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Actualizado el 4 de Junio de 2021

La entropía geopolítica de Sudamérica

En la región, la pandemia del COVID-19 convive y acentúa procesos políticos que develan las precariedades en las que se encuentran estos países.

Por Sebastián Sánchez y José Orellana
Bogotá policías "La entropía se entiende como la tendencia natural a la pérdida de orden en un sistema"
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Sebastián Sánchez y José Orellana es Historiador y Geógrafo y Licenciado en Geografía, respectivamente

Mientras el COVID-19 arrecia sobre Latinoamérica, la región se convierte en un foco pandémico no sólo por el aumento exponencial de contagios (más de veinticinco millones), muertes (35% en la región v/s 8% de la población mundial) y malas decisiones gubernamentales, sino porque sería también creadora de nuevas cepas como la brasileña o la llamada “variante andina”.

Paralelamente, debe ser testigo y gestor de una serie de políticas internas en cada país, no resultando descabellado afirmar que existe una entropía de tipo: a.- electoral, b.- de salud, c.- económica y d.- política, analizada desde la geografía, geopolítica y las relaciones internacionales en términos similares. Desde esa perspectiva conviene realizar una preliminar revisión para dar cuenta de la profundidad de la situación, en el teatro permanente de la asimetría de poder y dependencia endémica entre la región y los poderes globales.

En primer lugar, debemos entender que la entropía se entiende como la tendencia natural a la pérdida de orden en un sistema. El término ha sido utilizado en diferentes disciplinas de conocimientos desde la física, la química y las matemáticas, hasta la lingüística y la ecología, para hacer referencia a la medida de desorden a que tiende un sistema. Geopolíticamente, se puede plantear que los escenarios sociopolíticos y económicos de la región, sumados al contexto pandémico, está favoreciendo la entropía latinoamericana, exacerbando el desorden que se presenta históricamente en la región, debilitándola en el plano internacional. Analizaremos en primer lugar la situación de Sudamérica.

América del Sur ofrece una particularidad como nunca vista. Brasil, se nos presenta como un caso donde su mandatario parece sólo importarle el soporte económico de su país v/s los miles y miles de brasileños que fallecen desde el año pasado por causa del virus. El gigante sudamericano es también el principal Estado-País de la región que ya alcanzó más de 400.000 muertos. Con un presidente que regularmente negó la peligrosidad del virus, no es de extrañar las dificultades en la estrategia de vacunación, a lo que se suma la peligrosidad de una nueva cepa que se proyecta desde ese país por la región.

Este escenario pandémico ha tensionado al estado federal de forma recurrente v/s los diferentes estados del país carioca, administrando, además, una situación política de insospechadas consecuencias, respecto de la condición de libertad de Inácio Lula Da Silva, cuestionando todo el proceso de encarcelamiento del ex mandatario. En esta perspectiva queda en entredicho el gobierno de Jair Bolsonaro, respecto de enfrentar las siguientes elecciones, donde Lula, seguramente será candidato nuevamente. Este escenario permite también proyectar, a propósito de la administración de justicia en Brasil, también una remirada crítica del proceso de destitución del Dilma Rousseff. Por otra parte, ya se instaló una comisión en el Senado brasilero que busca investigar el accionar del presidente Bolsonaro respecto de cómo ha gestionado la pandemia, agregando, por supuesto otra posibilidad de crispación y polarización de la comunidad brasilera, la cual ya tuvo su primera expresión de protesta masiva contra su actual presidente promovida por diversas organizaciones de oposición, allegadas algunas de ellas a la izquierda.

Siguiendo con otro de los países del cono cur, Argentina comienza a manifestar el agote por las medidas sanitarias. Un claro ejemplo es el cierre de las escuelas, hecho que implicó una resistencia importante dentro de la ciudadanía sacando a alguna comunidad a las calles, permitiendo, además, que en clave de gobierno interno, federal y estadual, se generara un intenso debate a partir del choque entre oposición y oficialismo, cruzadas con una importante tasa de contagios y muertes (Argentina ha sido uno de los países que ha incrementado de forma significativa sus tasas de contagios con 3,8 millones). Sin perjuicio de la aplicación de las vacunas rusas, su inoculación ha sido baja y, además, en el proceso, se creó un escándalo a propósito de los vacunatorios VIPs, los cuales privilegiaron a autoridades y expresiones de las élites trasandinas para la aplicación de las mismas. Internamente, dada la crisis vigente, apareció un llamado al “mendoexit”, reinstalando una vez más el sentimiento autonómico de unas de las provincias más significativas del país. Pero lo más complejo, continúa siendo su manejo sanitario, el cual no logra ser contenido, obligando al país trasandino, otra vez, a confinar a su pueblo.

Por otra parte, Perú, se encuentra en plena encrucijada electoral de segunda vuelta electoral entre Keiko Fujimori (fujirismo) y Pedro Castillo, representante de expresiones de izquierda (un outsider como se indica hoy) con un claro nacionalismo a cuestas, con su referente, Perú Libre. Lo anterior, además, antecedido de crisis políticas galopantes (ascensión y caída de Martín Vizacarra, vicepresidente de PPK, instalación de un nuevo mandatario que no alcanzó a ejercer, Manuel Merino, y uno nuevo que intenta administrar el proceso electoral y la pandemia, Francisco Sagasti). Cabe indicar que la elección, fuera de representar una significativa fragmentación y crisis política, polariza de forma preocupante el devenir de este país, a lo que se sumó por estos días un ataque contra personas, endosado a algunas expresiones de Sendero Luminoso. Quien gane tendrá no sólo las dificultades propias de la pandemia, sino que también la debilidad institucional y volatilidad política del sistema político peruano. Con la pandemia, sus indicadores se encuentran en una dificultad estructural, muy difícil de manejar en contagios y atención hospitalaria, como también en vacunación, muy lenta en su aplicación y adquisición.

Ecuador, por otra parte, se eleva como una expresión estatal premunida de varias contradicciones políticas electorales. Recientemente eligió a su nuevo presidente, al derechista Guillermo Lasso, tras una primera vuelta también muy tensionada a propósito de la irrupción de un candidato que representó el ímpetu político, identitario y social de los pueblos originarios, Yaku Pérez, el cual durante la segunda vuelta no respaldó al candidato del correismo, Andrés Araus, hecho que deja a Ecuador en una condición de posible ingobernabilidad, ya que el Congreso no es afín al nuevo ejecutivo, y además, con un antecedente de movilización previo a la llegada de la pandemia.

Bolivia, por otra parte, en pleno proceso de consolidación de sus contradicciones, a propósito de la instalación de Luis Arce como presidente del MAS, con un Evo Morales que se consolida en su condición de líder, debió administrar un reciente proceso político electoral, donde el mismo MAS perdió emblemáticos departamentos y municipios en manos de la derecha y algunos ex integrantes del mismo movimiento, los cuales devinieron en el que se denomina movimiento Jallalla, entregándole éste soporte a la ex presidenta del Senado Eva Copa ex MAS, ganando la alcaldía de la emblemática ciudad del Alto, típico bastión del MAS. En concreto, se dio que Luis Arce ganó en primera vuelta, resultó con un Congreso que no le es completamente afín y en las subnacionales, de nueve departamentos, sólo logró tres v/s seis que quedaron en manos de la oposición. Aunque su poder municipal fue consistente, obteniendo 240 de las 342. A esto, se agregan las dificultades internas que implican el procesamiento de la ex mandataria de facto, Jeanine Añez, la cual se encuentra recluida por traición a la patria.Y tiene, como el resto de los países comentados, problemas profundos con el manejo de la pandemia.

El “complejo” colombo-venezolano, por estos días, se encuentra en difícil tensión. Se asume como “complejo”, ya que ambos países se determinan respecto de sus procesos internos. Venezuela, que viene sosteniendo una crítica situación desde hace años, producto de su régimen interno, el cual se encuentra asediado por la comunidad y sociedad internacional producto del tratamiento de los derechos humanos, procesos democráticos y otros, deriva en un intenso y agresivo proceso de migración que lo hace expulsor de connacionales hacia la región y, prioritariamente, hacia Colombia. En cuanto a procesos políticos, desde hace un tiempo a esta parte se vienen dando señales de distensión entre el régimen y la oposición, posibilitándose llamados a retomar las conversaciones entre bandos, con o sin acompañamiento de terceras partes. Entremedio, Nicolás Maduro, convoca para noviembre 2021 elecciones regionales, que le entrega a ambos bandos oportunidades para consolidarse en sus posiciones, imponiéndole a la oposición el desafío de la unidad para enfrentarlas, situación fundamental para entender parte de la dificultad venezolana. Más allá de los reclamos de Maduro contra Colombia, producto de potenciales invasiones militares de este país apoyado por EE UU (mientras Donald Trump era presidente), lo cierto es que un punto histórico de tensión se encuentra en la cuestión fronteriza que producto del conflicto interno de Colombia entre las FARC, paramilitares y otros grupos, han hecho de la frontera una constante de tensión político diplomático, y que ahora con el proceso migratorio se profundiza.

Mientras, Colombia, vive su propio conflicto sociopolítico interno, ahora no por dificultades entre grupos que disputan espacios geográficos e influencias, sino que por un estallido social, que se viene detonado producto de la voluntad del gobierno de Iván Duque de avanzar en una reforma tributaria que captara más recursos para enfrentar el momento crítico que vive el país dirigido a la clase media y baja. Tal situación significó hasta el día de hoy un despertar de la población producto de una serie de carencias arrastradas desde hace décadas, implicando un número significativo de muertos (más de 50) en plena pandemia, obligando, inclusive a Michelle Bachelet a pronunciarse sobre estas materias, dada su envestidura de encargada de los derechos humanos de la ONU. A esto, se agrega la dificultad endémica que vive el país cafetero con la cuestión del narcotráfico, la cual sigue vigente y en complejización constante. Ambos países, por supuesto, encuentran en la pandemia otro momento de debilidad que, junto con develar sus precariedades sociales y económicas, profundiza las dificultades.

Paraguay, país que venía con una contención efectiva de la pandemia, más cuando es vecino de un gigante productor de virus, enfrenta en estos tiempos dificultades políticas profundas, teniendo en este país mismo (Brasil), parte de la explicación a propósito de un acuerdo energético secreto sobre el que avanzaban. Ambos producen la energía vía Itaipú. Ello, instaló un posible juicio político de destitución al presidente paraguayo, Mario Abdo Benítez. Junto con Uruguay, se transforma en el país más mortífero cuando de Coronavirus se refiere, colocándolo también en una instancia de cuestionamiento político. Ambos países, que en un inicio mostraron bajos contagios e indicadores de mortalidad limitada, avanzaron a posiciones de vanguardia.

Uruguay, país que aún goza de un referente global, como es José ‘Pepe’ Mujica, se encuentra en momentos de consolidación de un presidente de signo político distinto a propósito de Luis Lacalle Pau, que busca capear lo mejor posible la situación de crisis.

En esta sinóptica descripción de la región sudamericana, se vislumbra que la pandemia del COVID-19 convive y acentúa procesos políticos que develan las precariedades en las que se encuentran estos países, los que además dan cuenta de las siguientes dificultades que tendrán para proyectarse en la administración de la pandemia y sus consecuencias, pero también de las otras variables involucradas al interior de sus territorios en lo económico, social y político.

En la revisión, también se observa la precariedad de las instancias de integración regional, de hecho no ha existido ningún tipo de afrontamiento “regional” a la pandemia y las distintas organizaciones internacionales latinoamericanas han estado ausentes del debate. No se observan pronunciamientos y gestiones sustantivas para el abordaje del tema de cooperación regional a nivel económico, ni menos político, hecho que, sin perjuicio de entenderse producto del contexto de pandemia, el que profundiza la acción de los países de forma unilateral, también da cuenta de la inexistencia de las coordinaciones significativas para abordar la cuestión planteada, muy distinto de lo que ocurre con la Unión Europea.

Este aspecto devela, además, cómo -geopolíticamente hablando- los países de la región se encuentran lejanos no sólo de integrarse, sino de proyectarse asertivamente en el contexto regional y mundial como actores relevantes para el concurso de la política mundial (si ella era difícil antes, hoy se coloca más cuesta arriba). No por ello, implica que las políticas exteriores de cada uno de los estados indicados (más las de otras organizaciones de la sociedad civil, inclusive), no identifiquen y coloquen en valor una regularidad geopolítica cardinal en el concierto internacional, como es la dotación de sus recursos naturales y activos ambientales, los cuales serán botín permanente de los poderes globales vigentes, y también de los emergentes.

En suma, luego de este análisis, América Latina debe buscar los mecanismos para volver a equilibrar su sistema entrópico, los que deben basarse en la cooperación internacional, la democracia y la humanización de la región en su conjunto.

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