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17 de Marzo de 2022

Más allá de Boric

Todos sabemos, y Boric también, que el desafío de esta nueva generación es afirmarse como una alternativa permanente en este proceso evolutivo de la política chilena, porque ya no caben dudas de que la llegada a La Moneda de Boric representa el punto de partida de una nueva era marcada por lo que ahora es juventud, y que tiene desde lo cronológico, algunas décadas por venir.

Por Redacción EL DÍNAMO
Este nuevo gobierno es una bisagra en la historia, una nueva historia que comienza a reescribirse a partir de octubre de 2019. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Esa frase que se transformó en el impulso estratégico que ha guiado a Gabriel Boric y a su grupo, ya llegó a destino, aunque queda claro que el camino a partir de esta instancia es largo y sinuoso para llegar aún más allá del objetivo de acceder al gobierno. 

Pero todos sabemos, y Boric también, que el desafío de esta nueva generación es afirmarse como una alternativa permanente en este proceso evolutivo de la política chilena, porque ya no caben dudas de que la llegada a La Moneda de Boric representa el punto de partida de una nueva era marcada por lo que ahora es juventud, y que tiene desde lo cronológico, algunas décadas por venir.

Terminada la etapa de los actores políticos tradicionales, ha surgido una generación que a partir de encontrar un espacio vacío para la conducción política del país, tiene la oportunidad de sentar las bases para la evolución de una sociedad, esa que los viejos actores de la política nunca pudieron llevar a cabo. Esos que en el pasado hablaron de transformación, de innovación y de replanteos, nunca se dieron cuenta que esa transformación no es posible sin convicción y, lo más importante, sin voluntad para la integración social, que es el punto de partida de todo proceso de cambio.

Este nuevo gobierno es una bisagra en la historia, una nueva historia que comienza a reescribirse a partir de octubre de 2019 y, por lo tanto, deberá aceptar y hacerse cargo de las altas expectativas que genera su llegada, expectativas y esperanzas que siempre son bienvenidas como elemento motivador en los comienzos de cualquier ciclo. Pero para lograr consolidar su posición, deberá comprender desde el inicio que gobernar implica orquestar el caos y el orden, que son instancias tan progresivas como complementarios. Sin caos no es posible la evolución, y sin orden es imposible el equilibrio.

El caos no es producto de la llegada de la “izquierda”, porque tal vez lo relevante es comprender que llegaron los jóvenes, ojalá con ideas jóvenes. Y que el orden no es propiedad de la “derecha”, sino de la capacidad de generar estabilidad en los nuevos planteos por venir.

Aquellos que comienzan a agitar “otro caos”, alertando por un imaginario retorno al modelo “setentista” de Salvador Allende, será importante aclararles que es posible estar frente a un gobierno tipo “Allende siglo XXI”, que actúa en un escenario donde el comunismo murió, dónde Fidel Castro no va a subir al Ford Galaxy ni a recorrer Chile, y donde desde un discurso sólido se ha diferenciado de las izquierdas extremas y autoritarias de la región. Tal vez este modelo de gobierno le dé paso al pragmatismo por sobre el idealismo.

En este proceso en el que hablamos de “gobierno”, todavía no estamos hablando de poder, y menos de liderazgo. Estamos hablando de gobierno como acceso a la conducción del país. Para que sea poder, el presidente Boric (desde ahora “Gabriel”), más allá del necesario relato motivador que supone la cuota indispensable de buen populismo, deberá fortalecer la conducción con acciones y resultados concretos, que en lenguaje futbolero implica hacer algún gol que le permita legitimar su promesa. Y será a partir de ese fortalecimiento que surgirán, como sucede en los ámbitos de la alta dirección, dos caminos posibles para el futuro de Gabriel: demostrar supremacía o generar confianza. 

En el primero de los casos, la supremacía lo puede llevar al autoritarismo, al encierro y a la división de su propio grupo. Si se abstiene a satisfacer su ego y construye el camino de la confianza, podrá desde ese lugar consolidar la cohesión necesaria entre su coalición, conformando un movimiento político organizado que le permita ser competitivo cuando alcance la sociedad niveles de estabilidad política. 

Desde ese alineamiento, que deberá tener como eje conceptual un sólido relato simbólico, avalado por algunas decisiones y acciones concretas (goles), Gabriel ineludiblemente deberá trabajar su propia sucesión. Y desde allí formar y comunicar para construir más confianza sobre la continuidad del proyecto. 

Será entonces cuando un sucesor compita en un nuevo período electoral con posibilidades reales para conducir al país, y así entonces Gabriel habrá construido poder sin necesidad de inmolarse. Porque poder es influencia.

Pero Gabriel y su grupo, ¿no tienen oposición? Claro que, en el caso de no lograr alinear la cohesión, la oposición surgirá de la diferencia con sus socios, pero la pregunta gira en realidad en torno a la otra vereda. ¿Quién puede hoy discutirle la conducción desde la vieja política y especialmente desde la “vieja derecha”?

Tal vez esa vieja derecha intente la oposición desde el impulso a promover el rechazo en el plebiscito constitucional, tal vez integrándose a desencantados o a tibios representantes de un centro inexistente. Es posible que desde allí suponga ser oposición, pero debemos darnos cuenta que será transitorio. Apenas un momento de calma para algunos que quieran ganar tiempo. Porque la bisagra histórica ya está y tiene que ver con un cambio generacional profundo, donde no hay sucesión, sino surgimiento de una era diferente. Ni mejor ni peor, sino diferente. Una era en la que será necesaria otra mirada, que la tienen los más jóvenes y que los más viejos no han podido absorber, tal vez porque les faltó darse cuenta.

 

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