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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

No le echemos la culpa al sistema

"Mientras no cambie nuestro comportamiento individual no pretendamos que nuestros problemas se resuelvan con un cambio de sistema o de constitución".

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José Pedro Undurraga Izquierdo es Ingeniero comercial y director de empresas

Sin duda que la violencia verbal y física que acompañan al “estallido social” son preocupantes y han de hacernos reflexionar sobre cómo hemos llegado a este nivel de odiosidad. Muchos culpan al sistema de mercado, al que acusan de exacerbar el individualismo y permitir abusos.

No comparto ese juicio, el modelo de mercado no es otra cosa que un reflejo de las personas que actúan en él. El modelo exige que cada cual se haga responsable de sus actos y delega en la autoridad la supervisión de éstos. Si las personas que participan del mercado son dejadas a su arbitrio y se permite que impere la ley del más fuerte, el resultado será indeseable, una selva de frustraciones y temores, y barbecho fértil para cantos de sirena, quimeras y promesas irresponsables.

No responsabilicemos al modelo si no nos gustan los resultados: un mal resultado lo tendríamos en cualquier modelo en el que los instintos más mezquinos inherentes al ser humano fueran dejados desbocarse sin el contrapeso derivado de la propia conciencia y voluntad, o por la fuerza coercitiva del Estado. Busquemos las responsabilidades en los individuos y en cómo se comportan en sociedad, así como cuando no han cumplido sus deberes, en quién ejerce el rol controlador. Mientras no cambie nuestro comportamiento individual no pretendamos que nuestros problemas se resuelvan con un cambio de sistema o de constitución.

Los comportamientos abusivos, atropelladores, francamente delictivos, son el resultado de una mala formación valórica, subvaloración de los hábitos virtuosos y mala educación. No es el modelo económico el que permite la corrupción, sino las personas que interactúan en él. Parece que las leyes y las buenas costumbres solo existieran para ser cumplidas por los demás. Siempre que pueda hacerlo sin que me pillen, les daré una vuelta o tomaré un atajo.

Tomemos nota de algunos hechos ejemplificadores de lo que ocurre hoy cotidianamente en nuestra sociedad y a los cuales lamentablemente nos hemos acostumbrado sin reparar en cómo han horadado nuestra cultura y tolerancia.
Algunos ejemplos: los contratos no surten ningún efecto si no son firmados ante notario, pues ya la palabra empeñada no es suficiente. Luego, campea la desconfianza, ya tampoco vale el notario como testigo, ahora las escrituras se firman con la huella digital, tanto para que no sea falsificable la firma, como para que ésta no pueda ser desconocida por el firmante. Cuando hay un taco en la carretera no falta quien comienza a avanzar por la berma, cuando hay una fila no falta quien quiera saltársela, faltándoles el respeto a todos quienes esperan su turno. En los supermercados las botellas de licores se entregan después de pagarlas, pues en caso contrario hay quienes cambian el contenido de las cajas de licores más caros por otros más baratos. Lo mismo pasa con las pilas y las hojas de afeitar. Los prestadores de la salud han debido recurrir a la huella digital para impedir que terceras personas suplanten a sus afiliados y cobren beneficios que no les corresponde. Las compañías de arriendo de automóviles han tenido que marcar hasta los neumáticos pues hay quienes arriendan vehículos por el día, con el sólo propósito de cambiarles los neumáticos u otras piezas. Hay personas que facilitan a sus amistades identificaciones personales e intransferibles, desde entradas a los estadios a pases de andariveles en la nieve. Personas que hacen sus compras personales cargándolas al Rut de alguna empresa, no sólo para evadir el IVA, sino para disminuir la renta imponible de la empresa. Otros que devuelven las compras de ropa a las tiendas después de haberlas usado en alguna fiesta. Empleados fiscales que conversan animadamente mientras enfrentan una fila de personas esperando ser atendidas. Empresarios y ejecutivos que se coluden o abusan de posición dominante. Mandos que se apropian indebidamente de fondos institucionales. Jueces que prevarican. Empresas fiscales que en sus licitaciones establecen mecanismos y fórmulas para cumplir con la forma, pero que están dirigidos a favorecer a particulares determinados. Falsos exonerados políticos que cobran indemnizaciones indebidas al Estado. Deportistas que simulan faltas inexistentes del adversario, o que se dopan para obtener mejores resultados. Dirigentes que no resuelven adecuadamente sus conflictos de interés. Periodistas que traicionan a sus audiencias torciendo las noticias y emitiendo opiniones como si ésas fueran noticas objetivas. Políticos que lisa y llanamente mienten proclamando verdades a medias o exponiendo de manera incompleta los problemas de la sociedad, etc. etc. etc. La lista puede ser interminable, pero nada tiene que ver con el sistema, sino con quienes se sirven de él.

Otros, entre los que me encuentro, responsabilizamos a quienes han culpado de todo lo que ocurre a la estructura, desvinculando las consecuencias de los actos de las personas con cualquier atisbo de responsabilidad individual. Cuántas veces hemos tenido que oír la excusa “tuve que”, para justificar actos moralmente reprochables. El “tuve que” representa la forma en que racionalizamos comportamientos inconsistentes con nuestra conciencia, a sabiendas de lo reprochable de una conducta, endosándole la responsabilidad al sistema. Muchos de quienes promueven el socialismo buscan hacer buenas y solidarias a las personas, a la fuerza, desde un púlpito moralizante en que ponen al Estado, olvidándose que éste está compuesto por las mismas personas de carne y hueso que hoy abusan del mercado, con las mismas virtudes y defectos. Estigmatizan el éxito como si todo quien lo alcanza lo ha hecho a costas de pasar por sobre otros. Educan en la tristeza del bien ajeno y en el resentimiento. Deshumanizan a las personas de la misma manera, que cual fariseos, la enrostran al mercado.

La responsabilidad de la situación actual recae fuertemente en la educación que hemos provisto a nuestros contemporáneos y sus hijos. CS Lewis, en ese gran ensayo sobre la educación en nuestros tiempos llamado “hombres sin pecho”, decía, castramos al caballo y pretendemos que luego sea fértil. En nuestros sistemas educacionales estamos educando personas sin pecho, con el cerebro adormecido y el hedonismo desbocado, sin afectos, sin empatía, sin respeto, sin juicio crítico y pretendemos después que se comporten como ángeles. Dura tarea nos espera en recuperar nuestra cultura enferma.

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