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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Es la evolución…

Lo que si está claro es que hoy, el gran ausente es el liderazgo. Solo hay personas con jerarquía a cargo de un gobierno, haciendo ofertas y promesas, desarticuladas y mezquinas.

Gabinete rechazo
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Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección

“Si no sabes a dónde vas, cualquier camino puede llevarte allí…”
(L. Carroll, “Alicia en el pais de las maravillas”)

No seamos tan complicados, leamos cosas simples y profundas. A veces los tecnócratas se ponen difíciles y olvidan que vivimos de lo esencial.

Esa frase de Lewis Carroll que el Conejo Blanco le plantea a Alicia, es aplicable a los gobiernos y a sus gobernantes, cuando confunden destino con viaje, fines con medios. No darse cuenta de la diferencia es determinante en el juego político, en el que los valores siempre son superiores al cálculo.

Tal vez por pensar en términos formales y estructurados, generalmente los “economicistas” y “técnicos” no tienen resultados satisfactorios en la política.

Pongamos como caso muy reciente el de Ernesto Talvi en Uruguay. Un economista brillante que desarrolló una campaña electoral basada en lo “profesional” y en la tecnocracia, como argumento central de lo que suponía una nueva política. Su discurso perfeccionista, le valió una banca en el senado de la coalición ganadora y el presidente Lacalle le dio el cargo de canciller, lo que supuestamente le permitiría demostrar sus cualidades. Para no extenderme, despues de tres meses Talvi renunció a su cargo de canciller, y posteriormente, renunció a su banca en el senado uruguayo. El motivo, planteado por él mismo, es muy simple: La política se lo devoró.

Si miramos a Chile, queda demostrado que la política se está devorando a los políticos, tanto en el poder ejecutivo como a quienes intentan legislar, los que parecen no estar a la altura de la situación, ni en lenguaje ni en postura. Claro que no es un problema de hoy, pero hoy se viene profundizando.

Cuándo la política exige definición de rumbo, manejo de la incertidumbre a partir de la convicción y compromiso con la promesa, quienes hacen uso de la política discuten por los caminos en lugar de discutir y acordar un destino. Discutir el instrumento y sus consecuencias, como en el caso del retiro del 10%, no es otra cosa que una riña entre quienes no manifiestan tener un propósito que los ilumine.

Es así que, por ejemplo, los políticos adoptan y desgastan la palabra transformación, como en su momento otros tantos términos de moda.

La disputa política de hoy está dada por mantener o transformar un “modelo”, siendo el que busca mantener un decrépito conservador, y el transformador un superhéroe de la “nueva política”. Ni una cosa, ni la otra.
Gobernantes y legisladores buscan protagonismo hablando de transformar la cultura, la economía, la educación, la salud. Hasta de una transformación fundamental como es la constitución, la que parecería dejar de ser una ley fundamental para “transformarse” en un supermercado de leyes cotidianas.

Hasta se plantea la transformación cambiando personas en un gabinete, como si fuesen artículos de decoración. Para que transformar si no conocemos el destino.

La transformación equivocadamente ha devenido en un fin, y claramente no es un fin, sino un puente entre una situación dada y otra posible, la que se supone una evolución.

Por lo tanto, sería exigible a la clase política chilena discutir acerca de la evolución, antes de pensar en transformar lo que no sabemos para qué transformar.

¿Porqué un político debiera pensar en términos de evolución? Hace poco más de un año, conversando con el ahora presidente de Uruguay Luis Lacalle, surgió la palabra “evolución” como eje central de su discurso. Y ahí discutimos, pero llegamos a la conclusión que la evolución es lo que guía y para eso hay que transformar, y para transformar tenemos que integrar.

Tres conceptos claros: Integrar para transformar, y transformar para evolucionar hacia donde queremos llegar como destino.

Hoy en Chile, mientras algunos discuten sobre el retiro del 10% como si fuese el sinónimo del fin de los tiempos y otros suponen que aliviará el presente y después Dios proveerá, todavía no existe la figura política dispuesta a plantear que el país tiene 3 problemas: No sabemos integrar, no entendemos que transformar y mucho menos hablamos del rumbo y el destino. Nos preocupan los caminos, no el destino. En definitiva, no tenemos las condiciones iniciales para evolucionar.

El ciudadano común, quiere saber si todas las propuestas, las acciones y las decisiones, pueden responder aquellas preguntas que le generan incertidumbre, porque puso su voto para reducirla.

¿Evolucionamos hacia una sociedad más justa?
¿Evolucionamos hacia un consumo responsable?
¿Evolucionamos hacia una sociedad más educada, y por ende mas “autocontrolada”?
¿Evolucionamos hacia la centralización o descentralización?
¿Evolucionamos hacia un sistema de salud apropiado?
¿Evolucionamos hacia una democracia que garantice los derechos al bienestar y a la libertad?

Ese mismo ciudadano común debe pensar lo raro que implicaría transformar un modelo, sin tener claro hacia dónde debiera evolucionar.

Posiblemente, quienes gobiernan tal vez no conozcan el ritmo la evolución, pero deben darse cuenta, que son ellos los que deben plantearla. Pero la mezquindad de las ideas bloquea el proceso. La vieja política, es la que no permite iluminar a quienes gobiernan como verdaderos integradores de ideas, sin prejuicios en el uso de las palabras.

Hoy más que nunca sabemos que no hay liberalismo sin progresismo y no hay progreso sin libertad. Por lo tanto, la nueva política es el pragmatismo que nos permite entender que la evolución es una constante y hay que aprender a conducirla.

El problema es quien y quienes conducen. Nadie puede conducir aquello con lo que no está cómodo. Es un tema de sensación y convicción.

Este gobierno supone que tiene un Ferrari, y lo que intenta es manejarlo sin darse cuenta en que realidad tiene un camión petrolero con acoplado y dos containers pesados detrás. Y posiblemente, se sentiría incómodo manejando el camión, pero debiera darse cuenta que no puede transformar el camión en un Ferrari. Pero además ¿Hacia dónde ir con la Ferrari o con el camión? No está claro.

Lo que si está claro es que hoy, el gran ausente es el liderazgo. Solo hay personas con jerarquía a cargo de un gobierno, haciendo ofertas y promesas, desarticuladas y mezquinas. Saben lo que pueden dar, pero entregan algo, después algo más, después más. Un trabalenguas premeditado de una negociación absurda, que no hace otra cosa que profundizar una crisis se hace inevitablemente repetible.

Y en esta crisis interminable, la gente va por cualquier camino, esperando que alguien le plantee un destino, al menos un dato de por dónde pasa la evolución.

Tal vez, frente a la escasez de políticos que enaltezcan la política, será el momento de escuchar al Conejo Blanco de “Alicia en el país de las maravillas”.

Un país, que parece no ser éste.

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