América Latina: abróchense los cinturones
América Latina nunca ha sido una región monótona. Salvo algunos excepcionales interludios, la tónica ha sido la turbulencia.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
América Latina nunca ha sido una región monótona. Salvo algunos excepcionales interludios, la tónica ha sido la turbulencia. El último período más o menos general de calma y estabilidad (lo que es una aseveración ya cuestionable) fue la última década del siglo pasado y la primera del presente siglo. Desde entonces hemos vuelto a la montaña rusa.
En un breve recorrido por algunos países de Sudamérica, partamos por casa. En Chile, país que destacaba por su fortaleza institucional democrática, desarrollo económico y paz social, donde “no pasaba nada”, de repente se convirtió en un volcán, con una ola de destrucción, equiparable a un conflicto externo, y la casi implosión del sistema democrático, que incluyó el intento de defenestración del presidente de la república. Desde entonces la autoridad presidencial ha quedado seriamente mermada, y la confianza en las instituciones está por los suelos, incluyendo a la clase política. Sumado a lo anterior ha emergido un parlamentarismo de facto, con una desatada competencia populista en materia legislativa, saltándose derechamente la constitución en diversas materias. Este clima, altamente polarizado e incierto se prolongará por los próximos 2 a 3 años, con una ruta que incluye diversas elecciones y la discusión y redacción de una nueva carta fundamental. Y, asumiendo que convergeremos en torno a una nueva constitución, la transición hacia la nueva institucionalidad y modelo económico agregará otros años intensos e inciertos.
En Bolivia estuvieron a punto de entrar en una guerra civil tras el intento de Evo Morales de perpetuarse en el poder. Luego parecía que el gobierno interino podía a su vez entronizarse, pero finalmente se respetó la constitución y se llevaron a cabo los comicios generales. En un giro impensado tras la caída de Evo Morales, su partido, el MAS, volvió al poder de la mano del candidato Luis Arce. Aunque en apariencias la situación pareciera retrotraerse a 1 año atrás, la realidad es diferente. La población mayoritariamente votó por mantener y preservar las transformaciones sociales y económicas del MAS, sin respaldar por ello la aspiración de gobierno vitalicio de Morales. Esto fue probablemente reforzado por la falta de una clara propuesta de la oposición. Los próximos años dirán si el MAS puede trascender a Evo Morales y Bolivia logra controlar las siempre latentes fuerzas regionales centrífugas, manteniendo la senda democrática.
Argentina, acostumbrada a vivir “casi a punto de caer”, ha tenido un año muy duro, incluso para sus fogueados estándares. Tienen el récord de la cuarentena más larga del mundo (en el papel al menos) y la economía lleva 3 años en recesión, con el desempleo en dos dígitos, una alta inflación y la pobreza superando el 40% de los hogares. El gobierno ha vuelto a imponer severos controles cambiarios y no da indicios de tener una estrategia de salida de la crisis. Lo único positivo fue la exitosa negociación para la reestructuración de una parte importante de la deuda con acreedores privados externos, lo que da oxígeno al país al mantener abierta la puerta a nuevos créditos, aunque eso se ve también amenazado por la falta de acuerdo en la renegociación con el FMI. En lo político, el gobierno de Fernández sigue con su agenda de reformas a la justicia, que la oposición acusa como una estrategia para asegurar la impunidad de la vicepresidenta y de su entorno. En síntesis, hasta ahora la promesa de mejorar las condiciones de vida, que fue la bandera de campaña contra Macri, no es más que un espejismo, y está por verse hasta dónde llega la paciencia de la población.
Perú tuvo una semana infartante, con 3 presidentes al hilo. Todo empezó por unas acusaciones de corrupción contra el presidente Vizcarra, las cuales se insertan en una dura pugna de poderes entre el parlamento y el ejecutivo que se arrastraba por años, y que ya había tenido un primer round con la victoria presidencial al disolver el Congreso. Esta vez fue el turno de los congresistas, los que lograron destituir a Vizcarra mediante una moción de vacancia, “por incapacidad moral”. De acuerdo al orden de sucesión constitucional, asumió el presidente del Congreso Manuel Merino. Inesperadamente, esto generó una masiva movilización popular en casi todo el país en rechazo de lo que se consideró un golpe de los parlamentarios, encabezada por jóvenes y estudiantes, que terminó con 2 muertos y la renuncia forzada de Merino y de su recién asumido gobierno. Finalmente, y ante la presión popular, el Congreso designó al congresista Francisco Sagasti como nuevo presidente interino. Este deberá asegurar la correcta implementación de las elecciones generales el 11 de abril del año próximo, y entregar el poder a quien resulte electo el próximo 28 de julio.
Habrá que ver si la masiva movilización se diluye con la instalación de Sagasti, quien tiene aparentemente una impecable hoja de vida política, o bien es el inicio de cambios mayores. Ya están surgiendo algunas voces que piden redactar una nueva constitución. Lo que está claro, es que al igual que en la mayoría de los países de la región, hay una profunda disociación entre la ciudadanía y los partidos políticos, agravada por una persistente corrupción. Muchos creen que ha llegado el momento de hacer profundos cambios al sistema.
Al contrario de lo que ha acontecido en Chile, la sociedad peruana dio muestras de gran civismo, al movilizarse masiva pero pacíficamente, al menos hasta ahora. Una coyuntura muy crítica, como fue el choque frontal de dos poderes y el vacío que dejó temporalmente, fue encauzado prontamente por la vía institucional. Sin duda se superó un difícil momento, lo que es alentador para los múltiples desafíos que se avecinan.
En Brasil, Bolsonaro ha dado muestras de compartir la naturaleza incombustible de Trump en materia de popularidad, con cierta parte del electorado. Mientras prácticamente todos los presidentes sudamericanos han visto caer su aprobación en estos meses, este ha remontado en las encuestas, en paralelo con la disminución de los efectos de la pandemia en Brasil. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para traspasar su poder a estructuras partidarias. En las elecciones municipales del domingo pasado, la mayoría de los candidatos que contaban con su apoyo perdieron y el electorado favoreció a las opciones más moderadas o centristas, con énfasis en la capacidad de gestión para solucionar sus problemas locales. Quedan todavía 2 años para las elecciones generales y está por verse si Bolsonaro logra mantener su capital político o seguirá la suerte de Trump, a quien tanto admira.
Finalmente, en Colombia, desde hace un año y con intermitencia, se han mantenido masivas protestas, reclamando por el recrudecimiento de la violencia, en particular por el aumento de los asesinatos de dirigentes sociales y políticos. A ello se ha sumado la movilización por la difícil situación económica que atraviesa el país. El presidente Duque ha salido debilitado en el manejo de estas sucesivas jornadas de protesta, que en septiembre derivaron en la muerte de casi 15 manifestantes a manos de la policía. De no haber un cambio sustantivo en materia de pacificación y seguridad, estas movilizaciones seguirán y sin duda que tendrán un impacto en las próximas elecciones generales. De hecho, durante este año se ha ido tejiendo una red de entidades sociales y políticas que no tienen representación parlamentaria o están subrepresentadas, y que podrían cambiar el escenario político en los próximos comicios.
A abrocharse bien el cinturón entonces, que hay montaña rusa para rato.