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Actualizado el 23 de Septiembre de 2021

Marco Antonio de la Parra: “Lo de Rojas Vade no es teatro; da para una reunión clínica”

Para Marco Antonio de la Parra, tipos bizarros como Rodrigo Rojas Vade, el constituyente que hizo su propia y muy mala versión de El enfermo imaginario, le parecen parte del deterioro actual de la democracia.

Por Ximena Torres Cautivo
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Marco Antonio de la Parra (69) está a punto de convertirse en diablo. “En Belcebú”, dice. “En Mefistófeles”, refuerza. Y Néstor Cantillana será el Dante en una adaptación del “Infierno”, que escribió en pandemia y se presentará este 15 de octubre en la sala de la Universidad Finis Terrae, donde es docente en la carrera de Teatro. 

“¿Habrá peor infierno que este que hemos vivido a causa del COVID-19?”.

Difícil pregunta. Marco Antonio de la Parra, el prolífico autor de 98 obras, con más de 350 representaciones en el cuerpo, que en tiempos normales dedica el 50 por ciento de su tiempo y energía a su consulta de médico psiquiatra, de psicoanalista, ahora está enfrascado en un 75% en ella. “He podido escribir y leer muy poco. La demanda por consultas ha aumentado muchísimo”, confiesa, tal como advierte que lo único que no acepta, “porque hay que dedicarse veinticuatro siete y yo no puedo, son los casos de suicidio. Esos se los remito a otros colegas. En pandemia ha aumentado mucho la demanda psiquiátrica, porque se agravaron los cuadros depresivos, los ansiosos, el insomnio y los trastornos del sueño, el Síndrome de Burnout o desgaste emocional en el trabajo, particularmente en el área de la salud. Hubo un momento en que no había camas en ninguna de las 20 clínicas psiquiátricas que existen en Santiago para hospitalizar a pacientes que habían hecho intentos de suicidio. En el peor momento de la pandemia, coincidentemente, me tocó atender a siete enfermeras, eran desde el Sótero del Río hasta de clínicas privadas y exclusivas. Todas estaban igualmente  desgastadas, tras vivir la experiencia de ver tantos cuerpos intubados, tantas muertes en soledad, tantos cadáveres en bolsas, tantas personas que no pudieron despedirse, tanto dolor en las familias. Las enfermeras son las que hacen el trabajo de piel, de cuerpo, de trato directo con los pacientes en los centros de atención, mucho más que los médicos, y eso pasa la cuenta”. 

-¿Qué es lo más duro que te ha tocado conocer en consulta en este tiempo?

-Casos dolorosos a causa de las secuelas que deja el coma inducido. Algunos hasta resultan cómicos, otros son simplemente dramáticos. Entre los primeros está el caso del marido que le dice a la señora: “Por favor, no toques mi celular” cuando lo van a intubar y, al recuperarse, ya no tiene señora, porque ella descubrió por el celular que tenía una amante y la engañaba desde hacía años. O el del hombre que al despertar del coma inducido, le informan que su mujer ha muerto, que está viudo. Y los pacientes que quedan con secuelas después del coma inducido, con atrofia muscular o daños cognitivos. 

En esto de poner a dormir o no al cerebro, hay visiones encontradas, comenta. Dice que en Estados Unidos el tema ha sido muy polémico. Sea cual sea la posición frente al tema, lo cierto es que “el retorno del coma inducido es muy duro, muy duro. Ciertamente, la pandemia tiene muchas consecuencias brutales en su repertorio”. 

-En términos de efectos sobre la salud mental, ¿con qué puede ser comparada esta pandemia?

-Con una guerra, sin duda. Son casi dos años de quedar fuera, de vivir escondidos. A los niños les sacaron el chupete y les pusieron la mascarilla. A los jóvenes que estaban entrando a la universidad, les quitaron el contacto físico, las relaciones personales. Son cuerpos que no existen, de alguna manera.

-Y en el campeonato de los más afectados, ¿quién gana? 

-Los jóvenes, porque la han soportado mal, la han negado y caen en conductas como la que se vio antes de Fiestas Patrias en el Parque Alberto Hurtado. Eso, a diferencia de las personas mayores que saben que tienen que cuidarse y lo hacen. Las mujeres también lo han pasado muy mal. La demanda psiquiátrica mayoritaria viene de lo femenino. Son ellas las que más consultan, porque están mucho más sobrecargadas, son las que se encargan del cuidado de otros, a diferencia de los hombres que, con suerte, nos cuidamos a nosotros mismos. 

-¿No te parece que hubo abuso por parte del Estado al encerrar a los mayores de 75 años durante lo más álgido de la pandemia?

-Encerrarlos fue una medida extraordinariamente razonable desde el punto de vista de la salud pública. Las consecuencias sobre la salud mental, son otra cosa.  

-Que el presupuesto destinado a salud mental en Chile sea poco más del 2 por ciento del total de la plata destinada a salud, parece demencial, ¿o no?

-La salud mental en Chile está en el territorio del desamparo, del olvido, tanto a nivel público como privado. Alguien con una patología mental va a ser muy difícil que encuentre un modelo terapéutico apropiado a su mal. Las isapres financian hasta tres sesiones de terapia, cuando frente a patologías de otro tipo la cuota sin duda es más alta. En lo psiquiátrico siempre es lo mínimo y no hablemos del que precisa una psicoterapia larga… Acá se impone el modelo del fármaco. Es muy doloroso lo que pasa con la salud mental en Chile.

El enfermo imaginario

Cinco noches hospitalizado por COVID-19 vivió Marco Antonio hace unos meses y sintió “el julepe de una enfermedad mortal”. Nos cuenta: “Cuando finalmente me pasaron a la unidad intermedia, nos preguntamos mucho en familia cómo me contagié, porque yo no fumo, no tomo, no soy hipertenso, no tengo enfermedades de base. Nunca supimos cómo sucedió, porque vivimos solos con mi hijo adolescente español, Ana Josefa (se refiere a su esposa, la periodista especialista en cine, Ana Josefa Silva), y yo”. 

-¿Cómo te llevas con tus 69 años, porque, pese al COVID, estás como tuna?

-Mucho menos tuna de lo que quisiera… No es fácil tener 69. Cuando pasas de cierta edad, empiezas a luchar contra los achaques. El cuerpo te vence, te señala los años que tienes. La vejez se refleja en la mirada de los otros y en que el cuerpo empieza a hablarte. Te hablan las articulaciones, las vísceras. Están el crujido de la artrosis, la presión que sube. Pero al mismo tiempo empiezas a tener una cierta melancolía y un nivel de reflexión superior. Entonces uno está en un permanente balance entre la queja física y la iluminación, la sabiduría. 

De su padre, que era dermatólogo, “la  especialidad médica más superficial”, como le gustaba decir, Marco Antonio sacó el humor y lo aprensivo. También una noción de la medicina muy orientada a lo social. “Mi papá nunca quiso cobrar más por una consulta que el arancel 2 de Fonasa. Tenía una consulta chiquitita y nunca quiso instalarse en Providencia, subir a Providencia, como le aconsejábamos nosotros. Él tenía claro el origen psicosomático de las enfermedades de la piel, lo que me impulsó en alguna medida hacia la psiquiatría”. 

Él, afirma, tiene “un margen de policlínico”, además de sus consultas privadas, que es parte de esa herencia por la medicina de tinte social, que le legó su papá. También tiene psoriasis. 

-¿Te acentúa la psoriasis el pánico escénico, porque sabemos que subirás al escenario próximamente?

-El pánico escénico es parte de la causa del teatro. Siempre se produce y el síntoma más claro es que antes de subir al escenario lo único que quieres es irte para tu casa. 

-A propósito de teatro. ¿Qué hay detrás del engaño cometido por el convencional Rodrigo Rojas Vade, el enfermo imaginario de cáncer, parafraseando a Moliere?

De la Parra lanza una suerte de bufido molesto y afirma: 

-Eso no tiene que ver con el teatro, sino que da para una reunión clínica. Hemos visto una desregulación en el ámbito de las emociones desde el estallido social en adelante. Estamos rodeados de sujetos con discursos vociferantes y absolutamente desmedidos. Lo del constituyente Rojas Vade es sólo superado por las firmas validadas por el notario muerto. Este nivel de la fabulación que se está generando en la política revela que el entusiasmo rompió con cualquier idea e incluso con las ideologías. El entusiasmo nos está consumiendo y nos está impidiendo pensar. Si se pensara en política, no estaríamos con este evidente deterioro de la democracia. Hoy se está eligiendo a figuras bizarras, como este hombre, lo que empieza a sustituir cualquier diálogo razonado o intercambio de ideas. Esto se condice con los debates que vimos para las primarias, que me imagino serán los mismos para la presidencial y las parlamentarias. Unos formatos que son más parecidos a un concurso, a un reality show, con tiempos de intervención marcados por pitos. O sea, lo menos parecido a un diálogo, a un intercambio para contrastar ideas.

-¿No es un contrasentido que un país que va derecho a ser uno de los más envejecidos de la región quiera ser gobernado por los jóvenes y denueste a los viejos en política? 

-Hay en esa afirmación una cuestión muy compleja. Los viejos políticos son mirados como los que no dejaron pasar a una segunda generación. Hablo de los que gobernaron después de la dictadura y que se quedaron pegados mucho tiempo sin permitir que se produjera el recambio y de repente están siendo reemplazados porque aparecieron los millennials. No estuvo entremedio la generación X. Y lo curioso es que los que hoy puntean en las encuestas son todos personajes vinculados históricamente a la DC. Uno es hijo de demócrata-cristiano, el otro perteneció al partido y se salió. O sea, estamos a punto de ser gobernados por los nietos y bisnietos de Frei Montalva. Aparentemente, se les está dando paso a los más jóvenes pero con ideas más antiguas.  

Provocativo (psico) análisis político, que merecería artículo en sí mismo, lo mismo que la breve sinopsis del libro que ha estado escribiendo en pandemia, que aún no termina y que puede que se llame “Democracia”. Trata del encuentro entre “un hombre que viene de luchar contra la dictadura y Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet y gerente de Soquimich, quien le enseña a jugar golf al tipo de la Concertación”. 

Habrá que esperar su publicación, mientras nos quedamos con su respuesta a una pregunta que se vale del título de una de sus primeras obras de teatro: “Lo crudo, lo cocido y lo podrido”. 

-¿Qué sería en el Chile de hoy lo crudo, qué lo cocido y qué lo podrido? 

-Lo crudo hoy está por verse porque hay muchas cosas que no se han cocinado todavía y, por eso mismo, resultan muy duras de tragar. Tiene que ver con lo nuevo que viene, que todavía no tiene forma de nada, que está escondido tras la violencia, disfrazado de entusiasmo peligroso y de esperanza al mismo tiempo. Lo cocido o lo cocinado se lo llevó Penta y Soquimich y nos condujo a lo podrido. Esa es la corrupción de la política que tiene en tan mal pie a nuestra democracia y de la cual nos está costando salir. Esa obra se basaba en la teoría del sociólogo Levi Strauss sobre las comidas. Las tres formas son tragables y comibles, pero lamentablemente hoy nos estamos quedando con las cosas intragables. 

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