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31 de Julio de 2020

Análisis de series: Mi Gran Casamiento Reality

Netflix se sumó en el último tiempo a la industria del matrimonio con dos propuestas.

Por Cristina Alzate
matrimonio televisión
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La industria de los matrimonios hace tiempo que irrumpió en la televisión, con múltiples programas que abordan las distintas facetas del rito. Desde Matrimonio a Primera Vista, donde, como su nombre lo indica, desconocidos se casan en su primer encuentro, hasta Say Yes to the Dress, una franquicia que se centra en el proceso de encontrar el vestido de novia perfecto.

Por eso no es de extrañar que Netflix también haya entrado al juego con dos ofertas recientes, que se centran en los dos extremos del proceso: encontrar novio o novia, y la ceremonia propiamente tal, con dispares resultados.

La oferta más reciente es la más efectiva y novedosa. Se trata de Indian Matchmaker, un reality enfocado en una casamentera de Bombay que se especializa en armar parejas para matrimonios arreglados, una costumbre que sigue buena y sana en la India y su diáspora. El programa se mueve entre Estados Unidos y la India contando las historias de los distintos clientes de Sima, la casamentera. Cada uno le da su lista de requerimientos para su potencial pareja y Sima se esmera en encontrarles alguien que se acerque lo más posible al listado. Matrimonio a la carta express.

Los méritos del reality son varios. Primero cumple el primer requisito del género: ser entretenido. Luego, tiene un excelente elenco de personajes que se van revelando a lo largo de los capítulos. Y también abre una ventana a una costumbre arraigada y familiar en la India, pero que resulta bastante más desconocida en este lado del mundo. La mirada está lejos de ser profunda, y desperdician un par de oportunidades para darle más matices al trabajo que realizan las casamenteras, las presiones familiares y el encatrado sociocultural que mantiene vigente una costumbre como los matrimonios arreglados. Pero Indian Matchmaker logra dar una visión lo suficientemente interesante como para agregarle un elemento extra al reality, más allá de la pura entretención.

Menos convincente resulta Say I Do, una especie de pariente pobre de la nueva versión de Queer Eye, donde tres expertos (un diseñador de modas, un decorador de interiores y un chef) les organizan fiestas de matrimonio a parejas que por distintas dificultades de la vida no se han podido casar. El referente es claro, pero el resultado está muy lejos de su serie “madre”. Con casi una hora de duración, los capítulos se hacen eternos. Es cierto que hay que darle espacio a la historia de amor para que se muestre y desarrolle y que así la ceremonia posterior importe, pero los episodios tienen mucho de relleno, los expertos no son ni tan carismáticos ni empáticos como en Queer Eye, y el tono emotivo y derechamente cebollento de los episodios se hace monótono.

Además, el programa es poco diverso, no en términos de parejas (incluye jóvenes, mayores, parejas gay y de color), sino en maneras de abordar el rito del matrimonio: flores, plumas, brillantina o árboles de navidad más o menos, todos reciben en esencia la misma celebración. Todos terminan encasillados en la misma manera de casarse: con muchas personas presentes y una gran fiesta al final. Seguro que los participantes quedan felices, pero como programa de televisión, deja bastante que desear.

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