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Actualizado el 17 de Junio de 2021

Fragilidad política

No hay que comprar promesas. Hay que exigir un modelo de país que será posible en un par de generaciones más adelante, pero que hay que construir desde ahora. El tema es elegir a quién sea capaz de conducir el proceso, a quien tenga la voluntad que le permita poner las ideas en acción.

Por Guillermo Bilancio
criteria lavín jadue sichel "Será importante exigir a los candidatos que puedan explicarnos cuál es, para ellos, el significado que le dan a Chile y al mundo, para poder así entender su modelo propuesto y no un conjunto de ofertas y promesas".
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección

Un modelo de país es frágil cuando su sistema de valores es inconexo y contradictorio. Y como todos sabemos, la política está sostenida en los valores.

Toda decisión, siguiendo los conceptos esclarecedores de Herbert Simon, está basada en dos elementos fundamentales: los “hechos” y los “valores”. Esta distinción es fundamental, ya que los hechos son enunciados acerca del mundo percibido y los valores expresan nuestras motivaciones hacia ese mundo.

Los valores no son verdaderos ni falsos, ni buenos ni malos, simplemente expresan una actitud posible de nuestra personalidad en términos de religión, ética, estética, como también de miedo, caos, hambre, sexo, riqueza o lo que sea. En definitiva, expresan nuestra voluntad y de ahí que sean la esencia de la política. Sin valores, el mundo no tiene sentido.

Sería maravilloso vivir en una sociedad cuyos valores sean compartidos, pero inevitablemente surgen significados diferentes para un mismo mundo al atribuirle valores diferentes. Por lo tanto, vivimos mundos diferentes y por esa razón, vivimos en conflicto.

Este breve razonamiento intenta explicar la fragilidad de una sociedad y de su sistema político que, más allá de buscar ideas y sus correspondientes acciones para resolver el conflicto, es ambiguo e incoherente al definir la hipótesis y la estructura del conflicto en esta sociedad.

Si analizamos detenidamente las bases de las distintas propuestas en esta contienda electoral, podemos verificar que las mismas están plagadas de inconsistencias, producto de políticos inconsistentes.

Una propuesta política, que defina un modelo de país deseable, debe basarse en una hipótesis de conflicto, para lo cual es necesario identificarlo, entender la postura de poder del observador y su capacidad comunicacional para mostrar esa propuesta que, en teoría, resuelve el conflicto que se pretende abordar.

Hay una interpretación del conflicto que parece común a todos los candidatos presidenciales, ante lo cual han definido un escenario casi común. El abuso y las brechas socioeconómicas, la falta de un Estado presente en los temas sociales, la necesidad de sostener el crecimiento económico de una manera expansiva y no acumulativa, y entender el fin de los privilegios para los poderosos. Tanto los representantes de la izquierda, la derecha y sus mezclas, coinciden en ese “diagnóstico” y, a partir de allí, hacen sus promesas.

Es muy relevante no omitir en ese diagnóstico todo lo que se dijo para generar la creencia de Chile como país en los últimos años: su crecimiento, su posición dominante en la región, su potencial de desarrollo, y su riqueza precariamente distribuida. Además, un país que mira al mundo desarrollado buscando comparaciones con Finlandia, Noruega, Nueva Zelanda y otros países líderes en la OCDE.

Pero ante ese escenario, surgen alternativas de solución del conflicto de acuerdo con los valores y a la voluntad de los diferentes observadores. Así, los candidatos de “izquierda” plantean terminar con las AFP, generar una jornada laboral de 40 horas, crear un impuesto a la riqueza y al patrimonio, casi como viviendo en un país desarrollado.

Noruega tiene un sistema de pensiones controlado por el Estado, Finlandia tiene cada vez menos horas de trabajo, los impuestos son altos y hasta Joe Biden está de acuerdo con impuestos a las súper riquezas (quizás Joe Biden sea comunista…).

Por otro lado, los candidatos de “derecha” hablan de la imposibilidad y de la utopía de esas soluciones, aunque buscan mostrar un Estado más presente, ayuda social a partir de entender a la “gente”, a crear un capitalismo social “en serio” y a parecerse a Finlandia, Noruega y Nueva Zelanda.

¿Acaso los dos lados ven el mismo problema? ¿creerse parte del mundo desarrollado es el diagnóstico? ¿o el diagnóstico es creer lo que efectivamente no se es? ¿es Chile un país competitivo realmente? ¿es un país que tiene potencial de generar riqueza genuina más allá de la extracción de recursos? ¿es un país cuyo nivel de convivencia permite esa movilidad social que lo acerca a los países con los que busca compararse? ¿es Chile un país rico en el que puede hablarse de una socialdemocracia o de un capitalismo social distributivo? ¿o acaso Chile sigue siendo un país pobre con pies de barro y con un escenario montado con espejos de colores?

Chile no es un país rico, pero hay súper ricos. El 1% de los más ricos en Chile es más rico que el 1% de los ricos en Noruega, un país rico de verdad. No tenemos, ni cerca, los niveles de educación, salud pública y seguridad social de esos países. ¿Podemos compararnos? Si no tenemos claro de dónde venimos, no será posible prometer ni definir hacia dónde vamos.

Los valores -y no me cansaré de repetir este término- le dan significado al mundo y son los que determinan las ideas que ponemos en acción. Por eso, será importante exigir a los candidatos que puedan explicarnos cuál es, para ellos, el significado que le dan a Chile y al mundo, para poder así entender su modelo propuesto y no un conjunto disperso de ofertas y promesas.
Propongamos que cada candidato exponga su interpretación de la realidad del país, sus fortalezas y sus debilidades, sus oportunidades y sus amenazas. Que determinen cuál es la estructura de poder con la que cuentan para abordar las soluciones encontradas y asegurar su implementación. Y que comuniquen lo posible, no ilusiones. Es importante que los políticos y los candidatos se den cuenta de que la sociedad ya los ha superado. Es como si quisieran explicarle tecnología a un adolescente de 16 años.

No hay que comprar promesas. Hay que exigir un modelo de país que será posible en un par de generaciones más adelante, pero que hay que construir desde ahora. El tema es elegir a quién sea capaz de conducir el proceso, a quien tenga la voluntad que le permita poner las ideas en acción. Eso es evolución en la política.

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