Efectos y lecciones de la salida occidental de Afganistán
La decisión de Estados Unidos de retirarse de Afganistán, incomprensiblemente dilatada por al menos una década, responde al reconocimiento de que el país ha perdido poder frente a otros y particularmente con relación a China, por lo que debe reconstituir sus fuerzas para hacer frente al desafío a su posición hegemónica.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado
Estas últimas semanas los ojos del mundo han estado puestos en Afganistán y lo que ahí ha sucedido y acontece no solamente ha acaparado los titulares de los principales medios, también ha significado un golpe emocional. A todos nos ha impactado y desgarrado ver a esos miles de personas tratando de huir a como dé lugar de Kabul a bordo de un avión occidental, incluso colgándose de las aeronaves despegando y cayendo a su muerte desde las alturas. Es difícil imaginar una desesperación tan grande como para colgarse de un avión y enfrentar la posibilidad casi cierta de la muerte, antes que permanecer bajo el yugo talibán.
Mientras se sigue desenvolviendo este drama humanitario, con fecha inminente de término del puente aéreo – los talibanes han declarado que el 31 de agosto es el límite – se cierra abruptamente un capítulo en la historia mundial, con lecciones y consecuencias que se irán develando en los próximos meses y años.
Aunque la perspectiva del tiempo sin duda que permitirá un análisis más riguroso y sereno, es válido intentar hacer un análisis en las actuales circunstancias y proyectar escenarios, para más adelante contrastarlo con la realidad.
En primer lugar, Afganistán vuelve a expulsar a los ocupantes extranjeros. En la historia más reciente, los afganos terminaron echando de su territorio a los británicos, soviéticos y ahora a una coalición occidental anclada fundamentalmente en Estados Unidos. Demostraron no solamente ser irreductibles guerreros, también vencedores de potencias e imperios mucho más poderosos que ellos.
Todos los ocupantes fallaron en no concitar realmente el apoyo de la población, incluso contando con aliados locales. Esto puede haberse debido a que todos quienes ocuparon Afganistán no eran musulmanes, y el islam es quizá el único aglutinador real en un país que es un crisol de etnias con culturas bastante disímiles, pero con una misma fe.
Esto demuestra lo vital que es contar con el concurso de la población para una ocupación pacífica y cómo sintonizar con las variables religiosa y cultural es fundamental para poder implementar cambios. En esa línea, cabe preguntarse, más allá de la evidente buena intención de los ocupantes de promover a la mujer en la sociedad, sobre su mantención y expansión ahora que partieron. Abundan los ejemplos de intentos abortados por ser considerados como “importados” y contradictorios con las costumbres locales, rigidizadas por el manto religioso. En ese sentido resuenan las palabras del presidente Biden a propósito de la derrota de las tropas gubernamentales afganas, pero que es perfectamente extrapolable al ámbito de la posición de las personas y de los géneros en la sociedad: “Les dimos todas las oportunidades para determinar su propio futuro. No pudimos darles la voluntad de luchar por ese futuro”
Así como todo el esfuerzo de la coalición occidental no pudo sostener al gobierno que apoyó, tampoco podrá velar que las mujeres tengan una participación más igualitaria y mantengan derechos adquiridos durante estos años, si es que ello no es defendido por los mismos afganos. Las organizaciones internacionales y otros países podrán intentar influir, condicionando su ayuda y comercio al respeto de un estándar de los derechos de las mujeres y de las minorías, pero su suerte está en las manos de las madres, hermanas, esposas e hijas de los afganos de todas las etnias y especialmente de los talibanes.
Ahora que los afganos parecen haber recuperado las riendas del destino de su país, después de dos invasiones y décadas de guerra ininterrumpida, deberán enfrentar y administrar los cambios y las transformaciones de todo orden que ha experimentado la sociedad. Es en ese proceso donde se verá cuan hondo ha calado el legado de la ocupación occidental.
Pero ahora examinando los efectos en la ecuación de poder mundial, ¿qué podemos comentar? En primer lugar, Estados Unidos cierra un capítulo de casi 30 años de activa participación en el Medio Oriente y Asia Central, que incluyó la ocupación de Irak y Afganistán. En ambos países Estados Unidos invirtió sumas colosales además de pagar un alto precio de sangre y en el balance sale debilitado como potencia. Quizá este constituyó su último esfuerzo masivo por tratar de cambiar la cultura política de otras naciones, procurando dejar implantado un sistema democrático, lo que a primera vista parece un fracaso absoluto. El tiempo dirá si algunas semillas darán fruto en un futuro indeterminado.
La decisión de Estados Unidos de retirarse de Afganistán, incomprensiblemente dilatada por al menos una década, responde al reconocimiento de que el país ha perdido poder frente a otros y particularmente con relación a China, por lo que debe reconstituir sus fuerzas para hacer frente al desafío a su posición hegemónica. Biden en esto ha sido extremadamente claro. En adelante la prioridad número 1 estará en la competencia con China. Para ello era imperativo cesar con las hemorragias al presupuesto norteamericano causadas por las intervenciones foráneas y poner todas las fichas en la competencia por el cetro mundial.
Europa y la OTAN han demostrado que, sin Estados Unidos, su margen de acción es casi nulo. Cuando este país anunció su retiro, sus aliados no fueron capaces de levantar una alternativa. Lo mismo ha sucedido con el plazo fatal impuesto para el puente aéreo, que los europeos no están en condición de dilatar. Si Europa y en particular la Unión Europea, quieren jugar un rol más decisivo globalmente, entonces, aunque no guste, deben aumentar su poderío bélico y más importante, tener una efectiva coordinación. La lucha por el poder es descarnada, y estar en la primera línea requiere una capacidad militar de la que los europeos todavía carecen. Ello se vuelve más imperativo porque Estados Unidos seguirá con su reasignación de recursos, exigiendo que sus socios asuman una responsabilidad que hasta ahora los norteamericanos han asumido en buena parte.
La salida de Estados Unidos de la región deja la puerta abierta para que China y Rusia acrecienten su influencia, prácticamente sin contrapeso. En el caso de Rusia, Asia Central fue tradicionalmente su zona de influencia más directa (recordemos que buena parte de los países del área integraron la Unión Soviética) y Estados Unidos con su presencia en Afganistán y su relacionamiento con los países vecinos, constituía una interferencia a su hegemonía. China también ve con buenos ojos la salida norteamericana, para seguir adelante con su estrategia de la Franja y la Ruta.
Pero, aunque sale un competidor del área, quedan dos potencias que con toda probabilidad generarán roces entre sí al tratar de llenar el espacio dejado en su beneficio. China ve al Asia Central como un área natural para la expansión de su influencia, tanto como mercado de destino de sus productos como origen de materias primas, además de razones de seguridad para blindar a su provincia de Xinjiang de la amenaza del islamismo radical. Esto necesariamente chocará con el mejor derecho que Rusia considera tener, por lo que habrá que estar atento a cómo se acomodan China y Rusia en la región, y cómo ello repercute en materia de paz y seguridad.
El aparente principal ganador de todo esto es Pakistán, país que amparó y apoyó a los talibanes. Siendo así, se espera que pueda incidir en muchos temas, convirtiéndose en un mediador y socio indispensable para terceros. Esto podría traducirse por ejemplo en abrir ciertas actividades económicas para extranjeros. Afganistán tiene grandes reservas de tierras raras, insumo clave para componentes tecnológicos y China está muy interesada en su explotación. Pakistán sería el socio estratégico para cualquier emprendimiento de esta naturaleza y el lugar de paso para buena parte del comercio afgano.
Pero también todo podría salir muy mal para Pakistán porque los gobiernos afganos nunca han reconocido el límite entre ambos países y, ya libres de interferencia extranjera, podrían reavivarse los ánimos nacionalistas. Incluso los gobernantes talibanes o quienes tengan finalmente el control, podrían jugar con estos sentimientos para distraer la atención de los múltiples problemas que continuará teniendo el país. Además, Pakistán dejará de recibir ayuda de Estados Unidos ahora que no se les necesita (hay que decir de que hicieron un soberbio doble juego ante la impotencia estadounidense).
¿Y el terrorismo que fue la causa de la invasión? Queda la pregunta abierta.
Se ha cerrado un capítulo, pero ya se está escribiendo el otro.