El drama progresista: ¿hacia dónde se progresa?
"Este negocio de reunirse con los extremistas es pésimo para los moderados. Los primeros ponen los votos en el corto plazo, los segundos sacrifican su prestigio en el largo".
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
En los últimos 15 años la centro izquierda chilena se vino abajo. Ella condujo este país durante su período de mayores éxitos económicos, sociales y políticos. Nos dio una posición internacional respetada. Nos mantuvo separados de las demagogias que son la regla en nuestro continente. Mantuvo la paz y la armonía democrática por primera vez en la historia de Chile (hoy no se entiende por qué los militares cuidan los recintos electorales, pero en 1941, cuando se dictó la ley que lo manda, todos lo tenían claro). Sin embargo, hoy sus partidos se han resquebrajado. Sus líderes e intelectuales han desaparecido, se han retirado de sus filas o han decaído para ponerse con la nueva tónica. Su último gobierno impulso una serie de políticas desastrosas. Sus rostros gozan de baja confianza popular, pues nadie cree que encarnen los valores que dicen defender, se desviven en peleas más propias de un reality o aparecen de tanto en tanto ligados algún asunto de tinte criminal. Finalmente, durante el período que ha sucedido al 18 de octubre se han dedicado a avivar el fuego, poco han hecho por defender el orden público y convirtieron la acusación constitucional en un deporte. ¿Qué les paso?
Creo que su gran pecado es que han sido incapaces de separar aquellos que son demócratas de los que no. Este es un problema del progresismo a nivel mundial y una de las causas de sus peores derrotas (según The Economist, en 2016 los norteamericanos consideraban que Trump estaba más al centro que Clinton). Esto impide a aquellos que creen en el diálogo y la democracia poder construir un proyecto que convoque. En este sentido, la antigua Concertación fue sabia en mantenerse separada de los comunistas. Sin embargo, esto se ha perdido y hoy parece no importar aliarse con grupos que desprecian las instituciones democráticas y el mismo trabajo técnico.
Creo que han llegado a esta situación porque se centraron en ganar elecciones y no en defender sus ideas. La promoción de las grandes políticas públicas y el guiar al país, cedió ante la tentación de contentar de forma cortoplacista a las masas. Así, aceptaron aliarse con aquellos que ganan elecciones enardeciendo al votante. No buscan movilizar promoviendo un futuro mejor, sino inculcando la envidia y el odio en el corazón. De esta manera, la superación de la pobreza, la entrega de mejores servicios públicos y la generación de más oportunidades, fue rendida frente a la retórica de “quitarle los patines” a los niños de colegios particulares subvencionados. Lo mismo se puede decir de la promoción de la colaboración humana, que hoy es negada por todos aquellos que nos hacen creer que el mundo es una permanente guerra entre hombres y mujeres, o ricos y pobres.
Este negocio de reunirse con los extremistas es pésimo para los moderados. Los primeros ponen los votos en el corto plazo, los segundos sacrifican su prestigio en el largo. Así, se embarra la imagen de nobles estadistas, y se espanta a cualquier persona de altos estándares éticos y profesionales que quiera participar en sus filas. Estos saben que es peligroso involucrarse con personas que basan sus luchas en la promoción del odio. No son ingenuos, saben que hay injusticias en e mundo laboral, que existe violencia en toda clase de relaciones y que hay importantes injusticias sociales. Sin embargo, tienen claro que el discurso extremista solo promoverá más males.
Así, no es raro que no haya un recambio generacional que mantenga la fuerza e integridad del grupo. Asimismo, es fácil advertir por qué cada tanto tiempo se descuelgan de sus partidos algunos de sus mejores nombres. Esto último, sin embargo, me da la esperanza de que podrá nacer en Chile un nuevo progresismo que realmente crea en el progreso. La próxima semana, podemos analizar a la derecha.