¿Colonia Dignidad o Plaza Dignidad?
Sólo bastaba prender un fósforo para encender la pradera. La cerilla fue el precio del transporte público y la tarde del 18 de octubre de 2019 todo ardió, partiendo por las estaciones de Metro. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Están mejor los más vulnerables y vulnerados?
Ximena Torres Cautivo es Periodista y escritora
“La pobreza es la más profunda vulneración a los derechos humanos”, era una frase publicitaria poco publicitaria, con la que me encontré en 2017. Curas, especialistas en marketing y comunicadores estratégicos, psicólogos, abogados expertos en derechos humanos, trabajadores sociales, sociólogos, discutían de su pertinencia. Temían que las organizaciones que habían luchado contra los crímenes cometidos en dictadura a partir de 1973, pudieran reaccionar mal si la pobreza se equiparaba a tortura, desaparecimiento y muerte. Era meter la pobreza en la cancha de la política.
Igual, se hizo, pero no pasó nada.
El Hogar de Cristo se la jugó por desplegar afiches callejeros, frases radiales y campañas en redes sociales con la ayuda de medios de comunicación amigos esperando remecer las conciencias con la frase que tantas disquisiciones suscitó, pero a nadie se le movió un pelo, ni siquiera a los luchadores por los derechos humanos. No hubo ni siquiera eso que gráfica y desesperanzadamente el psicólogo Paulo Egenau llama “lucidez transitoria”, la que se activa cuando algo concreto, escandaloso y límite destaca en medio del horror cotidiano de la pobreza y la vulnerabilidad. La muerte de la niña Lisette Villa en una residencia del Sename es el mejor ejemplo.
Las cotidianas vulneraciones a la dignidad de las personas –trabajos precarios, barrios segregados en territorios donde campea la violencia y el delito, en especial el narcotráfico, escuelas de mala calidad, escasos servicios de salud, nula atención psiquiátrica, pobre sistema de transporte público–, que resultan en una desigualdad atroz, no parecían tener que ver con el respeto a los derechos humanos. Son parte del paisaje. Sólo la ven los que las sufren. Y esos no tienen tiempo ni energía para votar. O sea, no existen para los políticos.
Pero estaban ahí.
Sólo bastaba prender un fósforo para encender la pradera. La cerilla fue el precio del transporte público y la tarde del 18 de octubre de 2019 todo ardió, partiendo por las estaciones de Metro.
¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Están mejor los más vulnerables y vulnerados? ¿La palabra “dignidad”, que se presta para todo, partiendo por bautizar a una colonia liderada por un psicópata pedófilo, amparada por la dictadura de Augusto Pinochet donde se cometieron abusos atroces, y terminando con destruir la vida de un barrio y una plaza emblemática de Santiago hasta convertirla en la zona más devaluada de la capital, tiene hoy un nuevo sentido para los que sobreviven con lo mínimo? ¿Ha cambiado en algo la vida de esos grupos carenciados?
Este 19 de octubre, se cumplen 77 años del Hogar de Cristo, obra que para muchos es el milagro cotidiano de ese visionario activista social que fue Alberto Hurtado. En los años 40 del siglo pasado, él decía: “En Chile, hay dos mundos demasiado distantes: el de los que sufren y el de los que gozan, y es deber nuestro recordar que somos hermanos y que en toda verdadera familia la paz y los sufrimientos son comunes”. Duele que su diagnóstico siga tan vigente. Que se haya extremado, incluso. Por eso, hoy tiene más sentido que ayer, lo que él mismo concluía: para hacer de Chile un país más digno y justo, más que cambiar las estructuras, se requiere cambiar las conciencias. Ver la realidad de los más pobres y vulnerables y trabajar juntos por cambiarla, evitando así los atropellos a la dignidad de las personas que conlleva la pobreza, que efectivamente es la mayor vulneración a los derechos humanos, aunque cueste dejar de considerarla parte del paisaje.