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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Coronavirus: más allá de lo sanitario

No olvidemos que varias epidemias han generado movimientos mayores en la historia de la humanidad, desde la aceleración del término del régimen feudal en Europa con la peste bubónica, pasando por la merma o extinción de varios grupos humanos, hasta masivas migraciones.

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Tras más de 50 días de declarada la propagación del coronavirus o COVID-19 en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei en China central, cunde el nerviosismo por su expansión, y por la cifra de muertos que ya supera los 2.000.

Aunque no es la primera epidemia ni será la última, lo que siempre atemoriza en estos casos es la velocidad de propagación de la enfermedad, su masividad y su efecto potencialmente mortal (a modo referencial la gripe española habría matado a más de 100 millones de personas en 1918-19). Lo primero obviamente se ha acelerado con la facilidad de movimiento de las personas y rapidez de los medios de transporte, así como por una mayor densidad poblacional global. En cuanto a la tasa de mortalidad del COVID-19, aunque porcentualmente baja, no deja de impactar en un mundo en el cual, como nunca antes, se ha logrado mitigar estos fenómenos con los avances de la medicina, mayor higiene y mejor alimentación, entre otros múltiples factores. La masividad del contagio en estos escenarios exige al máximo la estructura sanitaria de los países, superando generalmente su capacidad de reacción adecuada, lo que profundiza el sentimiento de temor de contraer la enfermedad. Este temor o pánico muchas veces genera consecuencias que empeoran la situación.

Pero haciendo abstracción de la dimensión sanitaria, ¿qué consecuencias y percepciones ha dejado esta epidemia en desarrollo?

En primer lugar, se origina en China, potencia ascendente, en pugna por el liderazgo mundial. Por sus características como la segunda economía global y la más poblada del mundo, inmediatamente se abre un escenario de mucho mayor impacto que epidemias que se han declarado en otras latitudes, como el ébola en Africa. La rivalidad con EEUU ha asumido distintas aristas, siendo la más evidente la guerra comercial. Esto además se da en un contexto mundial de proliferación de la manipulación informativa por parte de los gobiernos y grupos en competencia. Ese mismo contexto, favorecido por la opacidad de la información emanada desde las autoridades chinas, ha dado lugar a un sinnúmero de teorías conspirativas, que hace algunos años atrás habrían pasado por ideas totalmente estrafalarias, pero que hoy suscitan al menos dudas en muchos. En algunos medios y en las RRSS circula la tesis, avalada por “expertos” que este virus es una creación humana, y que, o bien se escapó de un laboratorio en Wuhan, o fue implantado por “terceros”.

Estas tesis han sido refutadas por importantes científicos, incluso estadounidenses y británicos, pero en el actual estado de las cosas, siguen siendo verosímiles para muchas personas y contribuyen a actitudes que no ayudan a resolver el problema, o incluso lo profundizan.

Si el Gobierno Chino se ha caracterizado por un férreo control social, que incluye una rigurosa censura de medios y RRSS, para evitar la articulación de una oposición que amenace el predominio del Partido Comunista o posibilite la secesión de parte de su territorio (Xinjiang, Tibet), en este caso, el método ha tenido un efecto contrario. La falta de información y su manipulación, al menos al inicio, ha generado una gran desconfianza hacia la acción gubernamental. La población se pregunta si el problema no es mayor al develado por las autoridades y duda de su competencia para hacerse cargo del mismo. Eso se ha traducido en reclamos y protestas públicas espontáneas (lo que más teme el régimen) y que además han significado la remoción forzada de algunos funcionarios.

El Presidente Xi Jinping apareció tarde reconociendo la gravedad del problema y tomando medidas más drásticas para contener el fenómeno.

Como la legitimidad del Partido Comunista se apoya en su capacidad para asegurar el desarrollo y bienestar del país, así como en el nacionalismo, proponiendo volver a ser la potencia central que durante siglos fue, cualquier evento que erosione esos pilares, implica amenazar su preminencia. Paradójicamente entonces, la potencial amenaza al régimen no proviene de un movimiento político o separatista, sino de las consecuencias del mal manejo de una situación sanitaria. Esto hace 3 meses atrás, hubiese sido impensable. El Presidente Xi Jinping ha acumulado tal poder (eliminando, entre otras reformas, el límite al período presidencial), manteniendo una economía fuerte y con una activa diplomacia global, que no se veían amenazas a su mapa de ruta, con la acotada excepción de Hong Kong y ahora el coronavirus. Lo común de ambos casos es el temor al contagio (democrático y enfermedad) y sus efectos.

No olvidemos que varias epidemias han generado movimientos mayores en la historia de la humanidad, desde la aceleración del término del régimen feudal en Europa con la peste bubónica, pasando por la merma o extinción de varios grupos humanos, hasta masivas migraciones.

De cómo prosiga el curso de la epidemia en China y la acción gubernamental, dependerá probablemente la adhesión de la población (al menos en las zonas afectadas) al régimen, y ello puede derivar en conductas organizadas desde lo político, hasta una sociedad civil más empoderada y que exija más transparencia a todo nivel. Pero por supuesto esto será muy difícil de comprobar y seguir, si así ocurriere. Pero no se puede descartar, y el gobierno chino sabe que se juegan cosas más allá de lo sanitario.

Si el ámbito doméstico es relativamente controlable, la percepción internacional no. En estas situaciones quedan en evidencia las fortalezas y debilidades de los países, que redundan en su status. China, que aspira a ser la primera potencia en todo orden de cosas, está rindiendo examen ante el mundo sobre cómo manejar esta crisis. Importan aquí sus políticas de salud, el nivel de su infraestructura sanitaria, la velocidad de reacción de sus autoridades y la entrega oportuna de información, su exactitud y transparencia, así como la colaboración multilateral que se establezca para combatir un fenómeno que puede extenderse a todo el mundo. Aunque es temprano para emitir un juicio, pareciera que faltó la transparencia necesaria al inicio, lo que podría incidir en una mayor tasa de contagio y muertes.

La acción multilateral tan vilipendiada hoy, deja en evidencia en situaciones como estas, todo su valor. A problemas globales, deben corresponder soluciones a partir de la coordinación multilateral. Es de esperar entonces, que al menos esto redunde en el fortalecimiento de la OMS y su red de entidades nacionales, para enfrentar mejor futuras contingencias.

Otro factor que ha quedado en evidencia, es el impacto económico que está generando este fenómeno sanitario. No solamente ha afectado la producción local, también el comercio internacional, dejando en evidencia la profunda interdependencia que existe entre muchas economías, especialmente en materia tecnológica. Celulares que se fabrican en China con piezas de otros países, autos que se arman en Japón con piezas chinas, y así en muchos rubros. Indudablemente esto repercutirá en el PIB chino y mundial, pero, así como para algunos inversores y comerciantes implicará graves perjuicios, para otros abrirá oportunidades, y podríamos ver un redireccionamiento de flujos comerciales en algunos bienes y servicios, así como de las inversiones.

En la carrera contra el tiempo para contener la enfermedad y desarrollar alguna vacuna o tratamiento efectivo, no solo están en juego vidas humanas. También están en curso otros movimientos y transformaciones que habrá que seguir atentamente. Mal que mal, tenemos que asumir que las epidemias y fenómenos climáticos derivados del calentamiento global, tendrán un impacto cada vez más relevante en nuestras sociedades. Por eso urge fortalecer la acción multilateral en ambas áreas.

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