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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Asintomático

"La insistencia del Ministro con relevar la importancia de los asintómaticos como enfermos distintos de los que presentan síntomas, es una extraña ficción de normalidad, connotando a los 'asintomáticos' más cerca de la salud que de la enfermedad".

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Mónica Peña Ochoa es Académica Magister en Psicología mención Psicoanálisis y Psicología Social

La palabra “asintomático” ha tomado un nuevo significado en el panorama de la pandemia a la chilena. “Pandemia a la chilena” es aquella donde el virus puede mutar “a buena persona”, donde los centros comerciales pueden abrirse, pero hay toque de queda a nivel nacional. El asintomático es como un enfermo que no está enfermo, donde el virus, con su casi infinita capacidad de contagiar y su potencial peligro de muerte quedan suspendido en un mundo donde hay personas que están pero no están enfermas.

Hace algunas semanas el Ministro de Salud integró al conteo al grupo de “asintomáticos” “incorporamos a personas que no tienen síntomas, que probablemente han estado con contacto estrecho con alguien que sí está enfermo, y que tienen un PCR positivo“, añadió. El test PCR es uno de los más fiables hoy en día para la confirmación de casos de COVID-19. Lo anterior responde, según indicó el Ministro de Salud a que “cada vez es más evidente que la mayoría de las personas que hacen una infección con COVID-19 lo hacen en forma asintomática“. Para el Ministro los asintomáticos son importantes porque no generan ninguna demanda hospitalaria, aplicando así más una perpsectiva de gestión managerial que una estrategia epidemiológica.

La confusión que esto generó era que al no contar a los asintómaticos junto con los enfermos sintomáticos de COVID-19, la cifra de contagiados parecía bajar ostensiblemente, generando la sensación de que los contagiados eran menos de los que realmente son. El término “asintomático” en la boca del Ministro Mañalich suena más como una ventajosa oportunidad a pesar de que se acerca más al título de una película de terror donde hay personas que pueden contagiar a los otros sin saber. Para comprender mejor esto es necesario hacer una comparación: en Islandia, país de 364.000 habitantes se testeó al 10% de la población y se encontró que casi la mitad de las personas que estaban contagidas no habían presentado síntomas. Otro elemento relevante que hay que tener en cuenta, es que múltiples investigaciones en el emergente campo de conocimiento del COVID-19, han encontrado grandes variaciones en estos síntomas. Tos, dolor de garganta y fiebre han sido los síntomas más comunes, pero también se han contabilizado malestares estomacales, pérdida del gusto y el olfato, erupciones en la piel especialmente en lo más jóvenes; enfermedades a la sangre que podrían estar relacionadas con reacciones autoinmunes, así como casos de “hipoxia silenciosa” que fueron comunicados por el diario inglés The Guardian esta semana.

“No tener síntomas” como ventaja nos pone en una lógica pre-psicoanalítica. Una lógica donde todo está bien si no pasa nada. El síntoma, que transforma el malestar en pregunta, es un dispositivo de saber y de cura. El asintomático, sin costo para el sistema es más bien la versión metonímica del virus: silencioso vector de contagio que se multiplica en el cuerpo. El COVID-19 en este caso -y como ha ocurrido con el VIH – son microorganismos que se previenen en la medida de que no haya contacto directo con la fuente de contagio. El VIH es un virus que se trasmite por la sangre y por trasmision sexual. El condón ha demostrado ser la forma más efectiva de evitar contagios en el segundo caso. En el caso del COVID-19 que su contagio es por mucosas, la mejor forma de evitar el contagio es el distanciamiento social y el lavado de manos. Es curioso que en Chile ambas formas de prevención cuentan con tanta resistencia de parte de las cúpulas que toman decisiones, dejando el cuidado final a las decisiones que tomamos los y las ciudadanas de manera grupal o individual sin presencia del estado.

El síntoma es la señal que nos dice que hay algo oculto que no vemos. La insistencia del Ministro con relevar la importancia de los asintómaticos como enfermos distintos de los que presentan síntomas, es una extraña ficción de normalidad, connotando a los “asintomáticos” más cerca de la salud que de la enfermedad. Nadie se pregunta si esas personas no tienen ninguna clase de síntoma; o los tienen y no los han notado por diversas razones, o bien no los han relacionado con una enfermedad que ha demostrado ser enormemente variable. El asintomático en el bizarro mundo de la “prevención a la chilena” parece ser un sujeto que no está imposibilitado de seguir siendo un sujeto productivo, un individuo de bajo costo, cuyo único peligro -velado- es que puede esparcir la enfermedad de manera silenciosa. Pero este peligro no es remarcado por las autoridades, sino que por el contrario, se contabilizaba al asintomático, esa supuesta “gran mayoría de enfermos” chilenos como insistió el Ministro (que apenas es la mitad según los datos islandeses) como un costo menos para sistema.

La metáfora del asintomático es una cruel realidad en nuestro modelo, donde las personas no pueden enfermarse, no pueden envejecer, no pueden deprimirse, incluso no pueden embarazarse, porque el modelo no da soporte a nadie que tenga síntomas. Ser asintomático es el imperativo para ser parte del sistema: estar sano aunque sea de mentira, ser un sujeto que no se hace preguntas, que no tiene momentos de debilidad que lo abran al cuestionamiento del sí mismo y del otro. Sanos, aunque sea a la fuerza, un ejército de asintomáticos para defender al sistema.

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