Subamos el nivel del Congreso
El próximo domingo 21 de noviembre se llevarán a cabo las elecciones parlamentarias y los chilenos tendrán la oportunidad de renovar el parlamento, que en estos últimos cuatro años ha sido bastante cuestionado por la ciudadanía.
Las próximas elecciones parlamentarias pondrán a prueba la capacidad de los partidos políticos para convocar y elegir a los mejores candidatos al próximo Congreso. Sus niveles de aprobación ciudadana están por el suelo (8%, abril 2021, CEP) y su gran desafío será demostrar que la forma cómo seleccionarán a los candidatos responde a los más altos estándares de experiencia, capacidad e independencia, dejando atrás el impopular e histórico expediente de recurrir a factores como militancia, parentesco, amiguismo, pago de favores, y otros, que dan cuenta de parte de su desprestigio.
Winston Churchill afirmaba que “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Ello implica poner el foco en postulantes que reúnan ciertas virtudes o valores que permitan subir el nivel -profesional y ético- de los nuevos parlamentarios. Considerar sus realizaciones, sea en el mundo público o privado, no será suficiente. También deberá ponerse especial atención a sus actuaciones y conductas éticas. Se trata de consideraciones que están por sobre ideologías políticas y que deberían ser comunes y transversales a los partidos. Mientras los partidos hacen sus esfuerzos y cálculos, algunas pistas.
Una clara vocación de servicio público y un fuerte desinterés personal de los candidatos aparece como un primer criterio de selección. No podemos olvidar que el servicio público y la política están dirigidas a beneficiar al país y no satisfacer intereses o ambiciones particulares de los parlamentarios. Tony Blair señalaba que “No me metí en política para cambiar el Partido Laborista. Me metí en política para cambiar el país”. Observamos, con frecuencia, a candidatos invocando mejores derechos o implorando privilegios (los “apitutados”) frente a otros postulantes, ambicionando figuración o poder. La probidad en el servicio público y la política es otro factor determinante. El ejercicio de las funciones públicas debe caracterizarse por la transparencia, la honradez y la austeridad, todos aspectos que hoy afectan el prestigio y credibilidad del actual Congreso. Abundan los casos de falta de probidad en la función parlamentaria.
Del mismo modo, la prudencia -y caballerosidad- política de los futuros parlamentarios no puede omitirse. El cumplimiento y respeto por esta virtud, tan escasa como necesaria en el mundo político, evitaría la tentación de transformar las redes sociales y los matinales en campos de batalla. La mediatización o farandulización de la política es consecuencia de la ausencia de esta virtud en muchos políticos. Por otra parte, la descalificación personal y la cancelación en que incurren algunos parlamentarios son otra muestra de la imprudencia política que campea en diversas instancias políticas. Ya no son una exclusividad del Congreso.
La responsabilidad de elegir a candidatos con sólidos principios y valores, con clara vocación patriótica y democrática y con fuerte del sentido del deber tampoco puede estar ausente en esta ocasión. En el actual Congreso hemos observado a parlamentarios inclinados a doblegar sus principios frente a medidas populistas o demagógicas, cediendo a presiones electorales (“Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”, Groucho Marx); parlamentarios que han abandonado su espíritu patriótico y democrático, saltándose las reglas del juego, abusando de sus facultades, aprobando mociones inconstitucionales, entre otras (“Me he preguntado muchas veces cómo se habrían visto “Los Diez Mandamientos” si Moisés los hubiera presentado en el Congreso de los Estados Unidos”, Ronald Reagan); y parlamentarios que han renunciado al sentido del deber, prefiriendo el camino fácil del obstruccionismo por sobre el aporte constructivo a las soluciones que requiere el país (“A veces es mejor perder y hacer lo correcto que ganar y hacer lo incorrecto”, Tony Blair).
El actual ciclo político es un trágico círculo vicioso, que afecta directamente a la renovación de la política y del parlamento. Barack Obama lo refleja certeramente: “No es suficiente cambiar a los jugadores. Tenemos que cambiar el juego”. Aún cuando la independencia partidaria y la edad de los candidatos parecen ser muy tentadores como condiciones de elegibilidad, a la hora de seleccionarlos deberían privilegiarse sus aspectos éticos y su experiencia. Por ello, subir el nivel del próximo Congreso se convierte en un desafío mayúsculo para los partidos, cuyo futuro, en términos de credibilidad y confianza ciudadana, dependerá fuertemente de las señales que den aquéllos en el proceso de selección de los candidatos. Aunque las elecciones de noviembre apremien, pensar en nuestras próximas generaciones debería ser el norte al momento de inscribirlos. En los próximos días sabremos la verdad.