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Actualizado el 22 de Marzo de 2021

La plaza imaginada

El paisaje que imagino cubre de tierra la rotonda y el pedestal. La meseta une sus laderas a las veredas y en la planicie de su cima se camina al mismo nivel de la losa en la que se apoyaron las patas del caballo (del Gral. Baquedano) y los pies de los que alguna vez treparon ahí. Este cimiento serviría de memoria y acompañamiento a los pasos que daremos a futuro.

Por Francisca Sánchez
Fotomontaje realizado por Francisca Sánchez.
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Francisca Sánchez

Francisca Sánchez es Escultora. Docente de la Escuela de Arte de la Universidad Diego Portales

La noche del jueves 11 de marzo, a un año del cambio de mando, comenzó la remoción de la estatua ecuestre de Baquedano. La grúa levantó a caballo y jinete como peón de tablero y lo bajó al remolque para continuar el viaje. Oculto bajo nylon, aterrizó en el suelo de un perdido galpón. La secuencia me hipnotizó, nunca imaginé que uno de los protagonistas de la plaza huyera de la escena amparado en la oscuridad.

A principios de semana llegué a ver la plaza con la base desierta. Desde la vereda, vi incrédula la faena de trabajadores amurallando con planchas de acero lo que quedaba de monumento. Por encima de ellas, todavía despuntaba parte del pedestal, sorprendiéndonos a todos como si se tratara de un ready made o un artefacto parriano, es decir, obras hechas de objetos encontrados o fragmentos desvinculados de su referente y vueltos a significar, ejercicio practicado con ingenio en los memes que rápidamente circularon por redes sociales.

Es inverosímil pensar que la estatua de Baquedano volverá a coronar la plaza del modo en que acostumbraba. El caballo tocó suelo y, con ello, trizó el hechizo del monumento. La mentada restauración puede reparar el daño material, pero difícilmente sucederá lo mismo con el discurso ya desacralizado.

La base plana recordó la discusión sobre la hoja en blanco para la redacción de la nueva Constitución, y la necesidad de discutir sin reservas las nuevas reglas del juego.

Igual que todos, me pregunto cuáles serán los signos y reglas que vamos a elaborar para este suelo yermo una vez pasada la tormenta. Como artista visual imagino un cerro en vez de una plaza. Imagino que subo y que, al llegar arriba, hay una explanada donde hay otros reunidos. Desde ese mirador abierto, veo la cordillera, el río, la Alameda y Vicuña Mackenna. Imagino una modesta topografía que convive con la geografía de Los Andes, con los cerros circundantes del valle de Santiago y otros lejanos, con historias propias y lógicas territoriales.

Imagino un cerro llano como los Kueles descritos por los arqueólogos. Los Kueles son cúmulos artificiales de tierra, hechos por los habitantes mapuches de la Región del Biobío y que datan de tiempos prehispánicos e hispánicos. Fueron creados como centros de reunión ceremonial y su significación cultural se prolonga en la vida y en la memoria de las comunidades locales donde estos se ubican. Son, en cierta medida, una acumulación de suelos.

El paisaje que imagino cubre de tierra la rotonda y el pedestal, dejando su parte alta descubierta. La meseta une sus laderas a las veredas y en la planicie de su cima se camina al mismo nivel de la losa en la que se apoyaron las patas del caballo y los pies de los que alguna vez treparon ahí. Este cimiento serviría de memoria y acompañamiento a los pasos que daremos a futuro. Dejo sobre la mesa mi propuesta.

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