Bailando en el Titanic
Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección
Desde que el mundo es mundo tal como lo conocemos, vivimos preparados para ganar y tener riquezas. Y algunos, los más poderosos, en mantener y sostener la supremacía sobre los demás.
Hemos vivido y construido el mundo para crecer, acumular y mantener el status quo de unos pocos a costa de la gran mayoría.
Además de las inversiones para crecer, las inversiones se hicieron para conservar, lo que generó prepararse siempre para la guerra, la que tal vez es y fue el enemigo más temido pero a la vez, el más controlable y gobernable. Al menos, hasta hoy.
Siempre el mundo fue construido asignando recursos para el bienestar y para la protección de quienes podían pagar esos beneficios de confortabilidad, nunca pensando en una hecatombe en la que todos se verían involucrados más allá de sus riquezas.
Así se construyeron ciudades, como por ejemplo Santiago, dónde hay comunas con mayor confortabilidad que otras, en términos de salud, de seguridad, de educación, de entretenimiento, de limpieza, de transporte. Comarcas ricas y comarcas pobres.
Así se construyó, por ejemplo, el Titanic. Un barco invencible, imposible de hundirse, con lujos para unos y con miserias para los de la otra clase.
Un barco en el que se asignaron recursos para el lujo, las ceremonias, los grandes salones, la tecnología, las maquinarias, la potencia, la velocidad…
Hasta que un día alguien avisó que se ingresaba a una zona de hielos, y alguien más en forma tardía avistó un iceberg. Al menos, la punta del iceberg. Y el Titanic colapsó.
De nada sirvieron los grandes salones, ni el lujo, ni la orquesta, ni las reflexiones del capitán acerca de los por qué de la colisión asesina. Seguían bailando en el Titanic, el barco perfecto en el que nunca se previó un iceberg, por lo que tampoco se previeron los botes salvavidas suficientes.
Pensamos en el lujo, en el bienestar y en el llegar rápido, pero sin prepararse para esa instancia en términos de seguridad y supervivencia.
La crisis sanitaria desnudó la misma carencia en una sociedad preparada para grandes desarrollos, para la acumulación y la riqueza de los menos.
Hombre a la Luna, exploración de planetas, desarrollo de la telemática, avances increíbles en la salud y en la extensión de la calidad de vida. En otro sentido, avances (o retraso) en la carrera armamentista, en la inteligencia artificial para optimizar costos en búsqueda de la rentabilidad máxima. Y en esa búsqueda voraz, aparece sin quererlo la más profunda sensación de pobreza y pequeñez. Como decía Stephen Hawking, somos escoria química poco significativa.
Creímos controlar lo controlable, pero no fue así. Nos olvidamos de la seguridad.
Invertimos en ejércitos, pero nos olvidamos de conservar la supervivencia para cuándo alguna vez chocáramos insensatamente contra un iceberg, algo no controlable ni gobernable como una guerra generada por los mismos humanos.
El COVID 19 es el iceberg. Tardamos en identificarlo porque el foco estaba puesto en la generación de valor económico, en la transformación digital que mentirosamente nos iba a dar bienestar general cuando lo que hasta ahora ha generado es desempleo por no estar preparados como lo estuvieron los supersónicos. Claro, quienes lideran al mundo no son Hanna & Barbera…
El COVID 19 es el iceberg que hizo sucumbir a un débil Titanic, supuestamente invencible y que, en ese accidente ingobernable, nos sorprendió sin salvavidas.
Los botes salvavidas (camas) serán insuficientes. Los chalecos salvavidas (respiradores y ventiladores) son insuficientes. Entonces el caos.
Algunos líderes de cartón siguen reflexionando sobre los por qué, otros voraces intentan aprovechar angustias y caídas en el valor de las cosas para acumular sin saber para qué, otros falsos profetas hablan de futuro y de cómo el amor nos va a salvar.
Nada de eso.
Nos hemos equivocado como especie. Intencional y estúpidamente. Quisimos crecer y avanzar sin tener respaldo sobre la seguridad de protegernos.
Ahora, solo queda la acción de hoy. Es ahora. Es la decisión presente con efecto futuro y no la predicción y la especulación de lo que podría suceder, porque lo que viene es impredecible. Si cometemos el error de vivir con la ansiedad de gobernar lo ingobernable, de controlar lo incontrolable, seremos incapaces de dar respuesta ahora. Y claro que se va a perder.
Nos queda decidir sobre el hoy, e intentar sobrevivir dinámicamente, aunque lamentablemente con la falta de salvavidas muchos que viajaban en el segundo y tercer subsuelo, inevitablemente se ahogarán.
Reflexionemos para la próxima epidemia y repensemos la manera en que comprometemos y asignamos los recursos.
Porque sin vida, nada tiene sentido.