¿Y los profes también podemos jugar?
Hoy, no sólo necesitamos escuchar más, sino que también escuchar a los que más saben. Aquellos que conocen no sólo las dificultades concretas del cuándo volver a clases, sino que también aquellas que guardan relación con el cómo y a qué regresaremos.
Roberto Bravo es Rector del Colegio Inglés de Talca.
“Profesor, no nos dejan jugar”, repetíamos cada vez que compañeros de niveles más grandes acaparaban todo el patio, relegando a los que éramos niños por aquel entonces, a ser meros espectadores de los encuentros deportivos durante cada recreo. Pareciera ser que a los alumnos más pequeños, aquellos que no han logrado la madurez necesaria para opinar o imponerse frente a otros cursos dentro de las escuelas, no se les permite participar del juego, ni mucho menos opinar sobre las disposiciones del mismo.
¿Ha leído todo lo que han propuesto en materia de educación nuestros legisladores, ediles y Gobierno? Promoción automática, uso del uniforme escolar, regreso presencial a clases para el 2021, son solo algunas de las decenas de proyectos de ley y mociones discutidas y presentadas de manera incesante en este último tiempo. Pero, más allá de la opinión que tengamos de todos ellos, una cosa es clara: los profesores y sus comunidades escolares no han sido parte de la discusión. Pareciera ser que los profesores se han transformado en este grupo de alumnos marginados a los cuales no se les invita “jugar”, como si no tuviesen la madurez o sapiencia suficiente para opinar, tanto del destino como de lo que sucede realmente al interior de sus comunidades.
¿Sabe usted cuántos ministros de educación ha tenido nuestro país desde el retorno a la democracia? La respuesta es 20, siendo el primero de ellos Ricardo Lagos en el Gobierno del presidente Patricio Aylwin. Ahora, ¿cuántos de esos 20 ministros cree usted que han sido profesores? Tres. Sí, leyó bien, sólo tres profesionales relacionados al área de educación han estado a cargo de dicha cartera, el resto ha sido una alternancia entre abogados y economistas, mayoritariamente.
¿Tendrá esto algo que ver con la exclusión histórica de los actores que más saben de procesos de enseñanza y aprendizaje en nuestro país?, ¿estará relacionado a una concepción particular de la educación en estos últimos 30 años? Tal vez, o quizás no. Pero existe un dato que puede servir al menos para efectuar una comparación interesante: de los quince ministros que ha tenido el Ministerio de Salud desde el año 90 a la fecha, catorce de ellos han sido médicos.
Si miramos la experiencia internacional, los países que han logrado manejar con mayor éxito el tema del retorno y el acompañamiento efectivo a sus estudiantes, han delineado sus procesos sobre las bases de dos grandes principios: confianza y diálogo constante con los actores de las comunidades educativas. Elementos que -hoy en día- parecieran no existir en nuestra discusión nacional o, al menos, no con la fuerza que se precisa dada las circunstancias.
Mientras, durante estos seis meses de suspensión de clases presenciales, los docentes, equipos directivos y asistentes de la educación se las han ingeniado para seguir enseñando y conectándose emocionalmente con sus estudiantes, a pesar de todas las adversidades. Y, en paralelo, han seguido de reojo los ininterrumpidos anuncios en materia de educación por parte de legisladores, autoridades de gobierno y alcaldes. En este escenario, no es infrecuente escuchar: “y ahora, ¿con qué salieron?”. Esta expresión los convierte en meros espectadores de grandilocuentes anuncios que abordan temas de la realidad escolar, pero que parecieran desconocer dos cosas centrales.
La primera, que la actual normativa entrega la flexibilidad necesaria para que sean las propias comunidades quienes decidan sobre los aspectos planteados en la mayoría de estos proyectos y mociones. Y la segunda, la más importante a mi parecer, no se considera el rol clave que tienen los profesores en cada uno de estos ámbitos, puesto que son los conocedores privilegiados de experiencia práctica, territorial y contextualizada en cada una de estas materias.
En este sentido, creemos que es muy importante hacer un nuevo trato, uno que promueva espacios de diálogo y reflexión vinculante, tanto en los equipos directivos como entre docentes y asistentes de la educación. Nuestras autoridades y representantes deben proveer las estructuras necesarias para hacerlo.
Hoy, no sólo necesitamos escuchar más, sino que también escuchar a los que más saben. Aquellos que conocen no sólo las dificultades concretas del cuándo volver, sino que también aquellas que guardan relación con el cómo y a qué regresaremos. Hacerlo de otro modo, relegará (nuevamente) a los que más entienden de esto. Tal como plantea Rodrigo Mayorga, historiador y académico nacional, “los y las docentes han sido figuras históricamente excluidas en nuestro país. Durante el siglo XIX, ser preceptor de una escuela primaria era una de las labores peor pagadas a las que se podía acceder. En el sistema educacional mercantilizado que se impuso en estos años, la exclusión ha pasado por sacarlos de la conversación sobre las propias escuelas a que dan vida, retirándolos de la toma de decisiones políticas.”
Ha llegado el momento de pasarle la pelota a los que entienden del juego, permitiéndoles caminar al medio del patio, ofreciéndoles la oportunidad de mirar hacia arriba y gritar a todo pulmón: “¡hey, nosotros también podemos jugar!”