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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

70 años de la Revolución China: la larga sombra del dragón

"Bajo el mando de Xi Jing Pin, se ha generado una gran concentración de poder, similar a la que tuvo Mao. Esto de la mano de un nacionalismo reforzado, decidido a cumplir el “sueño chino”, de ser la primera potencia".

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

El 1 de octubre recién pasado se cumplieron 70 años de la creación de la República Popular China (RPC), coronando (aunque no culminando) un proceso revolucionario que cambiaría a ese país y el mundo.

Setenta es un número auspicioso para los chinos (quien alcanza los 70 es considerado “raro y precioso”), por lo que este aniversario merecía ser celebrado con pompa y solemnidad.

Tras un siglo denominado de “la vergüenza”, caracterizado por una debilidad crónica de los sucesivos gobiernos chinos, el fin de la monarquía, la instauración de la república y la división del país entre los “señores de la guerra”, a lo que se sumaron concesiones forzosas a las potencias occidentales que mermaron su soberanía territorial y la ocupación japonesa de parte importante del país, además de una larga guerra civil entre nacionalistas y comunistas, el país se consolidó nuevamente (con la excepción de Taiwán, Hong Kong y Macao) bajo un único mando.

Mao Tse Tung anunciaba al mundo que China estaba nuevamente en pie, de la mano de una revolución sostenida por los campesinos (a diferencia de la otra gran revolución del siglo XX, la bolchevique). A continuación, puso en marcha una serie de cambios cataclísmicos (la RAE define revolución como “cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”), partiendo por una reforma agraria, quizás la más ambiciosa desarrollada hasta la fecha, por lo vasto del territorio y su numerosa población. Esta reforma eliminó lo que se considera la más antigua clase gobernante en la historia mundial.

Si las décadas anteriores a la constitución de la RPC fueron agitadas, las que siguieron no lo fueron menos. Mao y el Partido Comunista quisieron refundar todo y transformar a China en una potencia moderna. En esa línea se insertan el “Gran Paso hacia adelante” y la “Revolución Cultural”. La segunda mantuvo al país en un estado de ebullición revolucionaria, que solo cesó con la muerte del “Gran Timonel2 (Mao). El país experimentó grandes transformaciones, pero a un alto precio de sangre y destrucción ambiental. Murieron decenas de millones de personas en el intento de hacer realidad una utopía.

Durante el período maoísta, el país se industrializó a una escala nunca vista. Entre 1952 y 1978 la participación de la industria pasó de un 10% al 35% del PGB. Eso sentó las bases para lo que es la China actual, como “fábrica” del mundo.

Los sucesores de Mao, partiendo por Deng Xiao Ping, priorizaron el crecimiento económico y la paz interna, sin aflojar el férreo control político. De pronto, convertirse en millonario pasó a ser “glorioso”. Lo demás es historia conocida. Actualmente China es el segundo país con más billonarios, tras Estados Unidos.

Pero esta aparente placidez se vio remecida al acercarse el 40 aniversario de la revolución, con el movimiento ciudadano que exigió mayor libertad. Como sabemos estas reivindicaciones fueron reprimidas sangrientamente en la plaza de Tiananmen y desde entonces se ha acentuado el control político que ejerce el Partido Comunista.

Las décadas que siguieron fueron de un alto y sostenido crecimiento, significando aquello que centenares de millones de personas salieron de la pobreza y otras tantas pasaron a formar parte de la clase media. También que China sea la segunda economía del mundo, con la posibilidad de ser la primera en poco tiempo más.

El Partido Comunista, que ha promovido el capitalismo (privilegiando eso sí el control estatal de los medios de producción), ha pasado a fundar su legitimidad, desde la ideología, a su eficacia para asegurar el desarrollo económico y la paz social. Pero más aún, ha declarado explícitamente ser la continuidad histórica del sistema imperial y las tradiciones más profundas de China, representando y defendiendo el interés nacional.

China parece encaminada a recuperar su sitial histórico, como el “Imperio del Medio”, pero hay nubarrones en el horizonte. La carrera por el liderazgo mundial se ha traducido en una creciente confrontación con EE.UU., desatándose una guerra comercial entre ambos países.

Aunque en las guerras todos pierden y se sabe cuando empiezan, pero no cuando terminan, la RPC arriesga debilitar uno de los pilares de su legitimidad de gobierno, cual es un alto nivel de crecimiento económico. Si la economía se ralentiza o decrece, ello puede significar que importantes sectores vuelvan a la pobreza o vean frustradas sus posibilidades de movilidad social. Y eso se puede traducir en protestas políticas y amenazas al monopolio del Partido Comunista.

En esa línea, las movilizaciones civiles en Hong Kong son vistas con creciente preocupación por el liderazgo, por sus potenciales efectos contagiosos. Las crecientes desigualdades en la distribución de la riqueza y la corrupción de la administración, son también causas de descontento en la población, a pesar de la vigilancia y represión permanente de las autoridades.

Bajo el mando de Xi Jing Pin, se ha generado una gran concentración de poder, similar a la que tuvo Mao. Esto de la mano de un nacionalismo reforzado, decidido a cumplir el “sueño chino”, de ser la primera potencia.

En un contexto de rivalidad cada vez más exacerbada entre China y EEUU, América Latina no podrá mantenerse al margen. Desde el año 2000 a la fecha China ha dado un salto exponencial en materia de comercio, inversiones y cooperación con nuestra región, disputando la posición de principal socio a Washington. De la mano de esa condición, se está empezando a hacer sentir su influencia política.

Aunque sin duda que el componente económico es y será fundamental en la competencia por el liderazgo en nuestra región, su proyección y alcance dependerá de la coincidencia o convergencia en valores y posiciones comunes. Es ahí donde se jugará la esencia de la partida.

Nuestros países deberán aprender de la sutileza china y de su mirada de largo plazo, para encauzar una relación de mutuo beneficio, sin descuidar los necesarios equilibrios que pueden proporcionar lazos diversificados. Habrá que caminar pisando huevos, pero no únicamente los del dragón.

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