Nuevo Orden Internacional : el regreso del Estado
"La pandemia del coronavirus ha dejado en evidencia que el Estado ha regresado a su condición de actor sin contrapeso en el sistema internacional".
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
La organización política que han adoptados los grupos humanos y sociedades ha pasado por distintos estadios a lo largo de nuestra evolución. Entre el siglo XV y XVI, comenzó a forjarse una gran transformación en Occidente, que derivó en el nacimiento del Estado Moderno (su génesis en sus rasgos actuales se suele ubicar a mediados del siglo XVII con la Paz de Westfalia), el cual ha persistido desde entonces como el actor principal del Sistema Internacional.
El fin del sistema feudal, que imperó por casi 10 siglos en Europa, vino de la mano de 3 grandes factores: un cambio cultural, con el Renacimiento y la transición desde el teocentrismo y el concepto de Europa como una gran unidad (“La Cristiandad”), al antropocentrismo y la Reforma, que terminó con la unidad política (que al menos existía nominalmente como heredera del Imperio Romano) y religiosa europea, y consagró el predominio del monarca sobre la nobleza. Al factor cultural se sumó el cambio social y económico, con la emergencia de la burguesía que fue determinante en acelerar el cambio de régimen, para tener más autonomía (lo que volverá a suceder algunos siglos después y que significó el fin de prácticamente todas las monarquías). Finalmente, el cambio político, con la consolidación del monarca como autoridad absoluta en un territorio determinado (invocando al comienzo su condición de ungido divino como pilar de legitimidad), apoyado en una administración permanente.
Esta estructura se fue volviendo más sofisticada y compleja con el transcurso del tiempo, y derivó en su definición actual como “una comunidad humana, fijada sobre un territorio propio, que posee una organización que resulta para ese grupo, en lo que respeta a las relaciones con sus miembros, una potencia suprema de acción, de mando y coerción” (Carré de Malberg (1988)).
Durante el siglo XX la evolución del Estado experimentó varios hitos. Tras la Primera Guerra Mundial surgió con fuerza la identificación de la Nación con el Estado (proceso que por supuesto llevó varios siglos), constituyéndose nuevas unidades territoriales independientes, a partir de la disolución de los imperios europeos, fundadas en la nacionalidad. Este proceso se amplió tras la Segunda Guerra Mundial, con el proceso de descolonización y, más tarde, con la disolución de la URSS. Actualmente son casi 200 los estados en el mundo.
Paralelamente, y para hacer frente a un planeta más interconectado e interdependiente, surgió una nueva categoría de actor internacional: las organizaciones multilaterales. Estas empezaron por temas técnicos y fueron ampliando su giro, hasta abarcar todo el espectro temático. Su florecimiento vino después de la Segunda Guerra Mundial, como reacción a las causas que generaron ese conflicto y para prevenir su repetición, destacando el sistema de Naciones Unidas, las instituciones de Breton Woods (BM, FMI y OMC) y la Unión Europea. Básicamente, los estados constituyeron entidades para abordar colaborativamente todos los temas que excedían sus posibilidades, lo que fue ampliándose en función del avance de la globalización. Lo interesante de este proceso es que, en forma creciente, las organizaciones creadas fueron adquiriendo autonomía de sus constituyentes. Esto fue posible por contar con una burocracia propia permanente, y un presupuesto a partir de la contribución financiera de los estados. La autonomía de las organizaciones multilaterales también se nutrió de la construcción de una ficción: la igualdad jurídica de los estados. Con pocas excepciones, la regla general en su seno ha sido 1 estado = 1 voto. Esto indudablemente fortaleció el multilateralismo, al otorgar real poder de incidencia a los estados más débiles en los asuntos mundiales a través de las organizaciones.
Para que esa ficción funcionara, y por tanto reforzar el multilateralismo y el Derecho Internacional (muy vinculado a este fenómeno), también era necesario que las potencias accedieran a respetar las reglas del juego, lo que ocurrió en lo fundamental.
A la cesión creciente de atribuciones del Estado a organismos multilaterales, se sumó otro proceso: el surgimiento de los regionalismos. Estados que se habían construido históricamente sobre el control centralizado de su población, de pronto experimentaron presiones descentralizadoras fundadas en comunidades internas, algunas preexistentes a su formación. Esto comenzó institucionalmente en el Europa, pero se ha extendido a todos los continentes. Algunos consideran que esto ha sido también un efecto del multilateralismo. En la Unión Europea se llegó a hablar de la “Europa de las regiones”, en la cual al final daba lo mismo cómo participaran los miembros, mientras no se alterara el conjunto. Esto significó que muchas regiones comenzaran a actuar en el campo internacional, dando lugar a un nuevo término y área de estudio en las relaciones internacionales, con la “paradiplomacia”. Y no solo eso, estos regionalismos/nacionalismos han amenazado la integridad territorial de varios estados, buscando su independencia, como Escocia y Cataluña, por mencionar los más notorios.
En suma, no obstante ser la entidad política por excelencia y actor internacional central, el Estado se fue debilitando interna y externamente desde la Segunda Guerra Mundial. Pero, esta tendencia experimentó un quiebre a comienzos de este siglo, con algunos hitos como la invasión a Irak por EEUU (saltándose a la ONU), la crisis económica subprime (que habría dejado en “evidencia los excesos del modelo mundial”) y el Brexit, pero que en lo profundo constituye una reacción contra la globalización en curso. Esto se reforzó con el sentimiento de grandes segmentos al interior de los países (incluyendo a las potencias), que se sentían cada vez más gobernados por una matrix global, ajena a sus problemas y necesidades, y que fueron incidiendo en sus gobiernos para retomar competencias cedidas y privilegiar el “interés nacional”. De pronto, el mismo Estado que había promovido el proceso de globalización, era visto como la principal contención contra sus efectos (economía, migraciones, seguridad, etc.)
Esto se ha traducido en un progresivo y rápido abandono del sistema multilateral post Segunda Guerra Mundial, partiendo por su principal arquitecto, EEUU.
La pandemia del coronavirus ha dejado en evidencia que el Estado ha regresado a su condición de actor sin contrapeso en el sistema internacional. Todas las acciones principales para enfrentar el problema han sido a nivel estatal individual y los organismos internacionales han tenido un rol absolutamente irrelevante.
El consenso que posibilitó la arquitectura multilateral se rompió, y no parece que se vaya a recomponer, no existiendo tampoco claridad sobre qué lo reemplazará. Mientras tanto viviremos en un mundo más incierto, en el cual el poder incidirá mucho más que el Derecho y la colaboración en las relaciones entre estados. Esto puede llevar a un escenario de revivir bloques de países antagónicos, liderados por una potencia, entre los cuales habrá que tomar partido en algún punto.
La recuperación del protagonismo de los estados a nivel del sistema internacional implicará, al menos por un tiempo, el traslado del eje de las discusiones fundamentales desde lo global a lo doméstico. En esa línea, puede ser una buena oportunidad para abordar o retomar temas tan relevantes como el rol del Estado, el fortalecimiento de los gobiernos locales, la distribución de los recursos y la organización política. Está claro que la estructura interna de la mayoría de los estados no se condice con la evolución y desarrollo de sus sociedades, lo que genera una fricción y antagonismo interno creciente por esta incongruencia.
Tal vez las sociedades que mejor resuelvan estos problemas sean aquellas que puedan dar vida al sistema multilateral de mañana. La famosa frase “piensa global, actúa local” quizás deberá complementarse con “cambia local, actúa global”.