Los alcaldes, la frivolidad y Contralorito
Que desde Contraloría se denuncie la frivolidad al interior de la función pública no hará a ciertos burócratas menos superficiales. Sin embargo, es un testimonio notable que explica una de las causas de nuestra actual crisis de autoridad.
Juan L. Lagos es Investigador Fundación para el Progreso
«Es aquello que hago entre matinales y noticiarios», esta podría ser la definición de “trabajo” de algunos alcaldes durante la crisis de la COVID-19. Lo cierto es que la exposición de ciertos ediles durante esta contingencia ha sido excesiva, tanto en el tiempo en pantalla como en el contenido de sus intervenciones. Ante esto, el dictamen de Contraloría acierta en recordarles a las altas autoridades municipales que sus actos no deben mermar la unidad de acción necesaria para superar esta crisis.
También lo hace cuando señala que la participación recurrente en los medios de comunicación en horario laboral puede implicar una distracción indebida de sus labores propias y que, en último término, esto podría terminar frivolizando la función pública. Este comentario puede resultar escandaloso por venir de un organismo que causa furor en las redes sociales con una mascota que entre bromas y memes —muchos de ellos, de dudable neutralidad política— nos enseña rudimentos de Derecho administrativo. Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero: por muy frívolas que puedan ser algunas intervenciones de la Contraloría, no deja de tener razón al decir que la frivolidad reina en la TV y que las autoridades contribuyen a ella de forma notable.
Richard Rorty decía que cierta frivolidad ayudaba a cargar con el desencanto del mundo y no dejaba de tener razón: una vida llevada con exclusiva gravedad termina por hacerse insoportable. Pero la clase de frivolidad que advierte la Contraloría en dicho dictamen no es la del tipo que reivindicaba el filósofo norteamericano: esta causa desconcierto en la ciudadanía y obstaculiza el actuar de la autoridad central, lo cual es intolerable en este delicado momento y todo a cambio de un mezquino dividendo político.
Es posible que este dictamen no les haga ni cosquillas a los alcaldes. De hecho, ninguno ha salido a respaldar el oficio y muchos han declarado que harán caso omiso a lo señalado por el contralor Bermúdez, pero el mérito de este documento no está en su efectividad. Que desde Contraloría se denuncie la frivolidad al interior de la función pública no hará a ciertos burócratas menos superficiales. Sin embargo, es un testimonio notable que explica una de las causas de nuestra actual crisis de autoridad.
Si nuestros dirigentes actúan con la ligereza que hoy lamentamos no es porque se trata de personas que están por debajo de la media nacional, no es así, es solo porque creen estar por encima de la investidura que tienen; que el mero hecho de tener poder los hace la medida de todas las cosas. Por esta razón, no hay más códigos de vestimenta que los trapos que se calzan o más lenguaje apropiado que la germanía que les sale de la boca. En definitiva, no hay más ley que la que son capaces de aplicar con poco esfuerzo y el resultado de su egocentrismo y mediocridad salta a la vista y no de buena manera.
Como se puede ver, este problema no es exclusivo de los alcaldes, esta advertencia cabe para diputados —sobre todo para ellos—; senadores; ministros de corte y de gabinete; para rectores de universidades y profesores de colegio. En Chile no se respeta a la autoridad porque ni la autoridad se respeta a sí misma. Revertir esta lamentable tendencia parte por honrar la investidura que se detenta, tanto en las formas como en el fondo. Así se acaba con la frivolidad en la política, así se enaltece la función pública.