Ceguera
"La ceguera física puede llegar a transformar por completo la vida de una persona. Pero la ceguera mental que está detrás de la dirección de una organización y, por extensión también del Estado, puede llevar a toda una sociedad hasta un punto insostenible".
Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.
A la fecha ya son más de 220 los heridos con trauma ocular severo en lo que va corrido de las jornadas de protesta social, de los cuales 33 han perdido al menos la visión total de alguno de sus ojos. Pero tal vez el caso más emblemático sea el de Gustavo Gatica, joven estudiante de psicología quien sufrió la pérdida total de su visión al comprometer ambos ojos, al llegarle balines mientras sacaba fotografías en la marcha del pasado viernes 8. Un golpe brutal que no sólo afecta para siempre la vida de un joven y de su familia, sino que termina atravesando el alma completa de una sociedad, que observa con rabia e impotencia cómo sus instituciones no discriminan entre violentistas y manifestantes pacíficos a la hora de reprimir, y termina atestiguando cómo nuestra juventud está siendo cegada por el Estado
Pero tal vez lo más terrible es constatar que existe una ceguera aún mayor. Que aún siendo espantoso perder la facultad de ver con los ojos, resulta aún peor cuando la ceguera está instalada en la mente. Y es que rara vez asumimos que la capacidad de ver no consiste tanto en disponer de la información necesaria mediante los sentidos, sino más bien en ser capaces de entenderla, sopesarla, evaluarla y procesarla. Podremos estar rodeados de letras y textos, pero si no sabemos leer, sólo las interpretaremos como simples líneas y manchas. O peor aún, podemos llegar a interpretarlos como otra cosa diferente, con un significado muy diferente.
Al final nuestra capacidad de ver la realidad depende fuertemente de las distinciones que tengamos en nuestro modelo mental. Distinciones que vamos adquiriendo a lo largo de la vida en base a nuestras experiencias y aprendizajes. Y es en base a ellas que nuestro modelo mental termina procesando la complejidad observada, tratando de reducirla a algo que le sea comprensible según dichas distinciones. Por lo que cabe entonces preguntarse ¿con qué distinciones estamos observando lo que pasa?
Si miramos a nuestras elites, en una sociedad chilena extremadamente segregada y casi sin movilidad social, veremos que su experiencia de vida ha sido muy similar. Se han criado desde siempre en sectores socioeconómicos acomodados, han estudiado en colegios particulares pagados, estudiaron en alguna de las 4 o 5 universidades de elite, siempre han vacacionado en lugares de elite y se han relacionado socialmente solo con personas que conforman su propio círculo de elite. En resumen, siempre se han movido bajo códigos propios de la elite y su referente de vida es el mundo de los países desarrollados. ¿Qué posibilidad tienen de observar y entender de verdad la realidad de una ciudadanía que nunca ha vivido bajo dicho contexto? ¿cuentan con las distinciones suficientes en sus modelos mentales como para comprender y validar la vivencia cotidiana del ciudadano de a pie de este país?
No nos extrañemos entonces que llegada la hora de que las autoridades interpreten la crisis social, no parezcan darse cuenta ni dimensionar realmente lo que está pasando. “¿Cómo comprender que millones de personas estén insatisfechas con un modelo que nosotros como elite vemos como intrínsecamente bueno y beneficioso? ¿No será que en realidad la gente no lo entiende, que no les hemos explicado bien sus bondades? ¿No estará la ciudadanía siendo manipulada por grupos de intereses ideológicos contrarios al sistema? ¿La gente se manifiesta pacíficamente durante años contra las AFP, la educación o la salud? bueno, es pacífico, así que no es tan grave, por lo que no modifiquemos nada ¿Comienzan a quemar estaciones de metro y supermercados? entonces parece que si es importante así que concedamos algo ¿Salieron a la calle por los $30 del metro? entonces eliminemos el aumento ¿Qué las pensiones están muy bajas? entonces subamos $20.000 las pensiones más bajas ¿Qué necesitamos orden y seguridad? Entonces saquemos a las fuerzas del orden a la calle y que baleen a discreción ¿Qué quieren cambiar la constitución? entonces pidámosle al Congreso que escriba otra (si, ese mismo congreso lleno de representantes que la ciudadanía cuestiona su permanencia allí, gracias a la propia Constitución que se quiere cambiar)”
Acá no hay un entendimiento real de las demandas ciudadanas, solamente una interpretación sesgada desde lo que su propio modelo les permite ver. La ceguera física puede llegar a transformar por completo la vida de una persona. Pero la ceguera mental que está detrás de la dirección de una organización y, por extensión también del Estado, puede llevar a toda una sociedad hasta un punto insostenible.
Pero peor aun cuando la ceguera no resulta privativa sólo de las elites. El mismo mecanismo de aprendizaje también opera para el resto de la ciudadanía, quienes también van estructurando un modelo mental en base a las distinciones que van formando a lo largo de su vida. ¿Tenemos suficiente interacción con personas que piensan distinto como para enriquecer nuestras distinciones y poder comprenderlas? ¿Buscamos información en fuentes diversas o nos centramos sólo en las mismas de siempre, aquellas con las que sintonizamos ideológicamente? ¿Somos capaces de matizar entre posiciones o más bien miramos en términos de negro y blanco, de buenos y malos? ¿Ampliamos nuestras redes de contacto o, por el contrario, las vamos sesgando cada vez más, excluyendo de ellas a quienes piensan distinto que nosotros? ¿Estamos concientes de que construir una salida nos obliga a sentarnos a conversar entre todos, no sólo entre los que pensamos similar? ¿Trataremos de aplastar al que piensa diferente o lo legitimaremos y respetaremos para construir entre todos un futuro social más inclusivo y diverso?
Me parece que estamos siendo una sociedad crecientemente ciega, en la que cada vez nos vamos encerrando más y más en nuestras propias y limitadas distinciones. Terminamos así siendo esclavos de nuestros restringidos modelos y radicalizando nuestras posturas, precisamente cuando más necesitamos poder encontrarnos en un espacio de diversidad para lograr hallar salidas constructivas a este conflicto.
¿Cómo salimos de ese problema? Para empezar, creo que debiéramos de verdad aprender a convivir más en diversidad. Organizarnos y participar activamente en instancias ciudadanas. Y eso implica aceptar y legitimar a los demás, incluso si piensan distinto. Abrir más nuestras redes, no eliminar a quienes piensan distinto, que dejen de ser burbujas pequeñas y enfrentarnos a la situación de dialogar y debatir las ideas, sin atacar a las personas.
Contribuir no sólo con ideas de qué tipo de país queremos, sino también aportar respeto, positividad y buen ánimo en los espacios de debate. Facilitar discusiones, aprendiendo a callar en ocasiones para no escalar los conflictos y en otros casos sacando la voz para aportar a su resolución. Y siempre cuestionarnos las propias ideas y abrirnos a la opción de ver las cosas desde otras miradas.
Y a nivel institucional abrazar la movilidad social. Erradicar la discriminación en los procesos de selección por motivos sociales. Que al conformar equipos directivos se tenga en consideración a la diversidad como un valor más importante que la similitud entre las personas. Porque si no enriquecemos las miradas a nivel directivo en nuestras organizaciones, seguiremos manteniendo una peligrosa ceguera a nivel institucional. Peligro que se agudiza cuando es el Estado el que se afecta por ella, impidiendo ver la realidad de una ciudadanía que sufre por políticas definidas y aprobadas desde una ceguera casi criminal que ya se arrastra por demasiado tiempo.