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18 de Febrero de 2022

Levantar el centro político y rearticular a la centroizquierda

Tengo plena convicción de que la actual crisis de confianza en las instituciones, la desastrosa experiencia de Chile Vamos a cargo del país, y la necesidad de contar con reformas y derechos sociales, hará que el centro político nuevamente se revitalice y sea necesario. 

Por Joanna Pérez
Tenemos un deber con el país y nuestra propia historia, con la estabilidad social y el progreso, de levantar un centro político y una Democracia Cristiana fuerte. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Días atrás, “The Economist” publicó su estudio anual sobre la salud de la democracia en el mundo, donde nuestro país retrocedió ocho puestos, perdiendo el estatus de “democracia plena” que había abrazado con orgullo por dos años, pasando al de “democracias defectuosas”.

Para explicar esta degradación, la Unidad de Inteligencia de la revista apuntó a hechos sucedidos en el país, como la baja confianza ciudadana en el gobierno de Sebastián Piñera, las masivas protestas iniciadas en octubre de 2019, las consecuencias derivadas del manejo de la pandemia y también un tema que nos concierne a nosotros: la polarización de Chile y el colapso de la coalición centrista en la última elección presidencial. 

Podemos estar de acuerdo o no sobre el mérito de perder esos puestos en el ranking publicado en el medio británico, y sobre el enorme y a ratos dificultoso esfuerzo de un país que hoy quiere tener una nueva Constitución. Sin embargo, hay algo en que varios analistas parecen estar de acuerdo: en la necesaria existencia de partidos de centro, fuertes y dinámicos, para garantizar el progreso, bienestar y paz social. 

Dentro de este contexto, la supervivencia de los partidos políticos de la centroizquierda chilena no está dada por estar presentes o no en un Gobierno, sino en su intensa e inquebrantable voluntad por permanecer siempre abiertos al diálogo, en fomentar políticas de acuerdos que den cuenta de la diversidad de la sociedad, en preservar la división de los poderes del Estado, a eliminar toda forma de sustento al autoritarismo, y a siempre optar por un sistema democrático, con autoridades electas y con garantías de respeto irrestricto a los Derechos Humanos, entre otros. Este último punto, fue ratificado con el acuerdo del 15 de noviembre Por la Paz y la Nueva Constitución, y sin embargo, no todos los partidos políticos vigentes acudieron a ese llamado. 

Por esta razón, el país necesita de un centro político y de una coalición de centroizquierda clara y sin complejos, garantes del Chile que viene; por lo tanto, la invitación a consolidar su visión conjunta de la sociedad, siempre debe estar presente. Y debemos hacerlo porque tenemos la responsabilidad de cambiar para bien la historia de nuestro país –tal como lo hicimos tras el retorno a la democracia-, lejos de la cultura de la cancelación, las falsas noticias y de la reivindicación de los extremos.

Tenemos el deber de consolidar nuestra visión porque sabemos las consecuencias para la gente común y sin privilegios -y para el país completo- cuando se pierde la democracia o cuando los maximalismos son promovidos como la única vía. 

A veces leo con mucha preocupación el afán voluntarioso de que la Democracia Cristiana –el partido que hoy en día cuenta con más alcaldes, gobernadores, concejales y con más del 10% del Senado- desaparezca. O voces internas de la DC que llaman a refundarlo y ubicarlo junto a una izquierda que no tiene ninguna intención en compartir espacios con nosotros, y que hecho manifiesto su desprecio en compartir una visión común,  y que falsa y convenientemente promueven una responsabilidad exclusiva y excluyente en la crisis social que vivimos desde 2019.

Tenemos un deber cierto con el país, con la historia chilena y nuestra propia historia, con la estabilidad social y el progreso, de levantar un centro político  y una Democracia Cristiana fuerte, vanguardista, renovada en liderazgos y que sea nuevamente la columna vertebral de la coalición de la centroizquierda chilena. Porque cuando solo somos meros administradores de un país en paz y pujante –tal como sucedió en los gobiernos de la Concertación- pierdes el arraigo con la sociedad, con sus procesos y terminas en la irrelevancia total; incluso a merced de quienes tuercen la realidad y grafican la reducción de la pobreza desde 40% hasta el 10% que vivimos como el peor de los males. Y yo no estoy disponible para aquello.

Frente a las voces internas dentro de la DC que hablan de refundar un partido para que transite hacia un sector que lo ignora, yo propongo recobrar nuestro ímpetu reformista y liderazgos jóvenes; ser una fuerza respetada y presente en la vida pública, abierta a los cambios sociales y fraterna a la hora de resolver sus diferencias. Debemos profundizar y sistematizar la participación y espacios relevantes para las mujeres y las minorías; conectar y estar presentes en los territorios; ser defensores de los derechos sociales, la clase media y la libertad para que miles de pymes –que sostienen el país- puedan desarrollarse con estabilidad en paz. Debemos modernizar al partido abriendo sus sedes y adaptándonos a las nuevas formas de comunicación. 

Finalmente, debemos despojarnos de sentir un trauma por haber gobernado un país estable por 30 años y ver la relevancia de que el actual Presidente Electo, Gabriel Boric, logró salir desde el segundo lugar electoral, hasta alcanzar máximos históricos, sólo cuando se despojó del discurso polarizado e hizo gestos hacia el centro político, como fueron sus visitas a los ex presidentes Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Eduardo Frei. 

Tengo plena convicción de que la actual crisis de confianza en las instituciones, la desastrosa experiencia de Chile Vamos a cargo del país, y la necesidad de contar con reformas y derechos sociales, hará que el centro político nuevamente se revitalice y sea necesario. Y en eso, la Democracia Cristiana jugará el rol histórico de paz, estabilidad y vanguardia que continúa en el sentir colectivo de un país que quiere un buen vivir y un buen futuro para todas y todos.

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