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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Luces en el Medio Oriente y los Balcanes

A cambio del reconocimiento como estado, por los Emiratos Árabes Unidos y el establecimiento de relaciones diplomáticas, Israel accedió suspender la anexión de territorios palestinos en Cisjordania.

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Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

En un contexto mundial en el cual las buenas noticias no son la tónica general, vale la pena destacar dos hitos diplomáticos que han abierto ventanas de esperanza en materia de resolución de complejos problemas y conflictos.

En ambos casos Estados Unidos ha tenido un rol fundamental, demostrando que cuando se lo propone y no obstante la dinámica aislacionista impulsada por el presidente Trump, sigue siendo determinante para destrabar problemas y contribuir a la paz mundial.

El primer hito es el acuerdo entre Israel y los Emiratos Arabes Unidos. El 14 de agosto pasado, en forma sorpresiva, el presidente Trump hizo público este acuerdo que implica un giro trascendental en las relaciones árabe – israelíes. En efecto, ambos países con la intermediación de Estados Unidos, habían sostenido negociaciones en el mayor hermetismo, que derivaron en el establecimiento de relaciones diplomáticas entre las partes. Esto rompe varios paradigmas en el Medio Oriente y genera un nuevo escenario que podría acarrear importantes cambios en el futuro próximo.

¿Cuáles son los principales puntos de este acuerdo? A cambio del reconocimiento como estado, por los Emiratos Árabes Unidos y el establecimiento de relaciones diplomáticas, Israel accedió suspender la anexión de territorios palestinos en Cisjordania, que el Primer Ministro Netanyahu había anunciado unos meses atrás.

Emiratos Árabes Unidos es el tercer país árabe que reconoce a Israel tras Egipto (1979) y Jordania (1994), terminando con 25 años de inmovilismo en las relaciones árabe – israelíes. Además de la apertura de embajadas, las partes acordaron el establecimiento de vuelos directos entre Tel Aviv y Abu Dhabi y la posibilidad de que sus ciudadanos visiten al otro país. En el caso de los Emiratos Árabes Unidos, se abre también la posibilidad de los viajes con un propósito religioso, siendo Jerusalén uno de los tres lugares santos del Islam, junto con La Meca y Medina.

¿Cómo y por qué se pudo llegar a este acuerdo? Confluyeron varias razones y circunstancias. En el ámbito regional, la creciente rivalidad entre Irán y los países árabes del Golfo fue generando un acercamiento con Israel en materias de seguridad. Esto abrió la puerta para un diálogo que se tradujo en este acuerdo. Operó una vez más el viejo dicho “los enemigos de mi enemigo son mis amigos”, siendo el factor aglutinador Irán y su activo involucramiento en la región, con su apoyo al régimen de Assad en Siria, su alianza con Hizbulá en el Líbano, su activa injerencia en apoyo de la mayoría chiíta en Irak y su apoyo a los hutíes en la guerra civil de Yémen. Ante esta situación, los estados de la península arábiga e Israel coincidieron en su alineamiento contra Irán y en su posición favorable a la administración Trump, que perciben como más efectiva para inhibir la amenaza nuclear iraní, que la estrategia de su predecesor Obama.

Los Emiratos Árabes Unidos aprovecharon la oportunidad para generar un acercamiento especial con Estados Unidos, y marcar cierta independencia de Arabia Saudita, que ha buscado erigirse en el campeón árabe frente a Irán, subordinando a los estados más pequeños de la península.

Por su parte, Israel y en particular su primer ministro Netanyahu, aparece cumpliendo varios objetivos, tanto de política exterior como doméstica. En lo primero, logra romper la cohesión árabe, cuyos estados habían acordado no reconocer a Israel mientras no exista Palestina conforme a las resoluciones de Naciones Unidas. Junto con ello, introduce una cuña que sin duda cambia el entrampado escenario de las negociaciones de paz con los palestinos. Su apuesta es que la presión externa – abierta por el reconocimiento de los Emiratos Árabes Unidos y que podrías ser seguido por otros – flexibilizará la posición palestina y oxigenará la negociación.

En el ámbito doméstico, Netanyahu, quien es el primer ministro más longevo en la historia del Estado de Israel, pero que tuvo que pactar en las últimas elecciones un gobierno de unidad nacional bajo el cual gobernará 2 años para luego ceder la jefatura gubernamental, podría obtener el capital político suficiente para llamar a elecciones anticipadas y gobernar en solitario o con una alianza subordinada a su mandato. En esa línea, el “precio” que habría tenido que pagar por el acuerdo -suspender la anexión de Cisjordania – es considerado muy menor. Es temporal (no se indica duración), y no impedirá que siga apoyando el establecimiento de colonias judías en esos territorios. Además, le salva de cumplir una promesa que muy probablemente hubiera derivado en gran violencia en todos los territorios ocupados.

Como era de esperar, el anuncio no dejó a nadie indiferente. El mundo árabe condenó esta iniciativa de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita fue explícita en su condena (aunque permitió a la aerolínea El Al sobrevolar su territorio en el primer vuelo entre Tel Aviv y Abu Dhabi el 31 de agosto). No obstante la postura saudita, ayer también en forma sorpresiva Bahrein, una pequeña monarquía de la península arábiga, también anunció que establecerá relaciones con Israel. Incidió en esa decisión las gestiones directas de EEUU que tiene en ese país una gran base naval y un contingente de 7.000 uniformados. Habrá que ver si esta apertura inclina a otros estados de la región a seguir los mismos pasos.

Los grandes perdedores sin duda fueron los palestinos, los que fueron totalmente dejados de lado en esta negociación. Se enteraron como simples espectadores de su resultado, experimentando naturalmente una gran frustración y humillación. La soledad en que han quedado denota no solo que han perdido relevancia en el mundo árabe, sino también el ajuste de prioridades en la región, donde la amenaza iraní a pasado a liderar la agenda. Este sentimiento de abandono y rabia podría, de persistir el empeoramiento de sus condiciones, traducirse en la erupción de una violencia desesperada y por lo tanto mayor a la que ha brotado esporádicamente en los últimos años.

El presidente Trump figura también entre los ganadores, al empujar un cambio significativo en el statu quo regional, apuntando al mismo tiempo a un enemigo evidente como Irán. Este hecho lo está enarbolando en su campaña como uno de los grandes logros de su política exterior.

En otra región históricamente convulsionada como son los Balcanes, también bajo el empuje estadounidense y relacionado con la anterior iniciativa (menos de 3 semanas después), se produjo un hecho significativo. Serbia y Kosovo suscribieron en la Casa Blanca un acuerdo de normalización económica, además de anunciar el primer país que abriría su embajada en Jerusalén en 2021 (sería el primer país europeo en hacerlo), mientras Kosovo, estado de mayoría musulmana, reconoció a Israel y estableció relaciones diplomáticas. El acuerdo representa un paso enorme, considerando la animosidad entre las partes. Hay que recordar que Kosovo se escindió de Serbia con el apoyo de la OTAN, en 2008, y desde entonces se ha mantenido una tensa tregua entre las partes. Serbia no reconoce a Kosovo como estado independiente.

Además de facilitar el comercio entre sí, las partes se comprometieron a una moratoria de 1 año respecto al status de Kosovo. Este estado suspenderá sus postulaciones a organismos multilaterales, mientras Serbia hará lo mismo en su ofensiva diplomática para que se desconozca su independencia. Este período debiera generar mayor confianza entre las partes y ampliar el primer acuerdo.

¿Son estos acuerdos reseñados suficientes para generar una paz justa y duradera? Sin duda que no y tampoco pretenden hacerlo. Su mérito radica en que han removido escenarios rígidos y que, por lo mismo, acumulaban presión, con la amenaza, inexorable, de una explosión en el futuro. El cambio de circunstancias y la flexibilización de las posturas podría derivar en nuevos espacios de diálogo, que permitan acuerdos en beneficio de las partes. Que ello suceda dependerá de los involucrados, y por supuesto del acompañamiento de Estados Unidos.

Ante la barrera de críticas y escepticismo de muchos, me parece relevante recordar algunos episodios, como la negociación directa entre palestinos e israelíes, que derivaron en los acuerdos de Oslo en 1993. En ese entonces esto fue considerado como un gran sacrilegio, pero significó un avance sustantivo en el proceso de paz.

Que estas iniciativas hayan contado con el impulso y apoyo de la administración Trump y que haya agenda paralelas de los involucrados, no les disminuye el mérito tampoco. Siguen siendo luces en un contexto difícil.

La paz siempre ha sido un asunto de valientes, y solo ha sido posible cuando todos están dispuestos a ceder. Ojalá que estos pasos contribuyan a ese propósito. Merecen una oportunidad.

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