PCR democrático en América Latina
Sistemas políticos crecientemente disfuncionales y el fracaso de los gobiernos en hacerse cargo de las demandas ciudadanas, han estimulado movilizaciones sociales en casi todos los países, exigiendo cambios profundos.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
No cabe duda de que la democracia en nuestra región está sufriendo serios embates por distintos frentes, existiendo patrones comunes más allá de las particularidades de cada país. Por eso lo que ocurra en el corto plazo, concretamente los próximos 2 años en que se desarrollarán 14 procesos electorales para renovar gobiernos y parlamentos, marcará la suerte de nuestra democracia continental. Esto sin contar lo que ocurra en las elecciones en EEUU, en las cuales el status democrático local y mundial dependerá de quien gane la nominación presidencial.
América Latina, contra los que podamos pensar y de acuerdo al Indice Democrático del año 2019 de The Economist, ocupa el tercer lugar regional en materia de clasificación, después de Europa Occidental y Norteamérica. Este destacado lugar, desgraciadamente se ha ido erosionando en los últimos años, con bajas en el promedio de las calificaciones de más de la mitad de los países de la región.
Ocupan un lugar importante en estas caídas, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, con su conculcación de libertades y la consolidación de gobiernos autoritarios.
Sin embargo, si observamos las distintas categorías del análisis de este índice, donde se produce un deterioro general es en materia del funcionamiento gubernamental. En esta categoría los países han debido convivir con altos niveles de corrupción y violencia, en muchos casos con el incremento de estos factores de la mano del crimen organizado. Esto ha redundado en una creciente ineficiencia gubernamental, lo que ha acrecentado la insatisfacción popular, minando la confianza en las instituciones y en la valoración de la democracia.
Sistemas políticos crecientemente disfuncionales y el fracaso de los gobiernos en hacerse cargo de las demandas ciudadanas, han estimulado movilizaciones sociales en casi todos los países, exigiendo cambios profundos.
Ante esta situación de crisis general, los sistemas de partido se han fragmentado y polarizado. El sistema presidencial instalado en casi todos nuestros países no ha escapado de esta crisis, y en estos tiempos es casi la norma general tener un presidente de un signo, con minoría en el congreso, lo que implica trabajosas negociaciones con la oposición para aprobar leyes, dificultando sobremanera la gobernanza. A lo anterior, se suma una baja en la participación electoral (pero un alza en la movilización social), lo que debilita la legitimidad de las autoridades electas.
Si miramos hacia atrás y particularmente a la década de los 80 del siglo pasado, cuando la región que había estado en mano de dictaduras militares volvió a los gobiernos democráticos, podemos ver problemas que se han arrastrado hasta hoy e incluso empeorado. En muchos de los estados latinoamericanos, la instalación o consolidación de los sistemas democráticos se hizo en sociedades poco cohesionadas y con instituciones débiles, por lo que, más allá de ciertas prácticas, no se puede hablar de una democracia plena. En esos países ha habido un fenómeno de doble carril. Por una parte, hay un fuerte impulso por abrir más espacios y consolidar instituciones democráticas, pero por otro hay una sensación extendida en muchos segmentos, que la democracia es inoperante y genera caos social y económico.
En aquellos estados en los cuales ha habido mayor desarrollo democrático – que coincide con los de mayor desarrollo económico – ha habido también tensión y muchos consideran que la institucionalidad vigente ya no responde a las necesidades y desafíos sociales.
Por eso los procesos electorales a desarrollarse durante los próximos años son tan relevantes. Su primer desafío es que se lleven a cabo en condiciones mínimas de paz social y transparencia, sumando a una parte significativa del electorado.
No es un misterio que hay fuerzas oscuras, algunas con presencia en las instituciones democráticas, como ciertos partidos políticos que no creen en la democracia, pero que participan instrumentalmente de la misma con el objeto de socavarla por dentro o esperar una ocasión propicia para atacarla desde afuera con “alzamientos populares” o recurriendo a las fuerzas armadas.
La población de nuestros países está exigiendo cambios profundos y el primer test para la democracia, es que una mayoría confíe que sus problemas se pueden resolver dentro del sistema democrático, para lo cual se requiere de una alta participación. Por eso cada proceso electoral será una suerte de plebiscito sobre la confianza y valoración de la democracia. Una baja participación debilitará a las autoridades, además de fortalecer a las opciones que aspiran a destruir la gobernanza democrática. Por eso, los ciudadanos que creemos que la democracia es el mejor sistema político para acomodar a sociedades crecientemente diversas y hacerse cargo de sus aspiraciones, manteniendo la cohesión del conjunto con pleno respeto de los derechos de las personas, debemos ir a votar.
Tanto o más relevante que se realicen las elecciones en forma segura y transparente, es la calidad de la clase política. Por diversas razones que escapan al propósito de esta columna, se ha instalado un divorcio entre gobernantes y gobernados. En muchos países, el nivel de nuestra representación política ha involucionado, con candidatos y autoridades de baja idoneidad, tanto técnica como ética. Esto se ha acentuado con la omisión, voluntaria en muchos casos, de personas con grandes dotes para el servicio público, que por diversas razones se han restado de este espacio.
¿Cómo mejorar la calidad del liderazgo político? A nivel institucional se pueden y deben tomar ciertos pasos, como aumentar la competencia y transparencia en todo el sistema, y especialmente al interior de los partidos políticos. También se debe facilitar la participación de los independientes, considerando que la adhesión partidaria es cada vez menor y representa hoy un ínfimo porcentaje de nuestras sociedades. Sumado a lo anterior, sin duda que se requiere de una mayor generosidad y sacrificio de tantas personas que se han marginado del espacio público, pero que su vocación está en construir mejores sociedades.
La pandemia del coronavirus ha desnudado nuestras falencias institucionales y ha agudizado los problemas, por lo que estos 2 años que vienen serán decisivos en materia democrática. ¿Serán nuestras sociedades, capaces de hacer frente a los grandes problemas que acarreamos, preservando y profundizando la democracia?
La primera prueba se viene este domingo con las elecciones generales en Bolivia, y sigue el próximo con el plebiscito chileno.
Querámoslo o no, los ojos de los países de la región están puestos en nosotros. Cómo resolvamos ese tránsito, será un precedente para el resto.