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Actualizado el 6 de Noviembre de 2021

T.I.A. – Esto es África

En los últimos años parecía que el continente africano consolidaba la senda de un mayor bienestar con más paz y libertad. Pero las nubes negras volvieron a aparecer o quizás nunca se fueron. La pandemia del COVID-19 dejó en evidencia la precariedad sanitaria continental.

Por Juan Pablo Glasinovic
A la fecha, solo el 9% de los africanos ha recibido al menos una dosis de la vacuna. FREEPIK
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

No obstante el vínculo de sangre que nos une con el continente africano – según los últimos censos en los países latinoamericanos, los que han ido incorporando la dimensión racial, alrededor de un 25% de la población se reconoce como afrodescendiente, siendo el porcentaje mayor en Brasil, donde la mitad de los habitantes declara serlo – lo que derivó del inmenso flujo de población que tuvo lugar desde África a todo el continente americano, de la mano del vergonzoso tráfico de esclavos, nuestro desconocimiento de ese continente es casi completo, así como los vínculos a todo nivel son escasos y débiles.

Básicamente sabemos que es una región inmensa y variada, la que ha atravesado regularmente horrores, partiendo por el colonialismo europeo y escenario posterior de guerras civiles particularmente violentas y crueles con “niños soldados”, enfrentamientos étnicos y tribales como el genocidio de los tutsis, epidemias mortales como el Sida y el ébola, y hambrunas masivas como las de Etiopía y Somalia.

Como olvidar los conciertos de Live Aid en 1985 con los conjuntos roqueros más famosos de la época bajo el impulso de Bob Geldorf y con la canción colectiva “We are the world”, para recolectar fondos como reacción a las imágenes de esos miles de seres humanos en los huesos y llenos de moscas muriendo por doquier en Etiopía (se estima que murió un millón de personas).

Estas tragedias calaron hondo en nuestro subconsciente, dejándonos la impresión de que es una región del mundo particularmente golpeada por la desgracia, lo que ha sido facilitado por el nuestro gran desconocimiento de la realidad africana en su increíble diversidad. En esa línea, resuena la frase “T.I.A., This is Africa” (Esto es África) de la película “Diamantes de sangre” con el papel central de Leonardo Di Caprio, como una resignada expresión de un continente que vive en la zozobra.

La oportunidad de darle otro sentido a esa expresión vino con la copa mundial de fútbol que se jugó en Sudáfrica, con la canción de “Waka Waka esto es África”, interpretada por la colombiana Shakira. Ese campeonato sin duda que fue una gran vitrina para Sudáfrica y en menor medida por parte de ese continente.

La letra contenía un gran mensaje de esperanza de un continente que quería mostrar al mundo su riqueza humana: “Llegó el momento, caen las murallas, va a comenzar la única justa de las batallas no duele el golpe, no existe el miedo, quítate el polvo, ponte de pie y vuelves al ruedo, y la presión se siente, espera en ti tu gente, ahora vamos por todo y te compaña la suerte, tsamina mina zangaléwa, porque esto es África”.

Y en los últimos años parecía que el continente africano consolidaba la senda de un mayor bienestar con más paz y libertad. De hecho, en 2019, los países africanos encabezaban aquellos de más alto crecimiento a nivel mundial. En 2018 concluyó la negociación de lo que se conoce como la Zona Continental Africana de Libre Comercio, siendo suscrito por 53 países representando una población de 1200 millones (solo se excluyó Eritrea). Este acuerdo entró en vigor en mayo de 2019, al ser ratificado por 35 signatarios. El buen precio de los productos agrícolas y materias primas incrementó los ingresos de la mayoría de los países, haciendo crecer la clase media y atrayendo más inversión extranjera.

Pero las nubes negras volvieron a aparecer o quizás nunca se fueron. La pandemia del COVID-19 dejó en evidencia la precariedad sanitaria continental. A la fecha, solo el 9% de los africanos ha recibido al menos una dosis de la vacuna, lo que deja a ese continente en el último por regiones (en América Latina es 63%).

También en los últimos dos años volvieron a incrementarse los golpes contra los gobiernos establecidos. Han tenido éxito los movimientos en Chad, Mali, Guinea y hasta ahora Sudán, mientras fracasó el golpe en Níger.

A los conflictos existentes en diversas partes del continente, como las guerras civiles en Libia, Sudán del Sur y la República Democrática del Congo, se suma la implosión que está experimentando Etiopía.

En este país, en 2018 fue electo como primer ministro el joven Abiy Ahmed, quien ascendió al poder para poner fin a décadas de opresión y sufrimiento, incluyendo una larga guerra con su vecino Eritrea. Y efectivamente al asumir suscribió la paz, liberó a miles de opositores y terminó con la censura. Por ello, en 2019 recibió el Premio Nobel de la Paz, declarando que “la guerra es la encarnación del infierno”.

Al año siguiente comenzó una guerra civil, que tiene el segundo país más poblado de África con 115 millones de habitantes al borde de la desintegración y con el inicio de una hambruna que amenaza con repetir lo acontecido a mediados de los ochenta del siglo pasado. ¿Qué pasó?

El detonante fue la amenaza de secesión de la provincia de Tigray (los tigrayanos son el 5% de Etiopía pero controlaron el poder nacional por varias décadas), pero ello fue antecedido por un creciente autoritarismo de Ahmed con ribetes étnicos en un país multiétnico (el padre de Ahmed era del pueblo oromo y su madre amhara, 35% y 18% de la población etíope). El buscar centralizar el poder terminando con la coalición de partidos gobernantes, debilitando la estructura federal del país que precisamente otorgaba cierta autonomía a ciertas regiones históricas y sus etnias, gatilló una resistencia que se convirtió en un conflicto armado. Ahmed lanzó en noviembre del año pasado al ejército nacional contra la provincia de Tigray que había votado por la secesión, iniciando una cruenta guerra, en la cual también intervino Eritrea, como aliado de Ahmed, por razones étnicas y viejas cuentas contra los trigrayanos.

Por la evidencia que ha ido trascendiendo, la ofensiva de las tropas gubernamentales y de sus aliados eritreos desde el inicio incluyó deliberadamente crímenes de guerra como la violación masiva de mujeres, el asesinato de prisioneros, así como de civiles, y la destrucción de las cosechas e infraestructura para generar hambre. Como consecuencia de estas acciones, 2 millones de personas en Tigray están con insuficiencia alimentaria y miles ya muriendo de hambre.

Lo que al inicio parecía una ofensiva victoriosa con una consolidación del poder de Ahmed, fue cambiando de curso. Los tigrayanos lograron infligir duras derrotas a las tropas gubernamentales y eritreas y expulsarlas de buena parte de su territorio emprendiendo el avance hacia la capital Adis Abeba.

Este año de guerra ha sido la encarnación del infierno y, a medida que Ahmed pierde terreno, la violencia ha sido más ciega, con bombardeos aéreos que apuntan directamente a los civiles.

El conflicto podría escalar con la suma de otras etnias que busquen separarse, comprometiendo la supervivencia de Etiopía y la estabilidad de toda la región. Un movimiento opositor de los oromos ya está uniendo fuerzas con los tigrayanos. Los esfuerzos de mediación han fracasado debido a la obstinación de las partes, que no quieren cesar en su esfuerzo hasta aniquilar al enemigo.

Mientras el panorama empeora, numerosos países están evacuando a sus nacionales, temiendo lo peor. Estados Unidos recomendó a sus ciudadanos abandonar inmediatamente el país y está retirando al personal no esencial de su embajada. ¿Es esto África?

 

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