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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Es hora de que hable la cordura de la Excma. Corte Suprema

Nuestros políticos, tribunales y el mismo INDH o viven en una burbuja o simplemente quieren que el país vaya a una guerra civil, ya que no son capaces de revisar la historia y verificar que si estuviéramos en la Alemania de Weimar.

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Christian Aste es Abogado VLA. Villarroel, Lecaros & Aste

Muchos comunicadores sociales (entre ellos mayoritariamente los que ganan millones y que más de alguna vez han promovido el endeudamiento del chileno siendo rostros de campañas publicitarias) han impuesto la idea de que la destrucción que afectó al país, no obedeció al ataque deliberado e intencionado de una ideología que utilizó la rabia de mucha gente para concretar su agenda política que había sido vencida – y estrepitosamente – en las urnas, sino que más bien responde a la ofensiva del precariado que ha sido abusado.

El Presidente, la mayoría de los partidos políticos y los principales poderes del Estado, en vez de autorizar expresa y formalmente a las Fuerzas de Orden para que hagan su trabajo y apliquen la violencia legítima, como corresponde en un Estado de Derecho, contra el lumpen anárquico y extremista que se ha permitido destruir nuestro país a vista y paciencia de todos nosotros, ha optado por ceder y dejarse amedrentar por los violentistas.

Nuestros políticos, tribunales y el mismo INDH o viven en una burbuja o simplemente quieren que el país vaya a una guerra civil, ya que no son capaces de revisar la historia y verificar que si estuviéramos en la Alemania de Weimar, con la pasividad y negligencia que han obrado, todos nosotros ya habríamos sucumbido a Hitler y a su camarilla, que utilizó el mismo formato desde 1925 para imponer su régimen de terror.

No olvidemos que a Hitler no le importó ser minoría y vulnerar el Estado de Derecho Alemán. En su momento – y vaya que se arrepintieron luego -, todos miraron para el lado, tal como se está haciendo ahora con el lumpen anarquista, los narcotraficantes y los delincuentes extremistas que con el pretexto de la desigualdad se han tomado a la fuerza varias ciudades.

Nuestros políticos de una ingenuidad supina, no sólo NO  han respaldado a las Fuerzas de Orden, sino que por el contrario se han permitido cortarle las manos. Les ha bastado para hacerlo, el haberse comprado el cuento de que los derechos humanos sólo lo violan los agentes del Estado, en circunstancia que la historia de Alemania y de Rusia demuestran empírica y dramáticamente que la destrucción de la democracia y la consiguiente violación de los derechos humanos parte siempre de un grupo de personas, que tras convencerse que son portavoces de la única ideología que consideran buena, se entienden inmediatamente autorizados para imponérsela al resto por la fuerza. Olvídense de lo que ocurre cuando son gobiernos.

Es hora de que la Excma. Corte Suprema, entienda y asuma en propiedad el rol que la historia le demanda. Es el único Poder que puede ponerle freno a esta debacle. No es el Ejecutivo que está sin respaldo. Tampoco el legislativo que carece de legitimidad de base. El único Poder, insisto, que puede aplicar cordura y consecuentemente racionalidad a lo que está ocurriendo es la Corte Suprema.

Hay Ministros ahí que son valientes, y que no temen hacer frente a la odiosidad de los comunicadores sociales, y de una Opinión Pública, que con el aval de distinguidos políticos no trepidaran en cuestionarlos. Pero el orden y la sobrevivencia de nuestro país están primero. Es la hora que el Poder Judicial avale a las Fuerzas de Orden y la autoricen para que puedan utilizar todos los instrumentos de disuasión que el sistema les permite para defender sin ambages a la ciudadanía que ha sido triste y cobardemente violentada. Debiera también aprovechar el impulso y contextualizar correctamente lo que es la violación a los derechos humanos, obligándole al Instituto que los defiende, con recursos de todos nosotros, a que persiga a los grupos anarquistas que no han dudado en usar molotov, hondas, piedras, y hasta armas de fuego para destruir, saquear y hacer daño, con el objeto de imponer a la fuerza su propia agenda, la que además de carecer de líderes no propone soluciones, sino que sólo diagnósticos sesgados, populistas y panfletarios.

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