Fenómenos de la “Revolución de Octubre”: absolutismo, deshumanización y redes filtradas
"En tiempos de crispación política, la prudencia y el pensamiento crítico son fundamentales para salvaguardar la convivencia social y la democracia".
Patrick Poblete es Investigador en Instituto Res Publica.
El historiador Alejandro San Francisco califica a los hechos vividos en nuestro país como la “Revolución de Octubre”. En este proceso se han visto una serie de comportamientos y fenómenos sociales a los que se ha tratado de dar explicación mientras que grupos de ciudadanos se asientan cada vez más en posiciones que eran incluso inverosímiles antes del estallido del 18 de octubre.
Recorriendo calles de diferentes comunas de Santiago, llama la atención la variedad y lo que refleja lo plasmado en rayados de todo tipo. Entre las muchas consignas, demandas legítimas, insultos e incluso amenazas, hay un tipo de rayado que destaca: aquellos que afirman que vivimos, actualmente en Chile, bajo una dictadura.
Si bien es minoritario, existe hoy un grupo de personas, principalmente jóvenes nacidos en democracia, que defienden y sostienen la posición de que el gobierno del Presidente Sebastián Piñera es hoy una dictadura. En esta lógica, no hay ninguna fuerza por parte del Estado que sea legítima, puesto que los encargados de ejercerla no tendrían validez o bien, porque se ejercería en contra de “el pueblo” movilizado, aquel que está libre de una ponderación objetiva de sus actos y ya sea por su vociferante naturaleza o por una posible condición de mayoría, siempre tendría la razón y la justicia de su lado.
Sí vivimos hoy en una dictadura, ¿cómo se le llama a un país sin partidos políticos, sin elecciones libres, con policía política y sin instituciones independientes que denuncien o juzguen delitos de lesa humanidad?. La perspectiva es necesaria incluso cuando no nos gusta lo que tenemos enfrente y hoy, hay muchos que no dudan un segundo en dejarla de lado.
Otro fenómeno usual es aquel que viene de la ridiculización y demonización de aquellos que se desmarcan de las demandas de los grupos más organizados y vociferantes dentro de la manifestación. Es desde la construcción, a través del lenguaje y la cultura, de un personaje que recubre a estas personas sindicadas por aquellos que utilizan pedestales morales autoimpuestos, que se consigue validar la violencia contra grupos específicos. A través de “la paca no es compañera”, “milico traidor” y las descalificaciones a los “chalecos amarillos”, es que se logra despojar de la dignidad inherente de cada persona a estos ciudadanos para luego, validar y respaldar a quienes les lanzan molotovs, piedras, ridiculizan y agreden de múltiples maneras.
Este proceso de “deshumanización” es previo y necesario para cultivar la violencia, puesto que las personas razonables en general son reacias a ejercer la fuerza contra sus conciudadanos de manera injustificada. Es a través de un discurso de lucha de clases o de separación de la sociedad en grupos contrarios y enemigos, que se consigue este efecto.
Otro fenómeno que vale la pena mencionar es producto de las redes sociales. Un efecto que ha tenido en el diario vivir la facilidad de la comunicación a través de las redes sociales es la de estar en un constante flujo de información pero que, a la vez, está filtrada según las personas que mantenemos en nuestros círculos digitales.
Es así como si algún contacto de una persona comienza a publicar o comentar elementos que contienen posturas muy contrarias a las del titular de la cuenta digital, es muy posible que termine por ser silenciado, eliminado o incluso bloqueado por el dueño del perfil. Este proceso termina por configurar una audiencia y red que está pasada por un filtro, un cedazo, y que suele celebrar ciertas posturas o actitudes las que, en última instancia y cuando se trata de posiciones políticas, puede terminar por extremarlas.
Es así como finalmente se ve en redes sociales a personas que aseguran confiadas la victoria en las próximas elecciones de posiciones minoritarias, que defienden políticas más extremas o que incluso publican sin ningún costo social su validación de la violencia. Siempre se debe tener presente que, en la gran mayoría de los casos, las personas con quién se interactúa en redes sociales no son una muestra estadísticamente significativa del país y, por lo tanto, no se configura como un lugar en donde validar posturas, ideas o predecir resultados electorales.
En tiempos de crispación política, la prudencia y el pensamiento crítico son fundamentales para salvaguardar la convivencia social y la democracia. Hoy más que nunca, se necesita de ciudadanos firmes que no caigan en posiciones simplistas o en falacias intolerantes.