Plebiscito constitucional, libertad de conciencia, creencias y de opinión……. ¿pero cómo avanzamos hacia una sociedad más tolerante?
Seamos críticos y alejémonos de la consigna que no es capaz de ver que tenemos una sociedad más compleja que sólo los dictados de Milton Friedman o Karl Marx.
Ernesto Evans es El Dínamo.
La Constitución chilena establece la libertad de emitir opinión, de informar y estar informado. También la libertad de conciencia, de pensamiento y, obviamente, de expresarlo, tanto en privado como en público. Obviamente, sin ofender ni trasgredir la honra de las personas.
La convención de derechos humanos dice que “toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión…. así como la libertad de profesar y divulgar su religión o sus creencias, individual y colectivamente, tanto en público como en privado”. Emitir opiniones, expresar lo que sentimos – ¡sin ofender ¡- o mantener una creencia religiosa o una convicción, está en la base de los derechos esenciales. En el extremo cartesiano, “no soy más que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón”.
Pero no sólo eso, sino que define algo elemental de una sociedad: poder vivir en un mismo territorio, en una misma comunidad, pero con ideas, creencias y opiniones distintas. Mi convicción es que lo que más necesitamos, en Chile, es tolerancia de calidad y respeto por el que piensa y opina distinto.
Después del referéndum vendrá la elección de los integrantes para redactar una nueva Constitución Política. Para muchos, el acento debería ser fortalecer los derechos. En lo personal, creo que hay mucha deuda con el derecho a una mejor seguridad social, particularmente en temas salud y aseguradores. Pero a mi juicio hay dos elementos críticos en Chile: el nivel de las instituciones políticas (muy mal evaluadas) y la intolerancia respecto de las ideas diferentes.
Sobre la intolerancia, muchas veces los medios y las redes sociales, -particularmente Facebook o Twitter -, nos presentan una bifurcación sin encuentro posible, totalmente divergente, entre quienes creen que sólo “el mercado debe organizar los cambios” y “la idea revolucionaria del pueblo …poco dispuesta a aceptar cualquier forma de integración con otra comunidad” (A. Touraine); o, más simplistamente hablando, se leen expresiones irrespetuosas donde, además, no hay punto de encuentro entre quienes creen que sólo la oferta y demanda deben modelar la sociedad, y los que otorgan este monopolio al Estado; entre quienes se enmarcan en la derecha dura o neoliberal a ultranza, y en la antípoda, quienes se sienten interpretados por la izquierda revolucionaria. En fin, hay varias expresiones de esos opuestos.
Hay que ser claros: entre ambos extremos hay alternativas. Seamos críticos y alejémonos de la consigna que no es capaz de ver que tenemos una sociedad más compleja que sólo los dictados de Milton Friedman o Karl Marx. Lo peor es que hay quienes les gustaría vivir sólo entre personas que piensan igual, perdiendo las tonalidades preciosas que emergen de la diversidad.
Que cada uno seamos actores y sujetos requiere de la libertad de pensar, de organizarse, proponer alternativas y lograr cosas. Y eso es mucho más importante, sino la escritura en piedra sagrada de los derechos en la Constitución, aunque sean nuevos e innovadores, no es nada sin personas capaces de hacer cambios.
Para eso hay que salir de la lógica entre quienes creen que sólo hay antípodas, antítesis; o que no queda más que optar entre ser conservador o revolucionario, de derecha o izquierda. El escenario democrático debe proteger la circulación de nuevas ideas y alternativas menos simplificadoras, y promover una tolerancia de mayor calidad. Hay que inclinarse por quienes propugnan un país donde podamos vivir juntos, donde el escenario democrático sea el encuentro de la divergencia y la capacidad de acuerdos, sin violencia y con respeto. Por ese representante voy a votar como miembro de la asamblea constituyente.