atrás la trinchera política para pensar en grande sobre un tema crítico para el país.
Con todo, subsiste la interrogante sobre si daremos el ancho o no para enfrentar una transformación que demanda mucho más que acciones aisladas. El cambio no es sólo técnico, sino que afecta nuestra forma de “ser en el mundo”, la manera en que nos relacionamos, producimos, intercambiamos bienes, creamos cultura, etc. Y eso es más software que hardware. Es un desafío radicalmente humano.
Para enfrentarlo es indispensable, como he señalado en ocasiones anteriores, un pacto social que al modo de la G.I. Bill de 1944, en Estados Unidos, convoque recursos de gran magnitud para hacer posible el diseño, el financiamiento y la implementación de cambios en nuestro sistema educacional y en el entrenamiento que nuestros trabajadores requerirán para ser actores exitosos en el mundo que se aproxima.
Requerimos de un país que asuma como desafío central el instalar una práctica de aprendizaje continuo que convierta esta revolución en una oportunidad para el desarrollo y el bienestar de todos.
¿Daremos el ancho? No lo sé. Pero no hay más opción que intentarlo.