¿Cómo llegamos a esto?
Hoy día no solo la izquierda, sino también muchos del centro y de la derecha, señalan a Sebastián Piñera como el culpable de todo, a pesar de tener él solo una parte de esa culpa. Lo mismo pasa con los empresarios: tienen algo de culpa, pero no toda. Entonces, la pregunta es: ¿Cómo llegamos a esto?
Estamos ante tres eventos, evidentemente históricos, en los próximos meses: las elecciones primarias, las elecciones presidenciales y legislativas, y la confección y posterior aprobación de una nueva Constitución para la República.
El país está convulsionado, en crisis económica y social profundas, aparentemente causadas por el “estallido social” del 18/O y agravadas por la pandemia del COVID-19. Estamos ante el real peligro de seguir el camino que trazó hace décadas la revolución cubana, continuado por Venezuela, Nicaragua, El Salvador y otros países donde la izquierda se instaló por tiempo indefinido, que puede prolongarse in aeternum (para toda la eternidad).
Hoy día no solo la izquierda, sino también muchos del centro y de la derecha, señalan a Sebastián Piñera como el culpable de todo, a pesar de tener él solo una parte de esa culpa. Lo mismo pasa con los empresarios: tienen algo de culpa, pero no toda. Entonces, la pregunta es: ¿Cómo llegamos a esto?
Lo que sucede hoy y puede pasar mañana no es casual, no era imprevisible, ni se debe a un accidente. Todo empezó con la aparición del régimen de Fidel Castro, financiado y apoyado por la URSS y desfallecido pero continuado después de la caída de la Unión Soviética. El sueño de Fidel y de sus sostenedores era transformar toda Latinoamérica – y a continuación ¿por qué no al mundo? – al socialismo. Al final de siglo XX y comienzo del XXI Cuba usó astutamente su influencia sobre Chávez, convenciéndolo a seguir lo planeado por Bolívar: transformar Sudamérica en un solo país bajo su presidencia, con la ayuda del inagotable flujo del petróleo venezolano (que, entre paréntesis Cuba necesitaba desesperadamente) y aprovechando el atraso de las enclenques democracias de la región.
Chávez tuvo éxito en contaminar a Bolivia, Ecuador y Nicaragua con las funestas consecuencias en estos países. El gigante ingobernable, Brasil, también cayó en manos de la izquierda, una izquierda corrupta y desorganizada que frenó el desarrollo y de paso exportó su corrupción a todo el subcontinente, usando gobiernos, empresas y políticos. Un presidente zurdo y llamado nada menos que Lenin, cambió el rumbo de Ecuador, quien sabe hasta cuándo. Nuestra gran vecina, Argentina, que antes jamás se declaró socialista sino peronista, hoy también dice pertenecer a ese bando, sin realmente ser más que un país totalmente fracasado por obra de 75 años de “justicialismo”.
¿Pero qué tiene que ver Chile con este proceso, si acá el socialismo aparentemente terminó con el fracaso de Allende? Bueno: el “fracaso” en realidad desembocó en un golpe, apoyado por todos los partidos encabezados por la DC, algo lógico en un momento cuando casi toda la región estaba bajo dictaduras militares. Sin embargo, el Foro de Sao Paulo, a la sombra de una ONU indudablemente cómplice, siguió organizando la “izquierdización” de Latinoamérica con la planificación de todos los partidos regionales miembros de sus filas. Y ahí nace – o renace – la transformación de un Chile que aparentemente tomó la decisión “correcta” de desarrollarse.
La gran culpa – difícil saber si consciente o inconsciente – recae en Ricardo Lagos, quien después de un gobierno razonablemente bueno a pesar de mucha sombra de corrupción, señaló con su índice a Bachelet como heredera y seguidora de sus políticas. Una Bachelet mucho más zurda que él, resentida por el fracaso de Allende, “educada” en la RDA, y aparentando ser una demócrata progresista toma el poder y decide transformar al país. No le va muy bien: no tiene mayoría parlamentaria para refundar Chile, pero sí el poder de llenar toda la administración pública, los sindicatos y hasta gobernaciones con sus adictos, preparando lo que hoy tiene mucha probabilidad de realizarse: un Chile socialista. Los votantes, quizás dándose cuenta subconscientemente de que el desarrollo se frenó bajo su gobierno, votan en democracia por un presidente de derecha: Piñera. Y, a pesar de que las cifras estadísticas muestran en cuatro años un gran salto económico al mundo, un salto que aumenta bruscamente el porcentaje de la clase media, bajo la superficie el salto no significa un mejoramiento de nivel de educación, salud y participación social: Chile sigue un país dominado por una élite que ostenta una grosera mayoría de la riqueza.
Las semillas sembradas por Bachelet empiezan a brotar, porque muchas promesas sociales prometidas por ella y aceptadas por Piñera no se realizan, son postergadas o sencillamente olvidadas. En consecuencia, al promediar su mandato, el equilibrio parlamentario cambia y el freno al desarrollo empieza a sentirse. La consecuencia: un segundo gobierno de Bachelet, quien esta vez sí puede aplicar casi todas las reformas con un legislativo a su favor; reformas mal planeadas por ideólogos mal preparados – más ideólogos que expertos – con consecuencias retrógradas y un comienzo de deslizamiento por el tobogán en el que nos encontramos hoy.
¿Ha sido planificada esta crisis por la izquierda internacional a través de Bachelet? Todo señala que sí. Todo señala que el Foro programó el deterioro económico y social para, aprovechándose del descontento, se haga de la simpatía de una mayoría – apenas mayoría, pero mayoría al fin – para un uso futuro. Peor que el primer gobierno, el segundo de Bachelet sitúa de nuevo a la derecha a tomar un Chile ya frenado, eligiendo el voto a la única cabeza visible, a Piñera de nuevo. La izquierda se frota las manos de contenta. Sabe lo que vendrá, porque ya tiene sus agentes en el país, ya tiene al crimen organizado y la droga a su lado, ya hay un millón que vino al paraíso y, ¿alguien sabe qué porcentaje para preparar el estallido? ¿y, acaso, la izquierda no usa la delincuencia como primera fila en la revolución? El país ya está deteriorado, endeudado, con una desocupación creciente que no hay cómo revertir, con una carga pública que el nuevo – el segundo – gobierno de Piñera no tiene coraje para reducir, con una necesidad de hacer caja y tomar medidas antipáticas, con un parlamento de “no, no y no” a lo que sea y una oposición que critica hasta la puesta de sol; todo lo que, más a la corta que a la larga, lleva al 18 de octubre.
Plan realizado, tarea cumplida: Chile explotó, caos total, gobierno timorata con un Presidente ególatra e impotente y ¡Hala! Cae el COVID- 19; un inmenso, inesperado regalo en medio de la crisis provocada. La gente atónita, necesitada más que nunca, imposible de disciplinar, menos aún de contentar, un gobierno que – a pesar de indudablemente encarar bien el desafío sanitario – sigue sin entender a la gente y corre a socorrerla cual 33 de la mina; totalmente impotente y sin ver el camino.
Así llegamos a esto. Necesitamos elegir a alguien que haga tres cosas: aplicar el freno al caos; sacar al caballo del pantano; y tomar sus riendas para encaminarlo a la recuperación. Si la izquierda gana, si nace una Constitución inspirada por ella, a Chile le esperan tristes décadas. Será uno más de los países que no vale la pena enumerar de nuevo. Hay que despertar a la gente. A lo mejor ya es tarde. Pero hay que hacer el esfuerzo, aunque sea a último momento, quizás todavía pueda seguir la sensatez, despertada en el tiempo de alargue. Ojalá no perdamos la oportunidad.