Un momento estelar
Biden y Harris tienen una monumental tarea de propender a la unidad de una sociedad tan dividida, para que todos se sientan parte de un proyecto común.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
El dramatismo de las elecciones generales en Estados Unidos, con el conteo oficial aún en curso, pero ya consagrado el triunfo de Biden con la obtención de los delegados de su estado natal de Pennsylvania y de Nevada, ha sido proporcional a lo que estaba en juego: nada menos que la definición del tipo de sociedad que se desarrollará hacia adelante, la vigencia y naturaleza de la democracia en el país, y su rol en el mundo.
La victoria de Biden fue milimétrica y por supuesto que Trump no ha dado ninguna señal de sentirse derrotado. En su habitual estilo arrogante y agresivo, acusó fraude – dijo que la elección fue “arreglada, corrupta y robada” – y anunció que impugnará judicialmente el recuento en varios estados. Biden por su parte, mantuvo un tono prudente mientras no se confirmaban los resultados, haciendo una declaración por escrito tan pronto se informó de su triunfo en Pennsylvania. En ella, fiel a su estilo y promesa, llamó a dejar atrás las emociones de la campaña y a trabajar unidos para sanar al país.
Al igual que hace 4 años, las encuestas fallaron rotundamente. En los días previos a la votación, la gran mayoría de las encuestadoras proyectaba que Biden ganaría fácilmente (se le daba 96% de probabilidades de triunfo a Biden y solo 4% a Trump) y que el Partido Demócrata aumentaría su ventaja en la Cámara de Representantes y que tenía altas posibilidades de conquistar la mayoría del Senado.
En materia de representantes, el Partido Demócrata seguirá dominando la Cámara, pero con una mayoría disminuida, y en el Senado podría haber un empate o una menor mayoría republicana (52 o 51 frente a los 53 senadores que tenían). La composición final se sabrá en enero, cuando se haga una nueva elección en Georgia, por no haberse reunido el quórum del 50% para ser electo. En el caso de un empate en el Senado, resuelve el vicepresidente del país, que en este caso sería Kamala Harris.
El Partido Republicano ha comenzado a mostrar grietas. Mientras algunos han cerrado filas con el presidente, instándolo a pelear los votos judicialmente, acusando un fraude demócrata, otros han desautorizado al mandatario, señalando que está haciendo un gran daño a la democracia del país al cuestionar la legitimidad del proceso electoral.
Sin duda que, cualquiera sea la cifra oficial final, esta ha sido la elección más masiva en la historia del país, y Biden se consagró como el candidato más votado, con casi 75 millones y 4 millones de votos más que Trump, y seguido por este en el ranking, quien obtuvo a su vez más de 4 millones de votos que los comicios de 2016.
Pero más allá de las cifras, ¿qué se puede desde ya concluir del proceso?
En primer lugar, que el país está extremadamente polarizado y movilizado entre demócratas y republicanos. Biden deberá probablemente gobernar sin el control del Senado, lo que, de persistir este clima, conllevará un permanente obstruccionismo de la oposición.
Lo segundo es que Trump, guste o no, ha demostrado tener un poder político personal formidable. Trump no fue un simple paréntesis, como pensaban muchos en 2016. En pocos años, sin vida político partidista previa, fue capaz de capturar nada menos que al Partido Republicano y convertirlo en una mansa herramienta suya para acumular poder. Eso sin mencionar los cambios de timón que dio en muchas políticas nacionales durante su mandato, y la alteración de prácticas y tradiciones democráticas incluso centenarias. La pregunta clave es si ese gran poder subsistirá alejado del sillón presidencial, influyendo en el comportamiento republicano y en el curso de país. También cabe preguntarse si intentará volver a la Casa Blanca en 2024 por si o mediante algún delfín propio.
En tercer lugar, la estrategia del Partido Demócrata de llamar a votar anticipadamente fue exitosa, y, atendida la masiva movilización presencial de los seguidores de Trump en el día de la votación, fue crucial para asegurar el triunfo de Biden. Los demócratas anticiparon acertadamente que las tradicionales restricciones que experimenta su electorado en las votaciones presenciales (como las dificultades de desplazamiento, problemas con cédulas de identidad, necesidad de trabajar, etc. que afectan desproporcionadamente a las minorías étnicas y a los más pobres), podían ser mitigadas en forma relevante, aumentando su caudal electoral, con los votos por correo.
Aún así, el apoyo de los afroamericanos y latinos fue menor al esperado. En el caso de Texas y Florida, los demócratas no pudieron neutralizar el persistente mensaje de Trump de que un eventual gobierno de Biden significaría la legitimación de los regímenes de Cuba y Venezuela.
Finalmente y clave, el perfil del candidato demócrata fue el adecuado para vencer a Trump. Ante un personaje matonesco, compulsivamente mentiroso y polarizante, se plantó una persona conciliadora, serena y con una larga y fructífera vida de servicio público y conocedora como pocas de las dinámicas del poder (Senador, Vicepresidente por 8 años). Trump, a pesar de toda su artillería, no pudo anularlo. Trató de enlodarlo en lo familiar y lo tildó de senil, pero sin resultado significativo. Donde tuvo más éxito fue en presentar a Biden como la encarnación de la clase política tradicional, de la cual el siempre se ha presentado como un externo y cuyo rechazo ha sabido capitalizar. Biden fue de menos a más en la carrera, concentrándose en dejar en evidencia la inconsistencia y falta de integridad de su contrincante.
Es muy probable que otro candidato más agresivo y que hubiera estado más en línea con el perfil de Trump, hubiera cosechado un peor resultado, al enfrentarse con un personaje que ha construido su identidad a partir del conflicto permanente y del avasallamiento de los otros.
El mismo perfil conciliador será fundamental para buscar el entendimiento en un país que está muy dividido, y que Trump ha dejado más polarizado que cuando asumió el mando.
¿Y por qué el país está tan dividido? ¿Cómo se puede entender que en lo que se considera una de las cunas de la democracia, decenas de millones de personas, casi la mitad del electorado, votaron por un candidato que ha demostrado, reiteradamente, ser un mentiroso inescrupuloso, un racista y alguien que desprecia las instituciones y la democracia? Parte de la respuesta está en el miedo. Como dijo una mujer blanca de la tercera edad, partidaria de Trump entrevistada en la televisión, la victoria de Biden implicará el “fin de nuestro sistema de vida (way of life)”. Para casi la mitad del país representada por un electorado abrumadoramente blanco, rural y de pequeñas urbes, sobre 40 años de edad, les genera terror ver como una sociedad que ellos conocieron como blanca y protestante, se diluye hacia una mucho más diversa y en la cual ya no tendrán la supremacía. Creo que aquí hay un tema muy profundo que se agudizó con la presidencia de Obama y que Trump supo recoger y atizar para llegar al poder, y ahora tratar de retenerlo.
El trabajado y apretado triunfo de la dupla Biden-Harris es un momento estelar en la historia de ese país, y por supuesto con consecuencias mundiales. Triunfó no solamente la opción de los que quieren una sociedad más abierta y con espacio para todos, también lo hizo la decencia. Como dijo llorando un panelista afroamericano en las pantallas de un canal televisión local, “Esta mañana es más fácil ser un padre y decirle a nuestros hijos que la calidad moral de una persona es fundamental, ser honesto y ser una buena persona importa. Quien miente y hace trampa siempre se le terminará devolviendo lo hecho. Quiero que mis hijos recuerden este momento. La calidad del país y de la persona son fundamentales”.
Las transiciones históricas nunca han sido fáciles y esta no es la excepción. Biden y Harris tienen una monumental tarea de propender a la unidad de una sociedad tan dividida, para que todos se sientan parte de un proyecto común.
Ha sido un gran hito para la democracia y para la reivindicación de la decencia.
To be continued.