El forzado plebiscito chileno
Están naciendo movimientos ciudadanos que intuyen que alguien más va a tener que velar por los asuntos públicos, ya que el enraizamiento de los intereses de las facciones más destructivas de la política ha logrado subyugar a las que se preciaban de ser el contrapeso.
Ignacio Santa María es Cofundador del Movimiento Alerta Chile
La franja televisiva es una muestra de lo improvisado y forzado que ha sido la etapa que nos llevará a decidir, el próximo 26 de abril si aprobamos o no una nueva Constitución para Chile. Todo esto se hizo arrinconando en su totalidad al país, y no solo a los políticos. Es por esto que la opinión pública está empezando a manifestar el poco entendimiento respecto a este proceso constituyente.
Ha sido tan forzado que ahora vemos los efectos, no hace sentido que los políticos de derecha digan que apoyan un procedimiento que de ser aprobado iría en busca de borrar todo lo que han construido después de tanto trabajo.
No hace sentido que los políticos de izquierda se escondan bajo la mesa, cuando se les pide ayuda para controlar un
vandalismo inédito y aberrante que daña, principalmente, a la ciudadanía que dicen defender. Pero ambos sectores se embarcaron, y ahora tratan de mover sus piezas evitando cualquier daño electoral.
Extraño es también que se instale una franja televisiva que en 75% va a promover una de las opciones y solo 25% en la otra y el sistema político lo acepta como si no hubiera alternativa.
Son las huellas que va dejando este proceso, lo que en realidad devela un trasfondo opaco e inexplicable, que augura a su vez un futuro muy incierto, porque no hay otra explicación que la zozobra completa del poder del Estado; de la indecisión e ineptitud de quienes se les ha confiado la administración del estado sobre todo cuando enfrenta una crisis.
Es por esta situación que están naciendo movimientos ciudadanos que intuyen que alguien más va a tener que velar por los asuntos públicos, ya que el enraizamiento de los intereses de las facciones más destructivas de la política, han logrado subyugar a aquellas que se preciaban de ser el contrapeso, pero que el concubinato de tantos años ha destruido la capacidad de separar lo partidista de lo patriota, tal como cuesta separar a los siameses.
Resulta difícil aceptar esto, ya que, a diferencia de otros pueblos latinoamericanos, los chilenos tenemos esa experiencia para poder anticipar lo que nos podría ocurrir si este procedimiento avanza en el sentido que planearon sus promotores iniciales.
Hoy nos vemos impedidos de participar en la franja televisiva, dado que los requisitos que hábilmente colocan los mismos políticos que tienen tan quebrada nuestra sociedad hacen imposible o infructuoso cualquier esfuerzo por tratar de incidir en esta encrucijada.
El premio de consuelo de poder mostrar en un segundo un logotipo, al estilo de la famosa Rosa de Arica, no hace más que evidenciar nuevamente que nuestro nacimiento al igual que el de otros movimientos, es la respuesta natural al clamor vital de un país, que ve cómo su institucionalidad está en manos de aquellos que nos llevaron a esta situación y que no muestran estar a la altura de las circunstancias.
Hoy, los que no han podido evitar que Chile esté fragmentado y dominado por los delincuentes son nuevamente los directores de una puesta en escena que ningún chileno se entusiasma en ver.