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17 de Febrero de 2022

Cuando la locura vendió la cordura

Me referiré a una sola medida planteada en la Convención: que la minería no podía ni debía ser explotada por privados. Eso, si prospera, hará que el país termine importando cobre, tal como Venezuela petróleo. Para mí, un ejemplo más de cómo la locura puede imponerse en un país.

Aunque digan lo contrario, la minería en general respeta las leyes, especialmente las ambientales. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Se nos advierte y majaderamente que hay que estar lejos de los locos, pues como viven en un mundo de fantasía, y obran con absoluta irracionalidad, adoptan decisiones que amén de absurdas resultan peligrosas. Se nos dice también, y la historia lo confirma, que hay que tomarlos en serio, porque por su retórica convincente y particularmente mentirosa que matizan con una que otra verdad, logran que mucha gente les crea. Es cosa de ver lo que ocurrió en la Alemania nazi o revisar lo que hizo Robespierre en Francia.

Por lo mismo y ya en el Siglo XVII, el fabulista francés Jean Le Fontaine, recomendaba – con poco éxito como observamos después – que había que estar lejos de ellos, cuestión que ejemplificó con una fábula muy breve, y cuya enseñanza se resumía en que cuando alguien vendía lo que no existía ni podía existir, sólo podía calificar como un loco, y quienes le hacían caso, como verdaderos estúpidos, toda vez que no sólo no recibirían lo que compraban, sino que al revés una bofetada, y por si fuera poco un hilo, para que en lo sucesivo midieran la distancia que debían conservar con ellos.

Esta fábula hoy cobra particular relevancia porque del mismo modo que la gente del pueblo inventado por Le Fointane compró la cordura, en Chile la mayoría se convenció que la paz, el orden, el progreso, la justicia, la igualdad y la dignidad, la lograrían con una Constitución nueva.

Fueron persuadidos de que la Constitución de Lagos, por lejos la mejor de América Latina, y responsable del éxito que algunos “locos” se resisten aceptar e insisten, pese a la evidencia en desconocer, había que reemplazarla porque era culpable de todos y cada uno de nuestros males.

El problema es que para redactarla no se eligió a las personas más preparadas, probas y con mayor experiencia. Por el contrario, se eligió por el 42% que votó, y con una representatividad que en el mejor de los casos no alcanza el 2% a un conjunto de individuos, que en su mayoría amén de mesiánicos y carecer de todas y cada una de las cualidades señaladas, adscriben a una ideología basada en la envidia, el resentimiento, y orientada a seducir gente que además de ignorante y crédula, termine por comprar lo que no existe.

No haré un resumen de todas las burradas y/o locuras que estos personajes han dicho, porque no solo requeriría de varios libros para hacerlo, sino porque además no soy masoquista y no quiero llorar a gritos, y despotricar contra quienes compraron a sabiendas de que le estaban vendiendo algo que no era, como es el caso, de nuestro “querido Presidente”, y menos contra los locos, que al final del día, por su misma locura resultan inimputables.

Me referiré en concreto a una sola medida: plantearon que la minería no podía ni debía ser explotada por privados. Esa burrada, si prospera, hará que el país termine importando cobre, tal como Venezuela petróleo.

Sé que ellos matizan su locura con intervalos de lucidez, y que argumentan con la convicción que les caracteriza; que no resulta justo que personajes como Luksic o empresas americanas se queden con nuestra riqueza. Exhiben las utilidades, y todos quedan en el acto convencido. Sacan calculadora, y concluyen que ese mineral si fuere explotado por el Estado – administrado por los seguidores de los loquitos – el país sería menos pobre. No incluyen en esa ecuación los siguientes datos que me permito exponer para demostrar lo irracional de esta postura, que como dije es un ejemplo de las muchas burradas de la mayoría de los convencionales.

Primero que todo, y como dice un gran amigo, para que la minería resulte es necesario que funcione, y para eso lo esencial es el precio. Ese precio, aunque a estos loquitos les moleste, no lo puede – aunque quisieran – establecer por medio de una norma dictada por ellos. Se rige por la oferta y la demanda. Además, para que esos minerales puedan ofertarse requiere que sean procesados. Para procesarlos se requieren “inversiones”, las que en todos los países presididos por la inteligencia y la lógica, son realizadas por los privados, porque son ellos los que asumen los riesgos. Si lo hace el Estado, entra en una dinámica muy peligrosa. Puede acertar. pero también perder. Si sumamos todas las inversiones y las contrastamos con las utilidades, corroboraremos que el resultado global es rojo, o sea, negativo. Por lo tanto, si el Estado entra en ese juego, inexorablemente perderá. En efecto, la minería requiere el desarrollo de piques, túneles, galerías, movimiento de tierra, instalaciones, equipos, transporte, determinación de recursos y reservas. En la práctica cuando un privado inicia sus inversiones debe suspenderlas cuando el precio internacional baja. Estos loquitos debieran saber que hay caída en los precios, y ciclos que duran varios años. Si el Estado es dueño, todo lo invertido lo pierde, y lo pagamos todo. Si es un privado, el Estado no pierde, quien lo hace es el que invierte. Apuesta a ganar, y si pierde asume el riesgo. Debe advertirse que hay gastos que se hacen fuera de la pertenencia misma y que son necesarios para su desarrollo. Por ejemplo, caminos, puentes, plataformas, etcétera. 

Lo dicho es sin considerar todavía que el mineral contiene la mayoría de las veces impurezas. Por ejemplo, arsénico. Si la mina es de cobre o de oro y no se puede trabajar por su contenido de arsénico, si el Estado es dueño, es él quien pierde. Si es un privado, es este. Nunca el Estado. No todas las faenas y no todos los minerales tienen los mismos costos. No todos tampoco están en el lugar que se procesan y/o trasladan. Quizás los loquitos crean que los contenidos de minerales metálicos (o ferrosos o no metálicos) de todas las concesiones son iguales. Pero eso no es así. No todas las minas tienen la misma profundidad ni la misma mecánica de rocas. Estos loquitos debieran saber también que las minas requieren explosivos para obtener la producción, por eso de hecho se dice “explotarlas”. Los costos de procesamiento no son iguales. Dependen del resultado final. Aparte que para encontrar el mineral se requieren trabajos de exploración que demoran años, y que incluyen sondajes, desarrollo y ventilación, Todo eso para lograr identificar la existencia de un mineral. Si el Estado hace todos estos gastos, y no encuentra mineral, la gente se agrupará y recurrirá en masa a quemar La Moneda, porque no parece lógico que el Estado gaste su plata en hoyos y no en educación ni en salud. Por eso que esos gastos los hace y debe hacer un privado. Como nadie en sus cabales lo haría si no tiene una recompensa, es que se establece que el riesgo de ganancia y de pérdida es del privado. Sería una locura que sea del Estado. Debemos remarcar que si resultara conveniente que el Estado monopolizará la explotación, todos los países lo habrían hecho. Serían ellos los que explotarían las minas o los hidrocarburos. Pero eso no es así, y cuando llega a ocurrir porque un loco convenció a la gente, pasa como en Venezuela, en que los pozos terminaron cerrados y el país sin petróleo.

Aunque estos locos insistan en lo contrario, la minería en general respeta las leyes, especialmente las ambientales, y contribuye más que nadie para que el país se desarrolle. Sin las aleaciones minerales sería improbable el avance tecnológico, y sin este imposible cumplir con las metas de reducción de CO2, que el mundo y cada país se han impuesto. Sin cobre, sin litio, sin tierras raras, etc. no habría más avance tecnológico y desarrollo de energías limpias ni electromovilidad ni hidrógeno verde, etc.

 La actividad minera es particularmente compleja. No sólo porque opera normalmente bajo tierra, y en terrenos cuya topografía le juega en contra, sino porque además el azar tiene un rol esencial. En el ajedrez siempre hay un ganador, y este es el que estuvo más atento al juego. El que cometió menos errores. En la minería, en cambio, por lo general se pierde, y eso ocurre porque quienes operan en ese mercado saben que aunque gasten todo lo que requieran, y realicen todas las actividades que la inteligencia ordene, siempre existe el riesgo de perder. Parece que estos loquitos quieren que Chile se transforme en un jugador y apueste el dinero de todos, creyendo o asumiendo que porque lo hace el Estado el resultado será distinto al que es en la realidad. La minería es un juego de alto riesgo. 

En Caserones (III Región) y Sierra Gorda (II Región), se invirtieron en cada uno de ellos miles de millones de dólares en más de una década y solo para iniciar su producción (explotación) hace poco. Algunos de estos loquitos creen que el Estado puede tener la misma paciencia. La verdad que eso es imposible. Más lógico, inteligente, plausible y póngale los adjetivos que quieran, es que el privado asuma el riesgo, y el Estado cobre los impuestos, más una regalía competitiva, para incentivar a que inversionistas de todo el mundo vengan a jugar en Chile. La mayoría perderá, pero los que ganen pagarán los impuestos y la regalía correspondiente – que debiera reemplazar el impuesto específico y aplicarse al margen operacional en términos progresivos -. Chile en esa ecuación solo gana. Aumenta la oferta de trabajo, no solo por quienes están en la mina misma, sino todos los que trabajan para la minería o conjuntamente con la minería, como son los medios de transportes, los hoteles, el comercio, y los proveedores de bienes y servicios. Son miles de millones que el Estado recauda, y millones también de personas que viven gracias a que existen inversionistas dispuestos a asumir los riesgos que, salvo un loco, querría que el Estado asumiera.

Ojo que lo expuesto acá, demuestra y creo de un modo irrefutable, la locura que entraba una de las cientos de ideas propuestas en el seno de esta Convención que ha sido justificadamente definida como un verdadero circo. Para mí, un ejemplo más de como la locura puede en un momento cualquiera imponerse en un país. Basta que no exista un líder o que este sea un idiota.

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