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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Dignidad y solidaridad; dos conceptos instrumentalizados

"Estamos frente a un vicio comunicacional moderno, que es el morbo, la atracción hacia acontecimientos desagradables. Lo que no reconocemos es que eso es una enfermedad y que está debilitando el carácter nacional".

Por José Pedro Undurraga Izquierdo
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José Pedro Undurraga Izquierdo es Ingeniero comercial y director de empresas

La pandemia y la consecuente cuarentena en la que estamos ya por cuatro semanas ha producido que quienes podamos dediquemos tiempo a cosas que estaban postergadas. Entre ellas la lectura o la meditación sobre temas que requieren quieta reflexión. En mi caso me ha significado también una práctica auto flagelante; dedicar algunos minutos diarios a observar el desempeño de “rostros” y políticos en los matinales de la televisión, mientras espero el comunicado oficial del ministro.

Me ha llamado enormemente la atención la falta de propiedad o precisión para referirse a los distintos temas. Entre estas faltas de consistencia me refiero a la instrumentalización carente de todo pudor que se hace, al parecer inadvertidamente, de la dignidad de las personas más castigadas por las circunstancias. En persecución de rating los canales ventilan desgracias con el propósito de causar lástima, pena, en un principio, para luego derivar en resentimiento y crítica implícita al sistema o a la autoridad. Lo alarmante es que todo ello se hace justamente en aras de la dignidad de los individuos. Nada más indigno que hacerlos desnudar sus circunstancias en público.

Estamos frente a un vicio comunicacional moderno, que es el morbo, la atracción hacia acontecimientos desagradables. Lo que no reconocemos es que eso es una enfermedad y que está debilitando el carácter nacional.

Otro tema que me ha llamado la atención es la manipulación que se hace de los conceptos. Un ejemplo de ello es la discusión que se ha levantado sobre el impuesto al patrimonio y lo que se ha mal denominado un llamado a los más ricos a ser solidarios.

Leyendo artículos antiguos en la internet encontré una columna en un diario español que se refería al intento del gobierno francés en 2005 por eliminar un feriado religioso de pentecostés, para transformarlo en un día laboral, en que las remuneraciones se destinarían a “aliviar las penurias de los ancianos”; es lo que se denominaría el Día de la Solidaridad. Argumentando derechos adquiridos y otras razones, los sindicatos de la época se opusieron férreamente a la eliminación del feriado argumentando que la solidaridad ha de ser voluntaria, que la voluntariedad es de la esencia de la solidaridad. No podemos entender, entonces, los impuestos como actos de solidaridad, sino como actos de fuerza, de coerción. No está demás precisar, que el patrimonio de una persona corresponde a la acumulación de remuneraciones y utilidades que ya en algún minuto de la historia fueron “solidarios” y pagaron sus correspondientes impuestos: Para que las personas afectadas caigan en la categoría de super ricos hoy, los impuestos pagados en el pasado tienen que haber sido en su momento, de una magnitud relativa importante también.

Quisiera aventurar un juicio para continuar la reflexión. Los impuestos constituyen el financiamiento del Estado, tanto de la burocracia como del gasto social. Cuando la proporción del gasto fiscal se inclina fuertemente hacia el financiamiento de la burocracia, o programas sociales ineficientes, debiéramos pensar seriamente en reorientar los programas o reducir el tamaño del Estado y bajar los impuestos dejando así más espacio directo a la intervención de los individuos en auxilio de sus conciudadanos. Por otro lado, un Estado que determina altas tasas de impuestos a los ingresos de las personas está afectando la natural inclinación de éstas hacia la solidaridad, pues ya no deja espacio para que esa práctica se cultive. El Estado y la legislación sustituyen la natural obligación solidaria hacia el prójimo entendido como un “otro yo”.

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