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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Malum Nuntium

"La cultura de la vida es la que parece olvidada y en su reemplazo se ha insertado la conflictividad acompañada de la violencia social".

carabinero parral
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Jaime Abedrapo es Director de la Escuela de Gobierno de la USS

Así se dice en latín “malas noticias”, muy asociadas en la antigua Roma a la llegada de pestes, invasiones bárbaras o malos desenlaces en campañas militares.

Nosotros también estamos siendo informados a diario de malas noticias. Por cierto, siempre ha sido así, sin embargo, por estos días parecieran cruzarse umbrales en materia de violencia social. En los hechos, ya no son exclusivos de los estadios o de asaltos por interés de lucrar, sino que estamos acostumbrándonos a poner atención por un corto tiempo en hechos de violencia que parecieran cada vez asombrar menos a las audiencias, y estar más relacionados con la necesidad de destruir, dañar o acallar al otro.

Al respecto, seamos claros, ese acostumbramiento no es responsabilidad de los medios de comunicación, que, aunque frivolicen o busquen a través del sensacionalismo vender sus portadas, son hechos que ameritan conocerse y que están evidenciando la pérdida del sentido social y amistad cívica.

Esta última semana se nos ha informado de amenazas de muerte en contra de un dirigente medioambientalista; ha sido dado de baja un carabinero por agredir a un pescador; otra vez una bala anónima mata a un bebe de nueve meses en su cuna; el Instituto Nacional es incendiado por encapuchados. Estas son sólo algunas de las crónicas que hemos recibido desde los medios de comunicación social esta semana y que no encuentran respuestas desde los actores políticos.

¿Cómo se podrá evitar que se repitan estas situaciones?: ¿Con más drones? ¿O tal vez con más persecución penal? ¿Impulsando una campaña de control de armas? ¿Ajustando el reparto del contingente policial?, entre otras propuestas que se han ventilado por distintos actores políticos. Todas son iniciativas que desde el control del territorio buscan respuestas inmediatas que brinden alguna tranquilidad a la ciudadanía, sin embargo, este recetario que viene hace décadas aplicándose a través de leyes cortas que apuntan a mayores sanciones en ciertos delitos, aumento en el número de efectivos de carabineros y PDI, además de otras medidas onerosas no han conseguido frenar la descomposición social que vivimos, sobre todo a causa de haber sido criados entre un grupo humano que prescindido de la amistad cívica, y lejanos a una política de prevención efectiva fundada en el afecto. Al respecto, no se está señalando que las tasas de victimización estén al alza (porque no es así), cuestión que ha sido la ocupación principal de los ministerios del interior durante todos los gobiernos, sino que la violencia como conducta se ha instalado en la sociedad.

La cultura de la vida es la que parece olvidada y en su reemplazo se ha insertado la conflictividad acompañada de la violencia social. Ante esta situación que crispa el ambiente no serán los tecnócratas quienes darán propuestas reales, estas se esperan desde los servidores públicos, quienes respeten y sientan un lazo con las personas víctimas y victimarios. Con estos últimos no desde la perspectiva del garantismo que parece haberse instalado en sede penal, sino que desde las causas que han motivado la violencia.

Ahí está la causa primera de las malas noticias, por estar perdiendo la capacidad de encontrarnos y reconocernos como partes integrantes de una comunidad.

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