Conspiracionismo en tiempos de cuarentena
Como bien plantea el investigador belga Michel Collon, el conspiracionismo es una forma conservadora de derrotismo político, la cual le hace el juego finalmente a los grupos de poder existentes.
Andrés Kogan Valderrama es Sociólogo Editor de Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org
Mientras los distintos Estados en el mundo siguen viendo al COVID-19 como un enemigo a vencer, a través de una guerra declarada contra este nuevo virus mediante la imposición de distintas medidas restrictivas a la población, como los son toques de queda, cuarentena obligatoria, cordones sanitarios, cierra de fronteras, entre otras, la discusión sobre las causas estructurales de fondo de lo que está ocurriendo prácticamente están ausente en los grandes medios de información.
Es así como ante esta emergencia sociosanitaria, la cual tiene al mundo entero en una completa incertidumbre de lo que pasará en el futuro, ha aparecido un discurso conspiracionista para explicar lo que está ocurriendo, el cual está ganando cada vez más adeptos, y que puede ser visto como una manera despolitizada de afrontar un proceso en curso, el cual niega la posibilidad de pensamiento crítico y en la construcción de alternativas.
Un discurso conspiracionista sobre la aparición del COVID-19, el cual va desde la idea de una arma biológica fabricada en laboratorio por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, China o Israel, la introducción de la red telefonía móvil 5G o el control de la natalidad de la población por parte de Bill Gates para el beneficio de las grandes farmacéuticas, negando así todas ellas el origen zoonótico sobre este nuevo patógeno.
Si bien estas retóricas conspirativas están siendo usadas por gobernantes de distintos países, tanto de izquierda como de derecha, para justificar su autoritarismo interno, la idea de una conspiración universal no tiene nada de nueva y está dentro de un discurso del poder obsesionado con el complot de ciertos grupos (judíos, musulmanes, iluminatis, brujas, marxistas, jesuitas, anarquistas, masones, reptilianos) que tendrían la capacidad absoluta de manipular a las masas.
Es cierto que los complots han existido históricamente en distintos lugares, materializándose estos a través de golpes de estado, asesinato de líderes políticos, control de medios de información, implementación de sanciones económicas, pero han estado situados en términos espaciales y temporales. En consecuencia, han sido el resultado de procesos concretos y no por la acción de un grupo oculto moviendo los hilos.
Por ende, creer en el conspiracionismo, es pensar que procesos como el capitalismo, colonialismo, androcentrismo o antropocentrismo, responden a la creación orquestada y sin contrapeso de un grupo determinado, y no al resultado de luchas históricas entre distintos actores y la imposición de ciertas concepciones de mundo excluyentes que se demoraron siglos en desarrollarse.
Por ejemplo, el caso del colonialismo del Estado de Israel hacia el pueblo palestino, visto desde el pensamiento crítico, responde a un proceso que tiene relación con la imposición de una ideología nacionalista (sionismo), heredera de los imperialismos europeos. De ahí que la Nakba (catástrofe) y el apartheid impuesto en territorio palestino no tengan relación con un plan judío oculto para dominar el mundo, tipo Protocolos de los Sabios de Sion, como piensa el conspiracionismo antisemita.
Lo mismo con esta nueva pandemia, la cual no tiene nada que ver con el conspiracionismo de algún grupo determinado para imponer un nuevo orden mundial, como lo puede ser el Grupo Bilderberg, sino el resultado histórico de un proceso de conquista de ecosistemas para la implementación de modelos insostenibles de vida, a través de la desforestación, urbanización, industrialización y mercantilización del planeta, lo que ha generado la liberación de nuevos patógenos.
Por último, como bien plantea el investigador belga Michel Collon, el conspiracionismo es una forma conservadora de derrotismo político, la cual le hace el juego finalmente a los grupos de poder existentes, desmovilizando así a la población y negando la posibilidad de desarrollar una praxis política transformadora.