30 años del MERCOSUR: la elusiva integración regional
Concurrieron los presidentes de los miembros plenos, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, así como los mandatarios de Bolivia y Chile.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
El viernes de esta semana que culmina, se realizó una cumbre virtual del MERCOSUR, con motivo del trigésimo aniversario de este bloque comercial. En esta oportunidad correspondió dirigir la reunión al presidente Alberto Fernández, habida cuenta de que Argentina detenta la presidencia pro témpore del MERCOSUR desde diciembre pasado y hasta mediados del presente año.
Fue el 26 de marzo de 1991 que Carlos Menem por Argentina; Fernando Collor de Melo por Brasil; Andrés Rodríguez por Paraguay; y Luis Alberto Lacalle por Uruguay (padre del actual presidente) firmaron el tratado comercial, el cual registra en su acta de fundación “la voluntad política de dejar establecidas las bases para una unión cada vez más estrecha entre nuestros pueblos”.
Este acuerdo, sin duda que marcó un hito en la historia de los esquemas de integración en la región, generando en ese entonces, grandes expectativas de avanzar hacia un mercado común, siguiendo los pasos de la Unión Europea. Sus objetivos fundamentales apuntaron desde el inicio a la libre circulación de bienes, servicios y factores de producción entre los cuatro países signatarios, y fijaba también las etapas de transición para alcanzar el arancel cero dentro de la zona y el arancel externo único en 1995.
En la primera etapa, el ideario de los fundadores se vio reflejado en los hechos. Durante la década de 1990, las exportaciones entre los miembros crecieron en un 22% anual y la inversión extranjera aumentó también exponencialmente, atraída por un mercado de más de 250 millones de consumidores. Esto incentivó a otros países de la región a sumarse al bloque. Chile en 1996 suscribió un acuerdo parcial para adquirir una condición de asociado más no miembro, al no querer amarrarse al arancel externo común y otras regulaciones que iban contra su estrategia de apertura e inserción en la economía global. Bolivia siguió los mismos pasos, y en 2015 se convirtió en miembro, pero sin voto, a la espera de adaptar su institucionalidad a la del bloque y contar con el visto bueno final de los otros integrantes, situación que aún no se resuelve. Venezuela adhirió al MERCOSUR en 2012, aunque su membresía se encuentra suspendida desde el 2016, en virtud de la aplicación de la cláusula democrática por su deriva autoritaria.
Pero el auspicioso despegue y su primera etapa, fundado en el entendimiento argentino brasileño (emulando el eje franco alemán de la UE), empezó a complicarse en la segunda década. A una menor sintonía política entre los jefes de Estado, se sumó la debacle económica y política en Argentina, que sucedió al término del gobierno de Menem y que significó una disminución del comercio intrabloque, además de una parálisis en la toma de decisiones por falta de consenso. Ello significó que el proceso de integración se estancó, no avanzando más allá de una unión aduanera imperfecta.
La adhesión de Venezuela y Bolivia parecieron insuflar nueva vida al proyecto, pero en ambos casos su participación quedó truncada. Mientras tanto, surgió una nueva iniciativa de integración regional, la Alianza del Pacífico, que desde sus inicios buscó diferenciarse del modelo de integración que representaba el MERCOSUR, con una estructura más liviana y fundada en el libre comercio entre las partes. Aunque eran modelos y concepciones distintas, la Alianza del Pacífico era vista como un esquema distinto a lo que se ha ensayado tantas veces en el continente, sin resultados trascendentes, que podría redundar en una integración más real a partir de lo económico y de la interacción del sector privado. Pero, al igual que el MERCOSUR, tras una breve luna de miel, con varios países postulando a la condición de socios y otros como observadores, la Alianza del Pacífico se ha estancado y desdibujado en estos últimos años. No hay caso, se confirma la paradoja de una región que tiene tanto en común, pero que no logra cuajar todo eso en un esquema de integración profundo.
Sorpresivamente y tras años de negociación, en el 2019 el MERCOSUR y la Unión Europea suscribieron un acuerdo comercial. De pronto el bloque recuperó su estrellato, en una relación estratégica con Europa y que abría oportunidades económicas históricas. Pero las cosas se empezaron a enredar. La elección de Bolsonaro y su posición ambiental, generaron rechazo de ciertos líderes europeos, quienes exigieron al gobierno brasileño tomar medidas para proteger la Amazonía, para aprobar el acuerdo comercial. A esto se sumó la pandemia y sus efectos, con la irrupción de otras prioridades, tanto en la UE como en el MERCOSUR. Finalmente, las diferencias ideológicas profundas entre los gobierno de Bolsonaro y Fernández, reforzaron el inmovilismo en el bloque.
Pero en la perspectiva de los 30 años del bloque, se percibió un esfuerzo político y diplomático entre Argentina y Brasil, para unir fuerzas en un contexto mundial tan complejo e inestable. Se consideró incluso que ambos presidentes podían presidir un encuentro empresarial del MERCOSUR con motivo del aniversario. Pero la segunda oleada del COVID sepultó esa idea, y el presidente Fernández privilegió un encuentro virtual, que se realizó este viernes.
Concurrieron los presidentes de los miembros plenos, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, así como los mandatarios de Bolivia y Chile.
Lo que se suponía, sería un evento conmemorativo pacífico, terminó en una discusión que dejó a Argentina en solitario frente a la posición común de Brasil, Paraguay y Uruguay. Estos 3 países reclamaron mayor flexibilidad comercial para revivir el bloque, permitiendo a sus miembros celebrar acuerdos con terceros, y también solicitaron revisar el arancel externo común actualmente en 12%, para bajarlo.
En un acuerdo interno del MERCOSUR del año 2000, quedó establecido que ninguno de los miembros podría suscribir acuerdos comerciales fuera del bloque, sin la aprobación de todos los demás. Esto en la práctica ha significado una camisa de fuerza, en perjuicio de los miembros más pequeños. Ahora 3 de los 4 miembros están pidiendo terminar con esa lógica.
Esto sorprendió totalmente a Fernández, quien en los meses anteriores había hecho acercamientos con los otros gobiernos en un giro de pragmatismo, y no anticipó que le patearan la mesa en su condición de presidente pro témpore. De ahí su ofuscación, especialmente con el presidente Lacalle, quien fue más duro y directo en su reclamo de cambios en la línea mencionada.
Contribuyó al mal clima de la reunión el anuncio de Fernández, del retiro de Argentina del Grupo de Lima. Ello evidentemente fue percibido como un contrasentido por los otros miembros, considerando que la participación de Venezuela está suspendida, precisamente por convertirse en una dictadura, lo que el Grupo de Lima busca revertir.
En respuesta a lo expresado por sus pares, llamó a “redoblar esfuerzos y profundizar la voluntad de caminar juntos” y pidió “no erosionar las estructuras productivas” de los países miembro.
El presidente Fernández en cambio propuso la creación de tres observatorios: de la calidad de la democracia, para la prevención de la violencia de género y otro del medio ambiente. Ni siquiera hubo una propuesta de enfrentar unidos, en algún plano aunque sea, la pandemia.
En la conmemoración de los 30 años del MERCOSUR quedó en evidencia que hay una fuerte divergencia en las prioridades e itinerario del proyecto. Argentina en esta oportunidad quedó sola en su posición. Mientras los otros presidentes piden priorizar el aspecto comercial, incluyendo más liberalización y autonomía, el presidente privilegia temas más políticos, con además una evidente contradicción en el caso de Venezuela.
El 22 de abril los ministros de RREE y sus equipos técnicos abordarán la revisión del arancel externo común. Habrá que ver si para entonces se mantienen las diferencias o en las próximas semanas las partes convergen en un acuerdo. Lo que ahí suceda puede marcar el devenir del MERCOSUR. Está en juego darle una nueva oportunidad o dejarlo en el limbo de tantos esquemas de integración que siguen vigentes, pero que tienen nulo impacto o casi ningún efecto.
Lo único que está claro es que el presidente Fernández deberá calcular muy bien sus próximos pasos si no quiere terminar perdiendo influencia regional y al mismo tiempo frustrar la evolución del MERCOSUR, de acuerdo a su propósito original.