El desafío de reconstruir las confianzas
El coronavirus ha sido el clímax de una crisis que se viene arrastrando desde hace tiempo. Sería injusto culpar de todo a este “enemigo poderoso y temible” que, a decir verdad, no causa tanto temor como la incapacidad legislativa, de generar acuerdos y consensos en favor de las personas, de nuestra clase política vigente.
Rodrigo Durán Guzmán es Académico y periodista.
Probablemente actuar en consecuencia, y coherencia, sea una de las cuestiones más complejas de poner y llevar a la práctica. Porque en el discurso, la acción, las sutilezas, más aún en contexto de alta polarización y desconfianza, terminan marcando diferencias a favor o en contra en la relación emisor – receptor.
Esta relación la venimos observando hace bastante rato y fue en el denominado estallido del 18 de octubre de 2019 donde quedó en evidencia lo que se conoce como el malestar social y el consiguiente despertar de la ciudadanía.
Con todo, una de las mayores aprensiones de las élites se arraiga en no perder sus cuotas y espacios de poder, pero entendiendo que necesariamente tendrán que ceder algo, aunque sea poco, para generar la sensación de un emparejamiento en cuanto a los privilegios.
Cada día que pasa estamos asistiendo a un proceso generalizado e inédito de pérdida de confianza en todas las instituciones y organizaciones.
Los actores sociales desconfían de la política y los partidos, de las instituciones públicas, de las empresas, de las organizaciones religiosas, etc.
Este generalizado proceso hace indispensable una reflexión sistemática y adecuada respecto a cómo recuperar la confianza perdida (si acaso esto es posible), de qué manera ello se puede lograr, y qué acciones específicas se deben impulsar.
Lo que predomina, en el actual contexto país, es la desconfianza, una que se ha instalado de tal forma que no sólo ha permeado todos los niveles y estratos de nuestra sociedad sino también pone en vilo el comportamiento electoral que se evidenciará en las próximas elecciones.
Es tal la nebulosa que mientras a comienzos de 2020 se pensaba que los incumbentes tendrían la primera opción de triunfo hoy, en consideración a los resultados que dejará la actual coyuntura sanitaria, el escenario es completamente abierto para cualquiera.
Y si bien es iluso y falaz pensar que todos partirán de cero, porque no lo es, lo cierto es que el desafío eleccionario, para quienes tengan la valentía y el coraje de optar a algún cargo – escaño, será cuesta arriba ante una nación aséptica, que cuestiona, que critica, que exige y que demanda.
Porque Chile no sólo tendrá que salir lo más digno y airoso de esta crisis de salud pública, sino que, posteriormente, se encontrará con un escenario de cifras históricas en materia de desempleo, con una reactivación de la economía que no será sencilla y con una demanda de urgencias a satisfacer con recursos limitados.
En paralelo, habrá quienes, de seguro, aprovecharán la coyuntura con relatos populistas y soluciones “de sombrero de mago” que embaucarán a uno que otro ciudadano con necesidades que, la incapacidad de respuesta de binomio político izquierda – derecha, poco y nada puede perder en respaldar cantos de sirena que, aun cuando imposibles, al menos servirán como bálsamo para surfear el trago amargo del desempleo, de las deudas, de la imposibilidad de que el mercado logre generar empleos de calidad, con remuneraciones dignas.
De hecho, no es descartable en absoluto que se vuelva a generar un nuevo estallido social, más aún cuando en octubre se realizará el plebiscito por una nueva carta fundamental.
El tema, que en verdad le interesa sólo al mundo político, será un gallito de fuerzas debilitadas que intentarán imponer su hegemonía en beneficio de sus intereses. Porque sepa usted que la Constitución no garantiza que usted pueda pagar sus dividendos, sus consumos básicos o poner el pan en la mesa, tanto para usted como para su familia.
El coronavirus ha sido el clímax de una crisis que se viene arrastrando desde hace tiempo. Sería injusto culpar de todo a este “enemigo poderoso y temible” que, a decir verdad, no causa tanto temor como la incapacidad legislativa, de generar acuerdos y consensos en favor de las personas, de nuestra clase política vigente.
De hecho, para el coronavirus se podrá desarrollar una vacuna que nos permita enfrentarlo pero, para tener políticos decentes y probos, la verdad es que estamos a años luz y es altamente probable que muchos de nosotros estemos muertos y aún nuestra nación siga esperando por esa ansiada casta de políticos que sean reales servidores públicos y no que vean, en la cuestión pública, una oportunidad de servirse a sí mismos y a los suyos a costa de todos y cada uno de nosotros.
Porque a la postre la actual clase política, quienes ocupan cargos de representación popular, ha demostrado ser mucho más letal, e indolente, que el COVID-19, el virus sincicial y la influenza juntos.