Jardines abiertos en marzo
La enorme tarea de abrir los centros de educación parvularia de manera segura y de mostrar a los apoderados los beneficios de aquello para sus hijos, debe ser una prioridad, impulsada por el Mineduc y los establecimientos, pero apoyada transversalmente por todos los que tengan algún tipo de influencia.
Pía Turner es Encargada de Proyectos de Acción Educar
A menos de un mes de que comience marzo, este nuevo año escolar se vislumbra distinto al que acaba de terminar. Primero, porque todos los establecimientos educacionales debieron presentar su plan de acción para el 2021, propiciando la presencialidad, pero también planificando para los casos en que ésta no sea posible. Luego, porque los docentes se encontrarán dentro del 30% de la población que se vacunará antes de abril. Esto, sumado a que ya existe más evidencia sobre las medidas para disminuir el riesgo de contagio en las escuelas, debiera de traducirse en que éstas puedan abrir con mayores seguridades.
Sin desmerecer las buenas noticias, se debe notar que el foco de la discusión ha estado puesto en la educación escolar y poco se ha hablado de lo que pasará (o pasó durante el 2020) con la educación parvularia. Esto es relevante al considerar que evidencia multidisciplinaria ha señalado que los programas destinados a los primeros años de vida, como la educación inicial, son los que podrían tener el mayor impacto en la vida de la persona, en la sociedad y en la economía, por mencionar algunos ámbitos.
Por desgracia, cuando se ha hablado de la reapertura del sistema parvulario, representantes de los gremios asociados han interpretado un interés exclusivo en usarlos para preservar la economía y facilitar el trabajo de los padres, por lo que han protestado que el rol de los educadores no es el de cuidado, sino que el de enseñanza. Así, ellos mismos han desvalorizado los estudios y experiencia que tienen en crear un ambiente no solamente propicio para el aprendizaje, sino que también para que niños y niñas interactúen con pares y adultos externos a sus hogares, formen vínculos, se detecten posibles abusos y se beneficien de varias horas en un lugar seguro y diseñado para su bienestar integral. Beneficios que, aunque los apoderados no necesitaran trabajar, seguirían siendo cruciales para el desarrollo de los niños.
Ahora, si bien lo anterior es una dificultad para el proceso de apertura de los jardines infantiles, pareciera que el mayor obstáculo viene de parte de los mismos apoderados. De acuerdo a los datos en la CASEN del 2017, alrededor de un 20% de los niños de cuatro años y un 5% de los de cinco años no asiste a un establecimiento educacional. Cuando se les pregunta a los padres por las razones, un 62% responde: “No es necesario porque lo(a) cuidan en la casa”. A su vez, en distintas encuestas se aprecia que la mayor reticencia a que sus hijos retornen a sus escuelas está entre los apoderados de educación inicial, señalando que podría pasar que los jardines infantiles abran en marzo, pero muchos de sus alumnos no lleguen.
El problema de la baja apreciación de la educación parvularia lo arrastramos desde mucho antes de la pandemia. Sin embargo, en el contexto actual, en el que el sistema de atención primaria de salud está enfocado en el COVID-19, en que para muchos las redes de apoyo familiar y social están en pausa para disminuir los contagios y en que la mayor parte de los espacios de esparcimiento y distención familiar están cerrados, los establecimientos educacionales podrían ser el único lugar de promoción del bienestar de muchos niños y niños, en especial de los más vulnerables.
En consecuencia, la enorme tarea de abrir los centros de educación parvularia de manera segura y de mostrar a los apoderados los beneficios de aquello para sus hijos, debe ser una prioridad, impulsada por el Mineduc y los establecimientos, pero apoyada transversalmente por todos los que tengan algún tipo de influencia, sin importar el color político o la agenda personal.